Mmm…
Christian me acaricia el cuello con la nariz y me despierto poco a poco.
—Buenos días, nena —susurra, y me mordisquea el lóbulo de la oreja.
Mis ojos se abren de golpe y se vuelven a cerrar enseguida. La brillante luz
de la mañana inunda la habitación y, tumbado a mi lado, él me acaricia suave y
provocativamente el pecho con la mano. Baja hasta la cadera, me agarra y me atrae
hacia él.
Yo me desperezo, disfrutando de sus caricias, y noto su erección contra mi
trasero. Oh. La alarma despertador estilo Christian Grey.
—Estás contento de verme —balbuceo medio dormida, y me retuerzo
sugerentemente contra él.
Noto que sonríe pegado a mi mejilla.
—Estoy muy contento de verte —dice, y desliza la mano sobre mi estómago
y más abajo, cubriéndome el sexo y explorándolo con los dedos—. Está claro que
despertarse con usted tiene sus ventajas, señorita Steele.
Y me da delicadamente la vuelta, hasta quedar tumbada boca arriba.
—¿Has dormido bien? —pregunta mientras sus dedos prosiguen su sensual
tortura.
Me mira sonriendo… con esa deslumbrante sonrisa de modelo masculino
cien por cien americano, una sonrisa fascinante de dentadura perfecta, que me deja
completamente sin aliento.
Mis caderas empiezan a balancearse al ritmo de la danza que han iniciado
sus dedos. Me besa recatadamente en los labios y luego desciende hasta el cuello,
mordisqueando despacio, besando, y chupando. Gimo. Actúa con delicadeza, y su
caricia es leve y celestial. Sus intrépidos dedos siguen bajando y desliza uno de ellos
en mi interior, despacio, y sisea sobrecogido.
—Oh, Ana —murmura en tono reverencial junto a mi garganta—. Siempre
estás dispuesta.
Mueve el dedo al tiempo que continúa besándome, y sus labios viajan
ociosos por mi clavícula y luego bajan hasta mis pechos. Con los dientes y los labios
tortura primero un pezón y luego el otro, pero… oh, con tanta ternura que se tensan y se
yerguen a modo de dulce respuesta.
Yo jadeo.
—Mmm —gruñe bajito, y levanta la cabeza para mirarme con sus ardientes
ojos grises—. Te deseo ahora.
Alarga la mano hasta la mesilla. Se coloca sobre mí, apoya el peso en los
codos y frota la nariz contra la mía mientras usa las piernas para separar las mías. Se
arrodilla y rasga el envoltorio de aluminio.
—Estoy deseando que llegue el sábado —dice, y sus ojos brillan de placer
lascivo.
—¿Por tu cumpleaños? —contesto sin aliento.
—No. Para dejar de usar esta jodienda.
—Una expresión muy adecuada —digo con una risita.
Él me sonríe cómplice y se coloca el condón.
—¿Se está riendo de mí, señorita Steele?
—No.
Intento poner cara seria, sin conseguirlo.
—Ahora no es momento para risitas —dice en tono bajo y severo, haciendo
un gesto admonitorio con la cabeza, pero su expresión es… oh, Dios… glacial y
volcánica a la vez.
Siento un nudo en la garganta.
—Creía que te gustaba que me riera —susurro con voz ronca, perdiéndome
en las profundidades de sus ojos tormentosos.
—Ahora no. Hay un momento y lugar para la risa. Y ahora no es ni uno ni
otro. Tengo que callarte, y creo que sé cómo hacerlo —dice de forma inquietante, y me
cubre con su cuerpo.
* * *
—¿Qué le apetece para desayunar, Ana?
—Solo tomaré muesli. Gracias, señora Jones.
Me sonrojo mientras ocupo mi sitio al lado de Christian en la barra del
desayuno. La última vez que la muy decorosa y formal señora Jones me vio, Christian
me llevaba a su dormitorio cargada sobre sus hombros.
—Estás muy guapa —dice Christian en voz baja.
Llevo otra vez la falda de tubo color gris y la blusa de seda también en gris.
—Tú también.
Le sonrío con timidez. Él lleva una camisa azul claro y vaqueros, y parece
relajado, fresco y perfecto, como siempre.
—Deberíamos comprarte algunas faldas más —comenta con naturalidad—.
De hecho, me encantaría llevarte de compras.
Uf… de compras. Yo odio ir de compras. Aunque con Christian quizá no
esté tan mal. Opto por la evasiva como mejor método de defensa.
—Me pregunto qué pasará hoy en el trabajo.
—Tendrán que sustituir a ese canalla.
Christian frunce el ceño con una mueca de disgusto, como si hubiera pisado
algo extremadamente desagradable.
—Espero que contraten a una mujer para ser mi jefa.
—¿Por qué?
—Bueno, así te opondrás menos a que salga con ella —le digo en broma.
Sus labios insinúan una sonrisa, y se dispone a comerse la tortilla.
—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto.
—Tú. Cómete el muesli. Todo, si no vas a comer nada más.
Mandón como siempre. Yo le hago un mohín, pero me pongo a ello.
* * *
—Y la llave va aquí.
Christian señala el contacto bajo el cambio de marchas.
—Qué sitio más raro —comento.
Pero estoy encantada con todos esos pequeños detalles, y prácticamente doy
saltitos sobre el confortable asiento de piel como una niña. Por fin Christian va a dejar
que conduzca mi coche.
Me observa tranquilamente, aunque en sus ojos hay un brillo jocoso.
—Estás bastante emocionada con esto, ¿verdad? —murmura divertido.
Asiento, sonriendo como una tonta.
—Tiene ese olor a coche nuevo. Este es aún mejor que el Especial para
Sumisas… esto… el A3 —añado enseguida, ruborizada.
Christian tuerce el gesto.
—¿Especial para Sumisas, eh? Tiene usted mucha facilidad de palabra,
señorita Steele.
Se echa hacia atrás con fingida reprobación, pero a mí no me engaña. Sé
que está disfrutando.
—Bueno, vámonos.
Hace un gesto con la mano hacia la entrada del garaje.
Doy unas palmaditas, pongo en marcha el coche y el motor arranca con un
leve ronroneo. Meto la primera, levanto el pie del freno y el Saab avanza suavemente.
Taylor, que está en el Audi detrás de nosotros, también arranca y cuando la puerta del
parking se levanta, nos sigue fuera del Escala hasta la calle.
—¿Podemos poner la radio? —pregunto cuando paramos en el primer
semáforo.
—Quiero que te concentres —replica.
—Christian, por favor, soy capaz de conducir con música.
Le pongo los ojos en blanco. Él me mira con mala cara, pero enseguida
acerca la mano a la radio.
—Con esto puedes escuchar la música de tu iPod y de tu MP3, además del
cedé —murmura.
De repente, un melodioso tema de Police inunda a un volumen demasiado
alto el interior del coche. Christian baja la música. Mmm… «King of Pain.»
—Tu himno —le digo con ironía, y en cuanto tensa los labios y su boca se
convierte en una fina línea, lamento lo que he dicho. Oh, no…—. Yo tengo ese álbum,
no sé dónde —me apresuro a añadir para distraer su atención.
Mmm… en algún sitio del apartamento donde he pasado tan poco tiempo.
Me pregunto cómo estará Ethan. Debería intentar llamarle hoy. No tendré
mucho que hacer en el trabajo.
Siento una punzada de ansiedad en el estómago. ¿Qué pasará cuando llegue
a la oficina? ¿Todo el mundo sabrá lo de Jack? ¿Estarán todos enterados de la
implicación de Christian? ¿Seguiré teniendo un empleo? Maldita sea, si no tengo
trabajo, ¿qué haré?
¡Cásate con el billonario, Ana! Mi subconsciente aparece con su rostro más
enojoso. Yo no le hago caso… bruja codiciosa.
—Eh, señorita Lengua Viperina. Vuelve a la Tierra.
Christian me devuelve al presente y paro ante el siguiente semáforo.
—Estás muy distraída. Concéntrate, Ana —me increpa—. Los accidentes
ocurren cuando no estás atenta.
Oh, por Dios santo… y de repente, me veo catapultada a la época en la que
Ray me enseñaba a conducir. Yo no necesito otro padre. Un marido quizá, un marido
pervertido. Mmm…
—Solo estaba pensando en el trabajo.
—Todo irá bien, nena. Confía en mí.
Christian sonríe.
—Por favor, no interfieras… Quiero hacer esto yo sola. Christian, por
favor. Es importante para mí —digo con toda la dulzura de la que soy capaz.
No quiero discutir. Su boca dibuja de nuevo una mueca fina y obstinada, y
creo que va a reñirme otra vez.
Oh, no.
—No discutamos, Christian. Hemos pasado una mañana maravillosa. Y
anoche fue… —me faltan las palabras—… divino.
Él no dice nada. Le miro de reojo y tiene los ojos cerrados.
—Sí. Divino —afirma en voz baja—. Lo dije en serio.
—¿El qué?
—No quiero dejarte marchar.
—No quiero marcharme.
Sonríe, y esa sonrisa nueva y tímida arrasa con todo lo que encuentra a su
paso. Uau, es realmente poderosa.
—Bien —dice sin más, y se relaja.
Entro en el aparcamiento que está a media manzana de SIP.
—Te acompañaré hasta el trabajo. Taylor me recogerá allí —sugiere
Christian.
Salgo con cierta dificultad del coche, limitada por la falda de tubo.
Christian baja con agilidad, cómodo con su cuerpo, o al menos esa es la impresión que
transmite. Mmm… alguien que no puede soportar que le toquen no puede sentirse tan
cómodo con su cuerpo. Frunzo el ceño ante ese pensamiento fugaz.
—No olvides que esta tarde a las siete hemos quedado con el doctor Flynn
—dice, y me tiende la mano.
Cierro la puerta con el mando y se la tomo.
—No me olvidaré. Confeccionaré una lista de preguntas para hacerle.
—¿Preguntas? ¿Sobre mí?
Asiento.
—Yo puedo contestar a cualquier pregunta que tengas sobre mí.
Christian parece ofendido.
Le sonrío.
—Sí, pero yo quiero la opinión objetiva de ese charlatán carísimo.
Frunce el ceño, y de repente me atrae hacia él y me sujeta con fuerza ambas
manos a la espalda.
—¿Seguro que es buena idea? —dice con voz baja y ronca.
Yo me echo hacia atrás y veo la larga sombra de la ansiedad acechando en
sus ojos muy abiertos, y se me desgarra el alma.
—Si no quieres que lo haga, no lo haré.
Le miro y deseo borrar la preocupación de su rostro a base de caricias.
Tiro de una de mis manos y él la suelta. Le toco la mejilla con ternura: el afeitado
matutino la ha dejado muy suave.
—¿Qué te preocupa? —pregunto con voz tranquila y dulce.
—Que me dejes.
—Christian, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? No voy a dejarte. Ya me
has contado lo peor. No te abandonaré.
—Entonces, ¿por qué no me has contestado?
—¿Contestarte? —murmuro con fingida inocencia.
—Ya sabes de qué hablo, Ana.
Suspiro.
—Quiero saber si soy bastante para ti, Christian. Nada más.
—¿Y mi palabra no te basta? —dice exasperado, y me suelta.
—Christian, todo esto ha sido muy rápido. Y tú mismo lo has reconocido,
estás destrozado de cincuenta mil formas distintas. Yo no puedo darte lo que necesitas
—musito—. Eso no es para mí, sobre todo después de haberte visto con Leila. ¿Quién
dice que un día no conocerás a alguien a quien le guste hacer lo que tú haces? ¿Y quién
dice que tú no… ya sabes… te enamorarás de ella? De alguien que se ajuste mucho
mejor a tus necesidades.
Pensar en Christian con otra persona me pone enferma. Bajo la mirada a
mis manos entrelazadas.
—Ya he conocido a varias mujeres a las que les gusta hacer lo que me
gusta hacer a mí. Y ninguna de ellas me atraía como me atraes tú. Nunca tuve la menor
conexión emocional con ninguna de ellas. No me había sucedido nunca, excepto
contigo, Ana.
—Porque nunca les diste una oportunidad. Has pasado demasiado tiempo
encerrado en tu fortaleza, Christian. Mira, hablemos de esto más tarde. Tengo que ir a
trabajar. Quizá el doctor Flynn nos pueda orientar esta noche.
Esta es una conversación demasiado importante para tenerla en un parking a
las nueve menos diez de la mañana, y parece que Christian, por una vez, está de
acuerdo. Asiente, pero con gesto cauteloso.
—Vamos —ordena, y me tiende la mano.
* * *
Cuando llego a mi mesa, me encuentro una nota pidiéndome que acuda
directamente al despacho de Elizabeth. Mi corazón da un vuelco. Oh, ya está. Van a
despedirme.
—Anastasia.
Elizabeth me sonríe amablemente y me señala una silla frente a su mesa. Me
siento y la miro, expectante, confiando en que no oiga los latidos desbocados de mi
corazón. Ella se alisa su densa cabellera negra y sus ojos azul claro me miran
sombríos.
—Tengo malas noticias.
¡Malas, oh, no!
—Te he hecho venir para informarte de que Jack ha dejado la empresa de
forma bastante repentina.
Me sonrojo. Para mí eso no es ninguna mala noticia. ¿Debería decirle que
ya lo sabía?
—Su apresurada marcha ha dejado su puesto vacante, y nos gustaría que lo
ocuparas tú de momento, hasta que encontremos un sustituto.
¿Qué? Siento que la sangre deja de circular por mi cabeza. ¿Yo?
—Pero si solo hace poco más de una semana que trabajo aquí.
—Sí, Anastasia, lo comprendo, pero Jack siempre estaba elogiando tu
talento. Tenía muchas esperanzas depositadas en ti.
Me quedo sin respiración. Sí, claro: tenía muchas esperanzas en hacérselo
conmigo.
—Aquí tienes una descripción detallada de las funciones del puesto.
Estúdiala y podemos hablar de ello más tarde.
—Pero…
—Por favor, ya sé que es muy precipitado, pero tú ya has contactado con
los autores principales de Jack. Tus anotaciones en los textos no han pasado
desapercibidas a los otros editores. Tienes una mente aguda, Anastasia. Todos
creemos que eres capaz de hacerlo.
—De acuerdo.
Esto no puede estar pasando.
—Mira, piénsatelo. Entretanto, puedes utilizar el despacho de Jack.
Se pone de pie, dando por terminada la reunión, y me tiende la mano. Se la
estrecho, totalmente aturdida.
—Yo estoy encantada de que se haya ido —murmura, y una expresión de
angustia aparece en su cara.
Dios santo. ¿Qué le habría hecho a ella?
Vuelvo a mi mesa, cojo mi BlackBerry y llamo a Christian.
Contesta al segundo tono.
—Anastasia, ¿estás bien? —pregunta, preocupado.
—Me acaban de dar el puesto de Jack… —suelto de sopetón—, bueno,
temporalmente.
—Estás de broma —comenta, asombrado.
—¿Tú has tenido algo que ver con esto? —pregunto más bruscamente de lo
que pretendía.
—No… no, en absoluto. Quiero decir, con todos mis respetos, Anastasia,
que solo llevas ahí poco más de una semana… y no lo digo con ánimo de ofender.
—Ya lo sé. —Frunzo el ceño—. Por lo visto, Jack me valoraba realmente.
—¿Ah, sí? —dice Christian en tono gélido, y luego suspira—. Bueno, nena,
si ellos creen que eres capaz de hacerlo, estoy seguro de que lo eres. Felicidades.
Quizá deberíamos celebrarlo después de reunirnos con el doctor Flynn.
—Mmm… ¿Estás seguro de que no has tenido nada que ver con esto?
Se queda callado un momento, y después dice con voz queda y
amenazadora:
—¿Dudas de mí? Me enoja mucho que lo hagas.
Trago saliva. Vaya, se enfada muy fácilmente.
—Perdona —musito, escarmentada.
—Si necesitas algo, házmelo saber. Aquí estaré. Y, Anastasia…
—¿Qué?
—Utiliza la BlackBerry —añade secamente.
—Sí, Christian.
No cuelga, como yo esperaba, sino que inspira profundamente.
—Lo digo en serio. Si me necesitas, aquí estoy.
Sus palabras son mucho más amables, conciliadoras. Oh, es tan voluble…
cambia de humor como una veleta.
—De acuerdo —murmuro—. Más vale que cuelgue. Tengo que instalarme
en el despacho.
—Si me necesitas… Lo digo en serio —murmura.
—Lo sé. Gracias, Christian. Te quiero.
Noto que sonríe al otro lado del teléfono. Me lo he vuelto a ganar.
—Yo también te quiero, nena.
Ah, ¿me cansaré alguna vez de que me diga esas palabras?
—Hablamos después.
—Hasta luego, nena.
Cuelgo y echo un vistazo al despacho de Jack. Mi despacho. Dios santo…
Anastasia Steele, editora en funciones. ¿Quién lo habría dicho? Debería pedir más
dinero.
¿Qué pensaría Jack si se enterara? Tiemblo al pensarlo, y me pregunto
vagamente qué estará haciendo esta mañana; obviamente, no está en Nueva York como
esperaba. Entro en mi nuevo despacho, me siento en el escritorio y empiezo a leer la
descripción del trabajo.
A las doce y media, me llama Elizabeth.
—Ana, necesitamos que vengas a una reunión a la una en punto en la sala de
juntas. Asistirán Jerry Roach y Kay Bestie… ya sabes, el presidente y el
vicepresidente de la empresa, y todos los editores.
¡Maldición!
—¿Tengo que preparar algo?
—No, es solo una reunión informal que tenemos una vez al mes. E incluye
la comida.
—Allí estaré.
Cuelgo.
¡Madre mía! Reviso la lista actualizada de los autores de Jack. Sí, estoy
familiarizada con casi todos. Tengo los cinco manuscritos cuya publicación ya está en
marcha, y otros dos que deberíamos pensar seriamente en publicar. Respiro
profundamente: no puedo creer que ya sea hora de comer. El día ha pasado muy rápido
y eso me encanta. He tenido que asimilar tantas cosas esta mañana. Una señal acústica
en mi calendario me avisa de que tengo una cita.
¡Oh, no… Mia! Con tantas emociones me había olvidado de nuestro
almuerzo. Busco mi BlackBerry y trato de encontrar a toda prisa su número.
Suena mi teléfono.
—Es él, está en recepción —dice Claire en voz baja.
—¿Quién?
Por un segundo, pienso que puede ser Christian.
—El dios rubio.
—¿Ethan?
Oh, ¿qué querrá? Inmediatamente me siento culpable por no haberle
llamado.
Ethan, vestido con una camisa azul de cuadros, camiseta blanca y vaqueros,
sonríe de oreja a oreja en cuanto aparezco.
—¡Uau! Estás muy sexy, Steele —dice, asintiendo con admiración, y me da
un abrazo rápido.
—¿Va todo bien? —pregunto.
Él frunce el ceño.
—Toda va bien, Ana. Quería verte, eso es todo. Hacía unos días que no
sabía nada de ti y quería averiguar cómo te trata el magnate.
Me ruborizo y no puedo evitar sonreír.
—¡Vale! —exclama Ethan y levanta las manos—. Con esa sonrisa velada
me basta. No quiero saber nada más. He venido con la esperanza de que pudieras salir
a comer. Voy a matricularme en un curso de psicología en septiembre, aquí en Seattle.
Para mi máster.
—Oh, Ethan. Han pasado muchas cosas. Tengo mucho que contarte, pero
ahora mismo no puedo. Tengo una reunión. —Y de repente se me ocurre una idea—.
¿Podrías hacerme un gran favor, un favor enorme? —le pregunto, entrelazando las
manos en gesto de súplica.
—Claro —dice, perplejo ante mi petición.
—Había quedado para comer con la hermana de Christian y Elliot, pero no
puedo localizarla, y me acaba de surgir esta reunión. ¿Podrías llevarla a comer? ¿Por
favor?
—¡Uf, Ana! No quiero hacer de canguro de una mocosa.
—Por favor, Ethan.
Le dedico la mejor caída de las largas pestañas de mis ojos azules. Él alza
la mirada con expresión resignada y sé que le he pillado.
—¿Me cocinarás algo? —refunfuña.
—Claro, lo que sea, cuando quieras.
—¿Y dónde está ella?
—Está a punto de llegar.
Y, justo en ese momento, oigo su voz.
—¡Ana! —grita desde la puerta.
Ambos nos damos la vuelta, y ahí está ella: tan alta y curvilínea, con su
negra melenita corta, lacia y brillante, y un minivestido verde menta, a juego con unos
zapatos de tacón alto con tiras alrededor de sus esbeltos tobillos. Está espectacular.
—¿La mocosa? —susurra él, mirándola boquiabierto.
—Sí. La mocosa que necesita un canguro —le respondo también en un
susurro—. Hola, Mia.
Le doy un rápido abrazo y ella se queda mirando a Ethan con bastante
descaro.
—Mia… este es Ethan, el hermano de Kate.
Él asiente arqueando las cejas, sorprendido. Mia pestañea repetidamente y
le da la mano.
—Encantado de conocerte —murmura Ethan con delicadeza, y Mia, sin
palabras por una vez, vuelve a pestañear y se sonroja.
Oh vaya. Me parece que es la primera vez que la veo ruborizarse.
—Yo no puedo salir a comer —digo débilmente—. Pero Ethan ha aceptado
acompañarte, si te parece bien. ¿Podríamos quedar nosotras otro día?
—Claro —dice Mia en voz baja.
Mia hablando en voz baja, vaya una novedad.
—Sí. Ya me ocupo yo de ella. Hasta luego, Ana —dice Ethan, y le ofrece el
brazo a Mia.
Ella acepta con una sonrisa tímida.
—Adiós, Ana. —Mia se vuelve hacia mí y dice sin palabras, con un guiño
exagerado—: ¡Oh, Dios mío!
¡Le gusta! Les despido con la mano mientras salen del edificio. Me
pregunto cuál será la actitud de Christian con respecto a las citas de su hermana.
Pensar en eso me inquieta. Ella tiene mi edad, de manera que no puede oponerse,
¿verdad?
Pero es que estamos hablando de Christian. Mi fastidiosa subconsciente ha
vuelto, con su expresión severa, su rebeca de punto y el bolso colgado del brazo.
Sacudo la cabeza para deshacerme de esa imagen. Mia es una mujer adulta y Christian
puede ser una persona razonable, ¿o no? Desecho esa idea y vuelvo al despacho de
Jack… esto… a mi despacho, para preparar la reunión.
A las tres y media ya estoy de vuelta. La reunión ha ido bien. Incluso he
conseguido que me aprueben los dos manuscritos que he propuesto. Estoy emocionada.
Sobre mi escritorio hay una enorme cesta de mimbre llena de unas
maravillosas rosas de color blanco y rosa pálido. Uau… solo ya el aroma resulta
cautivador. Cojo la tarjeta y sonrío. Sé quién las envía.
Felicidades, señorita Steele
¡Y lo has hecho todo tú sola!
Sin ayuda de tu muy amigo, compañero y megalómano presidente
Te quiero
Christian
Saco la BlackBerry para escribirle.
De: Anastasia Steele
Fecha: 16 de junio de 2011 15:43
Para: Christian Grey
Asunto: El megalómano…
… es mi tipo de maníaco favorito. Gracias por las preciosas flores. Han
llegado en una enorme cesta de mimbre que me hace pensar en picnics y mantitas.
x
De: Christian Grey
Fecha: 16 de junio de 2011 15:55
Para: Anastasia Steele
Asunto: Aire libre
¿Maníaco, eh? Puede que el doctor Flynn tenga algo que decir sobre
esto.
¿Quieres ir de picnic?
Podemos divertirnos mucho al aire libre, Anastasia…
¿Cómo va el día, nena?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. Me ruborizo leyendo su respuesta.
De: Anastasia Steele
Fecha: 16 de junio de 2011 16:00
Para: Christian Grey
Asunto: Intenso
El día ha pasado volando. Apenas he tenido un momento para mí, para
pensar en nada que no fuera trabajo. ¡Creo que soy capaz de hacer esto! Te contaré
más en casa.
Eso del aire libre suena… interesante.
Te quiero.
A x
P.D.: No te preocupes por el doctor Flynn.
Suena el teléfono de mi mesa. Es Claire desde recepción, desesperada por
saber quién ha enviado las flores y qué ha pasado con Jack. Enclaustrada en el
despacho todo el día, me he perdido los cotilleos. Le cuento apresuradamente que las
flores son de mi novio y que sé muy poco sobre la marcha de Jack. Vibra mi
BlackBerry: es un nuevo e-mail de Christian.
De: Christian Grey
Fecha: 16 de junio de 2011 16:09
Para: Anastasia Steele
Asunto: Intentaré…
… no preocuparme.
Hasta luego, nena. x
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
A las cinco y media, despejo mi mesa. Es increíble lo rápido que ha pasado
el día. Tengo que volver al Escala para preparar la entrevista con el doctor Flynn. No
he tenido tiempo siquiera de pensar en las preguntas. Puede que hoy tengamos una
reunión inicial, y quizá Christian me deje quedar con él más adelante. Me olvido de
eso, salgo a toda prisa del despacho y me despido de Claire con un presuroso gesto de
la mano.
También he de pensar en el cumpleaños de Christian. Sé qué voy a
regalarle. Me gustaría que lo tuviera hoy antes de vernos con el doctor Flynn, pero
¿cómo? Al lado del aparcamiento hay una tiendecita que vende baratijas para turistas.
De repente tengo una inspiración y entro.
* * *
Media hora más tarde entro en el salón y Christian está de pie, hablando
por la BlackBerry y mirando por el gran ventanal. Se da la vuelta, me sonríe radiante y
decide poner fin a la llamada.
—Magnífico, Ros. Dile a Barney que partiremos de ahí… Adiós.
Se me acerca con paso decidido y yo le espero tímidamente en el umbral.
Se ha cambiado de ropa, lleva una camiseta blanca y vaqueros, y tiene un aspecto de
chico malo muy provocativo… Uau.
—Buenas tardes, señorita Steele —murmura, y se inclina para besarme—.
Felicidades por su ascenso.
Me rodea entre sus brazos. Huele maravillosamente.
—Te has duchado.
—Acabo de entrenar con Claude.
—Ah.
—He logrado patearle el culo dos veces.
Christian sonríe de oreja a oreja como un chaval satisfecho de sí mismo. Es
una sonrisa contagiosa.
—¿Y eso no ocurre muy a menudo?
—No, y cuando pasa es muy satisfactorio. ¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza.
—¿Qué? —exclama ceñudo.
—Estoy nerviosa. Por lo del doctor Flynn.
—Yo también. ¿Qué tal el día?
Me suelta de su abrazo y le hago un breve resumen. Me escucha con
atención.
—Ah… tengo que decirte otra cosa —añado—. Había quedado para comer
con Mia.
Él arquea las cejas, sorprendido.
—No me lo habías dicho.
—Ya lo sé. Me olvidé. No he podido ir por culpa de la reunión. Ethan ha
ido en mi lugar y ha comido con ella.
Se le oscurece el semblante.
—Ya. Deja de morderte el labio.
—Voy a refrescarme un poco —digo para cambiar de tema, y me doy la
vuelta para marcharme antes de que pueda reaccionar.
* * *
La consulta del doctor Flynn queda bastante cerca del apartamento de
Christian. Muy a mano, pienso, para visitas de emergencia.
—Normalmente vengo corriendo desde casa —me dice Christian cuando
aparca mi Saab—. Este coche es estupendo —comenta sonriéndome.
—Yo pienso lo mismo. —Le sonrío a mi vez—. Christian… Yo…
Le miro con ansiedad.
—¿Qué pasa, Ana?
—Toma. —Saco la cajita de regalo de mi bolso—. Esto es para ti, por tu
cumpleaños. Quería dártelo ahora… pero solo si prometes no abrirlo hasta el sábado,
¿vale?
Me mira sorprendido, parpadea y traga saliva.
—Vale —murmura cauteloso.
Suspiro profundamente y se lo entrego, sin hacer caso de su perplejidad.
Sacude la cajita, que hace un ruidito muy sugerente. Frunce el ceño. Sé lo desesperado
que está por ver qué contiene. Entonces sonríe, y en sus ojos aparece una chispa de
emoción juvenil y espontánea. Oh, Dios… aparenta la edad que tiene… y está
guapísimo.
—No puedes abrirlo hasta el sábado —le advierto.
—Ya lo sé —dice—. ¿Por qué me lo das ahora?
Mete la cajita en el bolsillo interior de su americana azul de raya
diplomática, cerca de su corazón.
Qué apropiado, pienso. Sonrío con complicidad.
—Porque puedo, señor Grey.
En sus labios aparece una mueca teñida de ironía.
—Vaya, señorita Steele, me ha copiado la frase.
Una recepcionista amable y de aire eficiente nos hace pasar a la palaciega
consulta del doctor Flynn. Saluda a Christian muy afectuosa, un poco demasiado
afectuosa para mi gusto —tiene edad para ser su madre—, y él la llama por su nombre.
La sala es sobria: de color verde claro, con dos sofás verde oscuro frente a
dos sillones orejeros de piel, y con una atmósfera propia de un club inglés. El doctor
Flynn está sentado en su escritorio, al fondo.
Cuando entramos, se pone de pie y se acerca a nosotros en la zona
destinada a las visitas. Lleva pantalones negros y una camisa abierta de color azul
claro, sin corbata. Sus brillantes ojos azules parecen no perder detalle.
—Christian.
Sonríe amigablemente.
—John. —Christian le estrecha la mano—. ¿Te acuerdas de Anastasia?
—¿Cómo iba a olvidarme? Bienvenida, Anastasia.
—Ana, por favor —balbuceo, y él me da la mano con energía.
Me encanta su acento inglés.
—Ana —dice afablemente, y nos acompaña hasta los sofás.
Christian me señala uno de ellos. Me siento, apoyando la mano en el brazo
intentando parecer relajada, y él se acomoda en el otro en el extremo más próximo a
mí, de manera que estamos sentados en ángulo recto. En medio tenemos una mesita con
una sencilla lámpara. Me llama la atención la caja de pañuelos que hay junto a la
lámpara.
Esto no es lo que esperaba. Tenía en mente una estancia austera, blanca con
un diván negro de piel.
Con actitud eficiente y relajada, el doctor Flynn se sienta en uno de los
sillones orejeros y coge un cuaderno de notas. Christian cruza las piernas, apoyando un
tobillo en la rodilla, y extiende el brazo sobre el respaldo del sofá. Acerca la otra
mano a la que tengo sobre el apoyabrazos y me la aprieta para darme ánimos.
—Christian ha solicitado que estuvieras presente en una de nuestras
sesiones —dice el doctor Flynn amablemente—. Para tu información, consideramos
estas conversaciones como algo estrictamente confidencial…
Arqueo una ceja e interrumpo a Flynn.
—Esto… eh… he firmado un acuerdo de confidencialidad —murmuro,
avergonzada por haberle cortado.
Los dos se me quedan mirando, y Christian me suelta la mano.
—¿Un acuerdo de confidencialidad?
El doctor Flynn frunce el ceño y mira a Christian, intrigado.
Él se encoge de hombros.
—¿Empiezas todas tus relaciones con mujeres firmando un acuerdo de ese
tipo? —le pregunta el doctor Flynn.
—Con las contractuales, sí.
El doctor Flynn esboza una mueca.
—¿Has tenido otro tipo de relaciones con mujeres? —pregunta, y parece
divertido.
—No —contesta Christian al cabo de un momento, y él también parece
divertido.
—Eso pensaba. —El doctor Flynn vuelve a dirigirse a mí—. Bien, supongo
que no tenemos que preocuparnos por el tema de la confidencialidad, pero ¿puedo
sugerir que habléis entre vosotros sobre eso en algún momento? Según tengo entendido,
no estáis sujetos a una relación contractual.
—Yo espero llegar a otro tipo de contrato —dice Christian en voz baja,
mirándome.
Me ruborizo y el doctor Flynn entorna los ojos.
—Ana. Tendrás que perdonarme, pero probablemente sepa más de ti de lo
que crees. Christian se ha mostrado muy comunicativo.
Nerviosa, miro de reojo a Christian. ¿Qué le ha dicho?
—¿Un acuerdo de confidencialidad? —prosigue—. Eso debió de
impactarte mucho.
Le miro algo desconcertada.
—Bueno, eso me parece una nimiedad comparado con lo que Christian me
ha revelado últimamente —contesto con un hilo de voz, sonando bastante nerviosa.
—De eso estoy seguro. —El doctor Flynn me sonríe afectuosamente—.
Bueno, Christian, ¿de qué querías hablar?
Christian se encoge de hombros como un adolescente hosco.
—Era Anastasia la que quería verte. Tal vez deberías preguntárselo a ella.
El doctor Flynn vuelve a mostrarse sorprendido y me observa con
perspicacia.
Dios. Esto es una tortura. Yo me miro las manos.
—¿Estarías más a gusto si Christian nos dejara un rato a solas?
Clavo los ojos en Christian, que me devuelve una mirada expectante.
—Sí —susurro.
Christian tuerce el gesto y abre la boca, pero vuelve a cerrarla enseguida y
se pone de pie con un rápido y ágil movimiento.
—Estaré en la sala de espera —dice, y su boca dibuja una mueca de
contrariedad.
Oh, no.
—Gracias, Christian —dice el doctor Flynn, impasible.
Christian me dedica una mirada escrutadora, y luego sale con paso enérgico
de la habitación… aunque sin dar un portazo. Uf. Me relajo al instante.
—¿Te intimida?
—Sí. Pero no tanto como antes.
Me siento desleal, pero es la verdad.
—Eso no me sorprende, Ana. ¿En qué puedo ayudarte?
Bajo la mirada hacia mis manos enlazadas. ¿Qué puedo preguntar?
—Doctor Flynn, esta es mi primera relación con un hombre, y Christian
es… bueno, es Christian. Durante la última semana han pasado muchas cosas, y no he
tenido oportunidad de analizarlas.
—¿Qué necesitas analizar?
Levanto la vista hacia él. Me está mirando con la cabeza ladeada y, creo,
semblante compasivo.
—Bueno… Christian me dice que le parece bien renunciar a… eh…
Balbuceo y me callo. Es mucho más difícil hablar de esto de lo que
pensaba.
El doctor Flynn suspira.
—Ana, en el breve tiempo que hace que le conoces, has hecho más
progresos que yo en los dos años que le he tenido como paciente. Has causado un
profundo efecto en él. Eso tienes que verlo.
—Él también ha causado un profundo efecto en mí. Es solo que no sé si
seré bastante para él. Para satisfacer sus necesidades —susurro.
—¿Es eso lo que necesitas de mí? ¿Que te tranquilice?
Asiento.
—Christian necesita un cambio —dice sencillamente—. Se ha visto en una
situación en la que sus métodos para afrontarla ya no le sirven. Es algo muy simple: tú
le has obligado a enfrentarse a algunos de sus demonios, y a recapacitar.
Le miro fijamente. Eso cuadra bastante con lo que Christian me ha contado.
—Sí, sus demonios —murmuro.
—No profundizaremos en ellos… son cosa del pasado. Christian ya sabe
cuáles son sus demonios, como yo… y estoy seguro de que ahora tú también. Me
preocupa mucho más el futuro, y conducir a Christian al lugar donde quiere estar.
Frunzo el ceño y él levanta una ceja.
—El término técnico es SFBT… lo siento. —Sonríe—. Son las siglas en
inglés de «terapia breve centrada en soluciones». Está básicamente orientada a
alcanzar un objetivo. Nos concentramos en la meta a la que quiere llegar Christian y en
cómo conducirle hasta allí. Es un enfoque dialéctico. No tiene sentido culpabilizarse
por el pasado: eso ya lo han analizado todos los médicos, psicólogos y psiquiatras que
han visitado a Christian. Sabemos por qué es como es, pero lo importante es el futuro.
A qué aspira Christian, adónde quiere llegar. Hizo falta que le abandonaras para que él
aceptara seriamente este tipo de terapia. Es consciente de que su objetivo es una
relación amorosa contigo. Es así de simple, y ahora trabajaremos sobre eso. Hay
obstáculos, naturalmente: su hafefobia, por ejemplo.
¿Su qué? Le miro boquiabierta.
—Perdona. Me refiero a su miedo a que le toquen —dice el doctor Flynn, y
mueve la cabeza como regañándose a sí mismo—. Del que estoy convencido de que
eres consciente.
Me ruborizo y asiento. ¡Ah, eso!
—Sufre un aborrecimiento mórbido hacia sí mismo. Estoy seguro de que
esto no te sorprende. Y, por supuesto, está la… parasomnia… esto… perdona, dicho
llanamente, los terrores nocturnos.
Parpadeo e intento absorber todas esas complejas palabras. Todo eso ya lo
sé, pero el doctor Flynn no ha mencionado mi preocupación principal.
—Pero es un sádico. Seguro que, como tal, tiene necesidades que yo no
puedo satisfacer.
El doctor Flynn alza la vista al cielo con gesto exasperado y aprieta los
labios.
—Eso ya no se considera un término psiquiátrico. No sé cuántas veces se lo
he repetido a Christian. Ni siquiera se considera una parafilia desde los años noventa.
El doctor Flynn ha conseguido que vuelva a perderme. Le miro y parpadeo.
Él reacciona con una sonrisa amable.
—Esa es mi cruz —afirma meneando la cabeza—. Simplemente Christian
piensa lo peor en cualquier situación. Forma parte de ese aborrecimiento que siente
por sí mismo. Por supuesto que existe el sadismo sexual, pero no es una enfermedad:
es una opción vital. Y si se practica de forma segura, dentro de una relación sana y
consentida entre adultos, no hay problema. Por lo que yo sé, todas las relaciones
BDSM que ha mantenido Christian han sido así. Tú eres la primera amante que no lo ha
consentido, de manera que está dispuesto a no hacerlo.
¡Amante!
—Pero seguramente no resulte tan sencillo.
—¿Por qué no?
El doctor Flynn se encoge de hombros con expresión afable.
—Bien… las razones por las que lo hace.
—Esa es la cuestión, Ana. En términos de la terapia breve centrada en
soluciones, es así de simple. Christian quiere estar contigo. Para eso, tiene que
renunciar a los aspectos más extremos de ese tipo de relación. Al fin y al cabo, lo que
tú pides es razonable… ¿verdad?
Me sonrojo. Sí, es razonable, ¿verdad?
—Eso pienso yo. Pero me preocupa lo que piense él.
—Christian lo ha admitido y ha actuado en consecuencia. Él no está loco.
—El doctor Flynn suspira—. En resumen, no es un sádico, Ana. Es un joven brillante,
airado y asustado, a quien al nacer le tocó una espantosa mano de cartas en la vida.
Todos podemos golpearnos el pecho de indignación ante esa injusticia, y analizar hasta
la extenuación el quién, el cómo y el porqué de todo ello; o Christian puede avanzar y
decidir cómo quiere vivir de ahora en adelante. Había descubierto algo que le funcionó
durante unos años, más o menos, pero desde que te conoció, ya no le funciona. Y en
consecuencia, ha cambiado su modus operandi. Tú y yo tenemos que respetar su
elección y apoyarle.
Le miro confusa.
—¿Y esa es mi garantía de tranquilidad?
—La mejor posible, Ana. En esta vida no hay garantías. —Sonríe—. Y esta
es mi opinión profesional.
Le devuelvo una débil sonrisa. Bromas de médicos… vaya.
—Pero él se considera una especie de alcohólico en rehabilitación.
—Christian siempre pensará lo peor de sí mismo. Como he dicho, eso
forma parte del aborrecimiento que siente por sí mismo. Es su carácter, pase lo que
pase. Naturalmente, hacer ese cambio en su vida le preocupa. Se expone
potencialmente a todo un universo de sufrimiento emocional, del cual, por cierto, tuvo
un anticipo cuando tú le dejaste. Es lógico que se muestre aprensivo. —Hace una pausa
—. No voy a insistir más en la importancia de tu papel en esta conversión de
Damasco… en su camino hacia Damasco. Pero la tiene, y mucha. Christian no estaría
en este punto si no te hubiera conocido. Personalmente yo no creo que la del alcohólico
sea una buena analogía, pero si por ahora le sirve, pienso que deberíamos concederle
el beneficio de la duda.
Concederle a Christian el beneficio de la duda. Frunzo el ceño ante la idea.
—Emocionalmente, Christian es un adolescente, Ana. Pasó totalmente de
largo por esa fase de su vida. Ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo
de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Ahora tiene que poner al día su
universo emocional.
—¿Y yo cómo puedo ayudarle?
El doctor Flynn se echa a reír.
—Limítate a seguir haciendo lo que estás haciendo. —Me sonríe—.
Christian está perdidamente enamorado. Es fantástico verle así.
Me ruborizo, y la diosa que llevo dentro se abraza entusiasmada, pero hay
algo que me sigue preocupando.
—¿Puedo preguntarle una cosa más?
—Por supuesto.
Suspiro profundamente.
—Una parte de mí piensa que, si Christian no estuviera tan destrozado, no
me querría… a mí.
El doctor Flynn arquea las cejas, sorprendido.
—Esa es una valoración muy negativa de ti misma, Ana. Y, francamente,
dice más sobre ti que sobre Christian. No llega al nivel de su odio hacia sí mismo,
pero me sorprende.
—Bueno, mírele a él… y luego míreme a mí.
El doctor Flynn tuerce el gesto.
—Lo he hecho. He visto a un hombre joven y atractivo, y a una mujer joven
y atractiva. ¿Por qué no te consideras atractiva, Ana?
Oh, no… no quiero que esto se centre ahora mí. Me miro los dedos. En ese
momento llaman con energía a la puerta y me sobresalto. Christian vuelve a entrar en la
sala, mirándonos fijamente a ambos. Yo me ruborizo y vuelvo la vista hacia Flynn, que
sonríe afablemente a Christian.
—Bienvenido de nuevo, Christian —dice.
—Creo que ya ha pasado la hora, John.
—Ya casi estamos, Christian. Pasa.
Christian se sienta, a mi lado esta vez, y apoya la mano sobre mi rodilla
posesivamente. Un gesto que no le pasa desapercibido al doctor Flynn.
—¿Quieres preguntar algo más, Ana? —inquiere el doctor con
preocupación evidente.
Maldita sea… no debería haberle planteado eso. Niego con la cabeza.
—¿Christian?
—Hoy no, John.
Flynn asiente.
—Puede que sea beneficioso para los dos que volváis. Estoy seguro de que
Ana tendrá más preguntas.
Christian hace a regañadientes un gesto de conformidad.
Me ruborizo. Oh, no… quiere profundizar. Christian me da una palmadita
en la mano y me mira atentamente.
—¿De acuerdo? —pregunta en voz baja.
Yo le sonrío y asiento. Sí, vamos a concederle el beneficio de la duda, por
gentileza del buen doctor inglés.
Christian me aprieta la mano y se vuelve hacia Flynn.
—¿Cómo está? —pregunta en un susurro.
¿Se refiere… a mí?
—Saldrá de esta —contesta este tranquilizadoramente.
—Bien. Mantenme informado de su evolución.
—Lo haré.
Oh, Dios. Están hablando de Leila.
—¿No deberíamos salir a celebrar tu ascenso? —me pregunta Christian en
un tono inequívoco.
Asiento tímidamente y se pone de pie.
Nos despedimos apresuradamente del doctor Flynn, y Christian me hace
salir con un apremio inusitado.
* * *
Una vez en la calle, se vuelve hacia mí y me mira.
—¿Qué tal ha ido?
Su voz tiene un matiz de ansiedad.
—Ha ido bien.
Me mira con suspicacia. Yo ladeo la cabeza.
—Señor Grey, por favor, no me mire de esa manera. Por órdenes del
doctor, voy a concederte el beneficio de la duda.
—¿Qué quiere decir eso?
—Ya lo verás.
Tuerce el gesto y entorna los ojos.
—Sube al coche —ordena, y abre la puerta del pasajero del Saab.
Oh… cambio de rumbo. Mi BlackBerry empieza a vibrar. La saco de mi
bolso.
¡Oh, no, José!
—¡Hola!
—Ana, hola…
Observo a Cincuenta, que me mira con recelo. «José», articulo en silencio.
Me observa impasible, pero se le endurece la expresión. ¿Cree que no me doy cuenta?
Devuelvo mi atención a José.
—Perdona que no te haya llamado. ¿Es por lo de mañana? —le pregunto a
José, pero con los ojos puestos en Christian.
—Sí, oye: he hablado con un tipo que había en casa de Grey, así que ya sé
dónde tengo que entregar las fotos. Iré allí entre las cinco y las seis… después de eso,
estoy libre.
Ah.
—Bueno, de hecho ahora estoy instalada en casa de Christian, y él dice que
si quieres puedes dormir allí.
Christian aprieta los labios, que se convierten en una fina y dura línea.
Mmm… menudo anfitrión está hecho.
José se queda callado un momento para digerir la noticia. Yo siento cierta
vergüenza. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar con él sobre Christian.
—Vale —dice finalmente—. Esto de Grey… ¿va en serio?
Le doy la espalda al coche y camino hasta el otro lado de la acera.
—Sí.
—¿Cómo de serio?
Pongo los ojos en blanco y me quedo callada. ¿Por qué Christian tiene que
estar escuchando?
—Serio.
—¿Está contigo ahora? ¿Por eso hablas con monosílabos?
—Sí.
—Vale. Entonces, ¿tienes permiso para salir mañana?
—Claro.
Eso espero, y automáticamente cruzo los dedos.
—Bueno, ¿dónde quedamos?
—Puedes venir a buscarme al trabajo —sugiero.
—Vale.
—Te mando un mensaje con la dirección.
—¿A qué hora?
—¿A las seis?
—Muy bien. Quedamos así. Tengo ganas de verte, Ana. Te echo de menos.
Sonrío.
—Estupendo. Nos vemos.
Cuelgo el teléfono y me doy la vuelta.
Christian está apoyado en el coche, mirándome con una expresión
inescrutable.
—¿Cómo está tu amigo? —pregunta con frialdad.
—Está bien. Me recogerá en el trabajo y supongo que iremos a tomar algo.
¿Te apetecería venir con nosotros?
Christian vacila. Sus ojos grises permanecen fríos.
—¿No crees que intentará algo?
—¡No! —exclamo en tono exasperado… pero me abstengo de poner los
ojos en blanco.
—De acuerdo. —Christian levanta las manos en señal de rendición—. Sal
con tu amigo, y ya te veré a última hora de la tarde.
Yo me esperaba una discusión, y su rápido consentimiento me coge a
contrapié.
—¿Ves como puedo ser razonable? —dice sonriendo.
Yo tuerzo el gesto. Eso ya lo veremos.
—¿Puedo conducir?
Christian parpadea, sorprendido por mi petición.
—Preferiría que no.
—¿Por qué, si se puede saber?
—Porque no me gusta que me lleven.
—Esta mañana no te importó, y tampoco parece que te moleste mucho que
Taylor te lleve.
—Es evidente que confío en la forma de conducir de Taylor.
—¿Y en la mía no? —Pongo las manos en las caderas—. Francamente… tu
obsesión por el control no tiene límites. Yo conduzco desde los quince años.
Él responde encogiéndose de hombros, como si eso no tuviera la menor
importancia. ¡Oh… es tan exasperante! ¿Beneficio de la duda? Al carajo.
—¿Es este mi coche? —pregunto.
Él me mira con el ceño fruncido.
—Claro que es tu coche.
—Pues dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y
únicamente para ir y volver del trabajo. Solo lo estás disfrutando tú.
Estoy a punto de hacer un puchero. Christian tuerce la boca para disimular
una sonrisa.
—Pero si no sabes adónde vamos.
—Estoy segura de que usted podrá informarme, señor Grey. Hasta ahora lo
ha hecho muy bien.
Se me queda mirando, atónito, y entonces sonríe, con esa nueva sonrisa
tímida que me desarma totalmente y me deja sin respiración.
—¿Así que lo he hecho bien, eh? —murmura.
Me sonrojo.
—En general, sí.
—Bien, en ese caso…
Me da las llaves, se dirige hasta la puerta del conductor y me la abre.
* * *
—Aquí a la izquierda —ordena Christian, mientras circulamos en dirección
norte hacia la interestatal 5—. Demonios… cuidado, Ana.
Se agarra al salpicadero.
Oh, por Dios. Pongo los ojos en blanco, pero no me vuelvo a mirarle. Van
Morrison canta de fondo en el equipo de sonido del coche.
—¡Más despacio!
—¡Estoy yendo despacio!
Christian suspira.
—¿Qué te ha dicho el doctor Flynn?
Capto la ansiedad que emana de su voz.
—Ya te lo he explicado. Dice que debería concederte el beneficio de la
duda.
Maldita sea… quizá debería haber dejado que condujera Christian. Así
podría observarle. De hecho… Pongo el intermitente para detener el coche.
—¿Qué estás haciendo? —espeta, alarmado.
—Dejar que conduzcas tú.
—¿Por qué?
—Así podré mirarte.
Se echa a reír.
—No, no… querías conducir tú. Así que sigue conduciendo, y yo te miraré
a ti.
Le pongo mala cara.
—¡No apartes la vista de la carretera! —grita.
Me hierve la sangre. ¡Hasta aquí! Acerco el coche al bordillo justo delante
de un semáforo, salgo del coche dando un portazo y me quedo de pie en la acera, con
los brazos cruzados. Le fulmino con la mirada. Él también se baja del Saab.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta enfurecido.
—No, ¿qué estás haciendo tú?
—No puedes aparcar aquí.
—Ya lo sé.
—Entonces, ¿por qué aparcas?
—Porque ya estoy harta de que me des órdenes a gritos. ¡O conduces tú o
dejas de comentar cómo conduzco!
—Anastasia, vuelve a entrar en el coche antes de que nos pongan una multa.
—No.
Me mira y parpadea, sin saber qué decir; entonces se pasa la mano por el
pelo, y su enfado se convierte en desconcierto. De repente está tan gracioso, que no
puedo evitar sonreírle. Él frunce el ceño.
—¿Qué? —me grita otra vez.
—Tú.
—¡Oh, Anastasia! Eres la mujer más frustrante que he conocido en mi vida.
—Levanta las manos al aire, exasperado—. Muy bien, conduciré yo.
Le agarro por las solapas de la chaqueta y le acerco a mí.
—No… usted es el hombre más frustrante que he conocido en mi vida,
señor Grey.
Él baja los ojos hacia mí, oscuros e intensos, luego desliza los brazos
alrededor de mi cintura y me abraza muy fuerte.
—Entonces puede que estemos hechos el uno para el otro —dice en voz
baja con la nariz hundida en mi pelo, e inspira profundamente.
Le rodeo con los brazos y cierro los ojos. Por primera vez desde esta
mañana, me siento relajada.
—Oh… Ana, Ana, Ana —susurra, con los labios pegados a mi cabello.
Estrecho mi abrazo y nos quedamos así, inmóviles, disfrutando de un
momento de inesperada tranquilidad en la calle. Me suelta y me abre la puerta del
pasajero. Entro y me siento en silencio, mirando como él rodea el coche.
Arranca y se incorpora al tráfico, canturreando abstraído al son de Van
Morrison.
Uau. Nunca le había oído cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el
ceño. Tiene una voz encantadora… cómo no. Mmm… ¿me habrá oído él cantar?
¡Si fuera así, no te habría pedido que te casaras con él! Mi subconsciente
tiene los brazos cruzados, vestida con estampado de cuadros Burberry. Termina la
canción y Christian sonríe satisfecho.
—Si nos hubieran puesto una multa, este coche está a tu nombre, ¿sabes?
—Bueno, pues qué bien que me hayan ascendido. Así podré pagarla —digo
con suficiencia, mirando su encantador perfil.
Esboza una media sonrisa. Empieza a sonar otra canción de Van Morrison
mientras Christian se incorpora al carril que lleva a la interestatal 5, en dirección
norte.
—¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa. ¿Qué más te ha dicho Flynn?
Suspiro.
—Habló de la FFFSTB o no sé qué terapia.
—SFBT. La última opción terapéutica —musita.
—¿Has probado otras?
Christian suelta un bufido.
—Nena, me he sometido a todas. Cognitiva, freudiana, funcionalista,
Gestalt, del comportamiento… Escoge la que quieras, que durante estos años seguro
que la he probado —dice en un tono que delata su amargura.
El resentimiento que destila su voz resulta angustioso.
—¿Crees que este último enfoque te ayudará?
—¿Qué ha dicho Flynn?
—Que no escarbáramos en tu pasado. Que nos centráramos en el futuro…
en la meta a la que quieres llegar.
Christian asiente, pero se encoge de hombros al mismo tiempo con
expresión cauta.
—¿Qué más? —insiste.
—Ha hablado de tu miedo a que te toquen, aunque él lo ha llamado de otra
forma. Y sobre tus pesadillas, y el odio que sientes hacia ti mismo.
Le observo a la luz del crepúsculo y se le ve pensativo, mordisqueándose el
pulgar mientras conduce. Vuelve la cabeza hacia mí.
—Mire a la carretera, señor Grey —le riño.
Parece divertido y levemente irritado.
—Habéis estado hablando mucho rato, Anastasia. ¿Qué más te ha dicho?
Yo trago saliva.
—Él no cree que seas un sádico —murmuro.
—¿De verdad? —dice Christian en voz baja y frunce el ceño.
La atmósfera en el interior del coche cae en picado.
—Dice que la psiquiatría no admite ese término desde los años noventa —
musito, intentando recuperar de inmediato el buen ambiente.
La cara de Christian se ensombrece y lanza un suspiro.
—Flynn y yo tenemos opiniones distintas al respecto.
—Él dice que tú siempre piensas lo peor de ti mismo. Y yo sé que eso es
verdad —murmuro—. También ha mencionado el sadismo sexual… pero ha dicho que
eso es una opción vital, no un trastorno psiquiátrico. Quizá sea en eso en lo que estás
pensando.
Vuelve a fulminarme con la mirada y aprieta los labios.
—Así que tienes una charla con el médico y te conviertes en una experta —
comenta con acidez, y vuelve a mirar al frente.
Oh, vaya… Suspiro.
—Mira… si no quieres oír lo que me ha dicho, entonces no preguntes —
replico en voz baja.
No quiero discutir. De todas formas, tiene razón… ¿Qué demonios sé yo de
todo esto? ¿Quiero saberlo siquiera? Puedo enumerar los puntos principales: su
obsesión por el control, su posesividad, sus celos, su sobreprotección… y comprendo
perfectamente de dónde proceden. Incluso puedo entender por qué no le gusta que le
toquen: he visto las cicatrices físicas. Las mentales solo puedo imaginarlas, y
únicamente en una ocasión he tenido un atisbo de sus pesadillas. Y el doctor Flynn ha
dicho…
—Quiero saber de qué habéis hablado —interrumpe Christian mi reflexión.
Deja la interestatal 5 en la salida 172 y se dirige al oeste, hacia el sol que
se pone lentamente.
—Ha dicho que yo era tu amante.
—¿Ah, sí? —Ahora su tono es conciliador—. Bueno, es bastante maniático
con los términos. A mí me parece una descripción bastante exacta. ¿A ti, no?
—¿Tú considerabas amantes a tus sumisas?
Christian frunce una vez más el ceño, pero ahora con gesto pensativo. Hace
girar suavemente el Saab de nuevo en dirección norte. ¿Adónde vamos?
—No. Eran compañeras sexuales —murmura, con voz cauta—. Tú eres mi
única amante. Y quiero que seas algo más.
Oh… ahí está otra vez esa palabra mágica, rebosante de posibilidades. Eso
me hace sonreír, y me abrazo a mí misma por dentro, intentando contener mi alegría.
—Lo sé —susurro, haciendo esfuerzos para ocultar la emoción—. Solo
necesito un poco de tiempo, Christian. Para reflexionar sobre estos últimos días.
Él me mira con la cabeza ladeada, extrañado, perplejo.
El semáforo ante el que estamos parados se pone verde. Christian asiente y
sube la música. La conversación ha terminado.
Van Morrison sigue cantando —con más optimismo ahora— sobre una
noche maravillosa para bailar bajo la luna. Contemplo por la ventanilla los pinos y los
abetos cubiertos por la pátina dorada de la luz crepuscular, y sus sombras alargadas
que se extienden sobre la carretera. Christian ha girado por una calle de aspecto más
residencial, y enfilamos hacia el oeste, hacia el Sound.
—¿Adónde vamos? —pregunto otra vez cuando volvemos a girar.
Atisbo la señal de la calle: 9TH AVE. NW. Estoy desconcertada.
—Sorpresa —dice, y sonríe misteriosamente.