Gia Matteo es un mujer guapa; una mujer alta y muy guapa. Lleva el pelo corto de peluquería, con unas
capas perfectas y peinado en una sofisticada corona. Se ha puesto un traje pantalón gris claro: unos
pantalones de sport y una chaqueta ajustada que abrazan sus generosas curvas. Su ropa parece cara. En la
base de su cuello brilla un solo diamante que va a juego con los pendientes de un quilate que lleva en las
orejas. Va muy bien arreglada. Es una de esas mujeres de buena familia que crecieron con dinero. Pero su
educación de buena familia se le ha olvidado esta noche. Lleva la blusa azul claro demasiado desabrochada.
Igual que yo. Me ruborizo.
—Christian. Ana —saluda con una sonrisa que muestra unos dientes blancos perfectos y tiende una mano
con una manicura cuidada primero a Christian y después a mí. Es un poquito más baja que Christian, pero
lleva unos tacones increíbles.
—Gia —la saluda Christian educadamente.
Yo sonrío con frialdad.
—Qué bien se os ve después de la luna de miel —dice amablemente y mira con sus ojos castaños a
Christian a través de sus largas pestañas llenas de rimel.
Christian me rodea con el brazo y me acerca a él.
—Lo hemos pasado de maravilla, gracias. —Me da un beso rápido en la sien que me pilla por sorpresa.
¿Ves? Es mío. Irritante, exasperante incluso… pero mío. Yo sonrío. Ahora mismo te quiero mucho,
Christian Grey. Yo también le rodeo la cintura con el brazo, meto la mano en el bolsillo de atrás de su
pantalón y le doy un apretón en el culo. Gia nos sonríe sin ganas.
—¿Habéis podido echarle un vistazo a los planos?
—Sí —le confirmo. Miro a Christian, que me devuelve la mirada con una ceja levantada, divertido. ¿Qué
es lo que le divierte? ¿Mi reacción ante Gia o que le haya tocado el culo?
—Acompáñanos, por favor —le dice Christian—. Tenemos aquí los planos —añade señalando la mesa de
comedor. Me coge la mano y nos dirigimos a la mesa, con Gia detrás.
Por fin recuerdo que tengo modales.
—¿Te apetece algo de beber? —le pregunto—. ¿Una copa de vino?
—Oh, sí, fantástico —dice Gia—. Blanco seco, si tienes.
¡Mierda! Sauvignon blanc. Eso es un blanco seco, ¿no? Apartándome de mi marido a regañadientes, voy a
la cocina. Oigo el sonido del iPod cuando Christian enciende la música.
—¿Tú quieres más vino, Christian? —le digo desde la cocina.
—Sí, por favor, nena —dice con voz suave y sonriéndome. Uau… Puede ser tan perfecto a veces y tan
insoportable otras…
Me estiro para abrir el armario y noto que Christian me está mirando. Tengo la extraña sensación de que
Christian y yo estamos haciendo una representación, jugando a algo, pero esta vez desde el mismo bando y
nos enfrentamos a la señorita Matteo. ¿Sabe que a ella le atrae y lo está haciendo a propósito para que lo vea?
Siento una oleada de placer cuando entiendo que está intentando que me sienta segura. O tal vez le esté
mandando a esa mujer un mensaje alto y claro de que ya está pillado.
Mío. Sí, zorra… mío. La diosa que llevo dentro se ha puesto el traje de gladiadora y ha decidido que no va
a hacer prisioneros. Sonriendo para mí cojo tres copas del armario, la botella de sauvignon blanc del
frigorífico y lo pongo todo en la barra para el desayuno. Gia está inclinada sobre la mesa y Christian de pie a
su lado señalándole algo de los planos.
—Creo que Ana tiene alguna objeción acerca de la pared de cristal, pero en general los dos estamos
encantados con las ideas que nos has presentado.
—Oh, me alegro —dice Gia, visiblimente aliviada, y al decirlo le toca el brazo a Christian en un gesto
coqueto. Christian se tensa de inmediato de forma sutil. Ella no parece notarlo. Déjale tranquilo ahora mismo.
No le gusta que le toquen…
Dando un paso para alejarse y quedar fuera de su alcance, Christian se vuelve hacia mí.
—Por aquí empezamos a tener sed… —me dice.
—Ya voy.
Sigue jugando. Ella le hace sentir incómodo. ¿Por qué no me he dado cuenta de eso antes? Por eso no me
cae bien. Él está acostumbrado a la forma en que las mujeres reaccionan ante él. Yo lo he visto muchas veces
y él no suele darle importancia. Pero que le toquen es otra cosa. Bien, la señora Grey al rescate.
Sirvo el vino rápidamente, cojo las tres copas y voy corriendo a salvar a mi caballero en apuros. Le ofrezco
una copa a Gia y me coloco entre ella y Christian. Ella me sonríe educadamente al coger la copa. Le paso la
segunda copa a Christian, que la coge ansioso, con una expresión de gratitud divertida.
—Salud —nos dice Christian a las dos, pero mirándome a mí. Gia y yo levantamos las copas y
respondemos al unísono. Le doy un sorbo al vino que me sienta de maravilla.
—Ana, ¿tienes objeciones sobre la pared de cristal? —me pregunta Gia.
—Sí. Me encanta, no me malinterpretes. Pero prefiero que la incorporemos de una forma más orgánica a la
casa. Yo me enamoré de la casa como estaba y no quiero hacer cambios radicales.
—Ya veo.
—Quiero que el diseño sea algo armonioso… Más en consonancia con la casa original. —Miro a
Christian, que me observa pensativo.
—¿Sin grandes reformas? —me pregunta.
—Exacto. —Niego con la cabeza para enfatizar lo que quiero decir.
—¿Te gusta como está?
—En su mayor parte sí. En el fondo siempre he sabido que solo necesitaba unos toques de calor humano.
Los ojos de Christian brillan con ternura. Gia nos mira a los dos y se ruboriza.
—Está bien —dice—, creo que sé lo que quieres decir, Ana. ¿Y qué te parece si dejamos la pared de
cristal, pero la ponemos mirando a un porche más grande para seguir manteniendo el estilo mediterráneo? Ya
tenemos la terraza de piedra. Podemos poner pilares de la misma piedra, muy separados para que no se pierda
la vista. Y añadir un techo de cristal o azulejos como los del resto de la casa. Así conseguimos una zona
techada y abierta donde comer o sentarse.
Tengo que reconocerlo… Esa mujer es buena.
—O en vez del porche podemos incorporar unas contraventanas de madera del color que elijáis a las
puertas de cristal. Eso también puede ayudar a mantener ese espíritu mediterráneo —continúa.
—Como los postigos azules que vimos en el sur de Francia —le digo a Christian, que me mira fijamente.
Le da un sorbo al vino y se encoje de hombros, sin hacer ningún comentario. Mmm… No le gusta esa idea,
pero no la rechaza, ni se ríe de mí, ni me hace sentir estúpida. Dios mío, este hombre es una contradicción en
sí mismo. Me vienen a la cabeza sus palabras de ayer: «Quiero que la casa sea como tú desees. Lo que tú
desees. Es tuya». Quiere que yo sea feliz, feliz en todo lo que hago. En el fondo creo que lo sé, pero es solo
que… Freno en seco. Ahora no es momento de pensar en la discusión. Mi subconsciente me mira enfadada.
Gia está pendiente de Christian, esperando a que tome la decisión. Veo que se le dilatan las pupilas y que
separa los labios cubiertos de brillo. Se pasa la lengua rápidamente por el labio superior antes de darle otro
sorbo al vino. Cuando me vuelvo hacia Christian me doy cuenta de que todavía me está mirando a mí, no a
ella. ¡Sí! Yo voy a tomar las decisiones, señorita Matteo.
—Ana, ¿qué quieres tú? —me pregunta Christian, pasándome claramente la pelota.
—Me gusta la idea del porche.
—A mí también.
Me vuelvo hacia Gia. Oye, chica, mírame a mí, no a él. Yo soy la que toma las decisiones en este tema.
—Me gustaría ver unos dibujos con los cambios incorporados, con lo del porche más grande y los pilares a
juego con el resto de la casa.
Gia aparta a regañadientes los ojos de mi marido y me sonríe. ¿Es que cree que no me doy cuenta?
—Claro —concede en tono agradable—. ¿Alguna otra cosa?
¿Aparte de follarte con la mirada a mi marido?
—Christian quiere remodelar la suite principal —continúo.
Se oye una tosecita discreta desde la entrada. Los tres nos giramos y nos encontramos con que Taylor está
allí de pie.
—¿Qué quieres, Taylor? —le pregunta Christian.
—Necesito tratar con usted un asunto urgente, señor Grey.
Christian apoya las manos en mis hombros desde detrás de mí y le habla a Gia.
—La señora Grey está a cargo de este proyecto. Tiene carta blanca. Haz lo que ella quiera. Confío
completamente en su instinto. Es muy lista. —Su voz cambia sutilmente; ahora hay orgullo y una advertencia
velada. ¿Una advertencia para Gia?
¿Que confía en mi instinto? Oh, este hombre es imposible… Mi instinto le ha dejado esta tarde pasar por
encima de mis sentimientos sin la menor consideración. Niego con la cabeza frustrada, pero me alegro de que
le esté diciendo a la señorita demasiado-provocativa-pero-desgraciadamente-buena-en-su-trabajo que yo soy
la que está al mando. Le acaricio la mano que tiene sobre mi hombro.
—Disculpadme. —Christian me da un apretón en el hombro antes de seguir a Taylor. Me pregunto qué
estará pasando.
—Hablábamos de la suite principal… —retoma nerviosa Gia.
La miro y espero un momento para asegurarme de que Christian y Taylor no pueden oírnos. Entonces,
reuniendo toda mi fuerza interior y aprovechando que he estado muy enfadada las últimas cinco horas, me
decido a descargarlo con ella.
—Haces bien en ponerte nerviosa, Gia, porque ahora mismo tu trabajo en este proyecto pende de un hilo.
Pero no tiene por qué haber ningún problema siempre y cuando mantengas las manos alejadas de mi marido.
Ella da un respingo.
—Si no, te despido, ¿entendido? —digo pronunciando todas las palabras con mucha claridad.
Parpadea muy rápido, totalmente asombrada. No se puede creer lo que acabo de decir. Yo misma no me
puedo creer lo que acabo de decir. Pero me mantengo firme y miro impasible sus ojos marrones que se abren
cada vez más.
¡No te eches atrás! ¡No te eches atrás! He aprendido de Christian, que es el mejor en estas cosas, esa
expresión impasible que descoloca a cualquiera. Sé que renovar la residencia de Christian Grey es un
proyecto prestigioso para el estudio de arquitectura de Gia, una bonita pluma para poner en su sombrero. No
puede perder este encargo. Y ahora mismo me importa un comino que sea amiga de Elliot.
—Ana… Señora Grey… Lo siento. No pretendía… —Se ruboriza sin saber qué más decir.
—Seamos claras. A mi marido no le interesas.
—Por supuesto… —dice ella y se queda pálida.
—Solo quería ser clara, como he dicho.
—Señora Grey, me disculpo si es que ha pensado que… he… —no termina la frase porque sigue sin saber
qué decir.
—Bien, siempre y cuando nos entendamos, todo irá bien. Ahora voy a explicarte lo que tenemos en mente
para la suite principal y después quiero que veamos la relación de materiales que tienes pensado usar. Como
sabes, Christian y yo queremos que esta casa sea ecológicamente sostenible y quiero saber qué materiales
vamos a utilizar y de dónde proceden, para que él se quede tranquilo.
—Claro, claro… —balbucea todavía con los ojos muy abiertos y parece sinceramente intimidada por mí.
He triunfado. La diosa que llevo dentro da una vuelta al estadio saludando a la multitud enfervorecida.
Gia se toca el pelo para colocárselo y me doy cuenta de que es un gesto de nerviosismo.
—Bien, la suite… —dice nerviosa con un hilo de voz.
Ahora que tengo el control me siento relajada por primera vez desde mi reunión con Christian de esta tarde.
Puedo hacer esto. La diosa que llevo dentro está celebrando que ella también lleva dentro una bruja.
Christian vuelve con nosotras justo cuando ya estamos terminando.
—¿Ya está? —pregunta. Me rodea la cintura con el brazo y se vuelve hacia Gia.
—Sí, señor Grey. —Gia sonríe ampliamente, pero su sonrisa parece tensa—. Volveré a enviarle los planos
modificados dentro de un par de días.
—Excelente. ¿Estás contenta? —me pregunta directamente con la mirada cariñosa y a la vez inquisitiva.
Asiento y me sonrojo no sé por qué.
—Tengo que irme —dice Gia con demasiado entusiasmo. Extiende la mano para estrechar la mía primero
y después la de Christian.
—Hasta la próxima, Gia —me despido.
—Sí, señora Grey. Señor Grey.
Taylor aparece en la entrada del salón.
—Taylor te acompañará a la salida —digo lo bastante alto para que él me oiga.
Ella vuelve a tocarse el pelo, se gira sobre sus tacones altos y sale de la habitación seguida de cerca por
Taylor.
—Estaba bastante más fría —señala Christian, mirándome burlonamente.
—¿Ah, sí? No me he dado cuenta. —Me encojo de hombros intentando parecer indiferente—. ¿Qué quería
Taylor? —le pregunto en parte porque tengo curiosidad y en parte porque quiero cambiar de tema.
Con el ceño fruncido Christian me suelta y empieza a enrollar los planos sobre la mesa.
—Era sobre Hyde.
—¿Qué pasa con él?
—Nada de lo que preocuparse, Ana. —Deja los planos y me atrae hacia sus brazos—. Por lo que parece
no ha pasado por su apartamento en semanas, eso es todo. —Me da un beso en el pelo, me suelta y termina lo
que estaba haciendo—. ¿Qué habéis decidido? —me pregunta y sé que es porque no quiere que siga
interrogándole sobre Hyde.
—Lo que tú y yo hablamos. Creo que le gustas —le digo en voz baja.
Él ríe.
—¿Le has dicho algo? —me pregunta y yo me ruborizo. ¿Cómo lo sabe? Como no sé qué decir, me miro
los dedos—. Éramos Christian y Ana cuando ha entrado y señor y señora Grey cuando se ha ido. —Su tono
es seco.
—Es posible que le haya dicho algo —murmuro. Cuando levanto la vista para mirarle, él me está
observando con ojos tiernos y por un momento parece… encantado.
Baja la mirada, niega con la cabeza y su expresión cambia.
—Solo reacciona ante esta cara. —Suena un poco resentido, incluso un poco asqueado.
Oh, Cincuenta, no…
—¿Qué? —Le sorprende mi expresión de perplejidad. Sus ojos se abren por la alarma—. No estarás
celosa, ¿verdad? —me pregunta horrorizado.
Me sonrojo, trago saliva y me miro los dedos entrelazados. ¿Lo estoy?
—Ana, es una depredadora sexual. No es mi tipo. ¿Cómo puedes estar celosa de ella? ¿De cualquiera?
Nada de lo que ella tiene me interesa.
Cuando levanto la vista, está mirándome como si me hubiera salido una extremidad de más. Se pasa una
mano por el pelo.
—Solo existes tú, Ana —dice en voz baja—. Siempre existirás solo tú.
Oh, Dios mío… Dejando los planos una vez más, Christian se acerca a mí y me coge la barbilla entre el
pulgar y el índice.
—¿Cómo has podido pensar otra cosa? ¿Te he dado alguna vez señales de que podía estar remotamente
interesado en otra persona? —Sus ojos sueltan llamaradas, fijos en los míos.
—No —le susurro—. Me estoy comportando como una tonta. Es que hoy… tú… —Todas las emociones
en conflicto de antes vuelven a salir a la superficie. ¿Cómo puedo explicarle lo confusa que estoy? Me ha
desconcertado y frustrado su comportamiento de esta tarde en mi despacho. En un momento me estaba
pidiendo que me quedara en casa y poco después me estaba regalando una empresa. ¿Cómo voy a
entenderle?
—¿Qué pasa conmigo?
—Oh, Christian —me tiembla el labio inferior—, estoy intentando adaptarme a esta nueva vida que nunca
había imaginado que llegaría a vivir. Todo me lo has puesto en bandeja: el trabajo, a ti… Tengo un marido
guapísimo al que nunca, nunca habría creído que podría querer de un modo tan fuerte, tan rápido, tan…
indeleble. —Inspiro hondo para calmarme y él se queda boquiabierto—. Pero eres como un tren de
mercancías y no quiero que me arrolles, porque entonces la chica de la que te enamoraste acabará
desapareciendo, aplastada. ¿Y qué quedará? Una radiografía social vacía que va de una organización
benéfica a otra. —Vuelvo a detenerme, luchando por encontrar las palabras para expresar cómo me siento—.
Y ahora quieres que sea la presidenta de una empresa, algo que nunca ha pasado por mi cabeza. Voy
rebotando de una cosa a otra, sin comprender, pasándolo mal. Primero me quieres en casa. Después quieres
que dirija una empresa. Es todo muy confuso. —Me detengo al fin, con las lágrimas a punto de caer y
reprimo un sollozo—. Tienes que dejarme tomar mis propias decisiones, asumir mis propios riesgos y cometer
mis propios errores y aprender de ellos. Tengo que aprender a andar antes de echar a correr, Christian, ¿no te
das cuenta? Necesito un poco de independencia. Eso es lo que significa mi nombre para mí. —Por fin… Eso
es lo que quería decirle esta tarde.
—¿Sientes que te voy a arrollar? —me pregunta en un susurro.
Asiento.
Cierra los ojos, inquieto.
—Solo quiero darte todo lo del mundo, Ana, cualquier cosa, todo lo que quieras. Y salvarte de todo
también. Mantenerte a salvo. Pero también quiero que todo el mundo sepa que eres mía. Me ha entrado el
pánico cuando he visto tu correo. ¿Por qué no has hablado conmigo de lo de tu apellido?
Me sonrojo. Tiene parte de razón.
—Lo pensé cuando estábamos de luna de miel, y, bueno… no quería pinchar la burbuja. Y después se me
olvidó. Me acordé ayer por la noche, pero pasó lo de Jack… Me distraje. Lo siento, debería haberlo hablado
contigo, pero no conseguí encontrar un buen momento.
La intensa mirada de Christian me pone nerviosa. Es como si estuviera intentando meterse en mi cabeza,
pero no dice nada.
—¿Por qué te entró el pánico? —le pregunto.
—No quiero que te escapes entre mis dedos.
—Por Dios, Christian, no voy a ir a ninguna parte. ¿Cuándo te vas a meter eso en tu dura mollera? Te.
Quiero —digo agitando una mano en el aire como él hace algunas veces para dar énfasis a lo que dice—.
Más que… «a la luz, al espacio y a la libertad».
Abre unos ojos como platos.
—¿Con el amor de una hija? —me sonríe irónico.
—No. —Río a pesar de todo—. Es que es la única cita que se me ha ocurrido.
—¿La del loco rey Lear?
—El muy amado y loco rey Lear. —Le acaricio la cara y él agradece mi contacto cerrando los ojos—. ¿Te
cambiarías tú el apellido y te pondrías Christian Steele para que todo el mundo supiera que eres mío?
Christian abre los ojos bruscamente y me mira como si acabara de decir que la tierra es plana. Frunce el
ceño.
—¿Que soy tuyo? —susurra como probando el sonido de las palabras.
—Mío.
—Tuyo —me dice repitiendo las palabras que dijimos en el cuarto de juegos ayer—. Sí, lo haría. Si eso
significara tanto para ti.
Oh, madre mía…
—¿Tanto significa para ti?
—Sí —dice sin dudarlo.
—Está bien. —Lo voy a hacer por él. Para darle la seguridad que sigue necesitando.
—Creía que ya me habías dicho que sí.
—Sí, lo hice, pero ahora lo hemos hablado mejor y estoy más contenta con mi decisión.
—Oh —murmura sorprendido. Después sonríe con esa preciosa sonrisa juvenil que me deja sin aliento. Me
agarra por la cintura y me hace girar. Yo chillo y empiezo a reírme; no sé si está feliz, aliviado o… ¿qué?
—Señora Grey, ¿sabe lo que esto significa para mí?
—Ahora sí lo sé.
Se inclina y me da un beso mientras enreda los dedos en mi pelo para que me quede quieta.
—Significa mil veces peor que el domingo —me dice junto a mis labios y me acaricia la nariz con la suya.
—¿Tú crees? —le pregunto apartándome un poco para mirarle.
—Has hecho ciertas promesas… Si se hace una oferta, después hay que aceptar el trato —me dice y sus
ojos brillan con un placer malicioso.
—Mmm… —Todavía estoy dudosa, intentando descubrir cuál es su humor ahora.
—¿No tendrás intención de faltar a una promesa que me has hecho? —me pregunta inseguro con una
mirada especulativa—. Tengo una idea —añade.
Oh, qué perversión se le habrá ocurrido…
—Hay un asunto importante del que tenemos que ocuparnos —continúa de repente muy serio—. Sí,
señora Grey, un asunto de gran importancia.
Un momento… Se está riendo de mí.
—¿Qué? —le pregunto.
—Necesito que me cortes el pelo. Aparentemente lo llevo demasiado largo y a mi mujer no le gusta.
—¡Yo no puedo cortarte el pelo!
—Sí que puedes. —Christian sonríe y sacude la cabeza de forma que el pelo demasiado largo le tapa los
ojos.
—Bueno, creo que la señora Jones tiene unos tazones… —Río.
Él también se ríe.
—Vale, entendido. Le diré a Franco que me lo corte.
¡No! Franco trabaja para la bruja… Quizá yo pueda cortárselo un poco. Lo he hecho con Ray durante años
y él nunca se quejó.
—Vamos —le digo cogiéndole la mano.
Él me mira con los ojos muy abiertos. Le llevo hasta el baño, donde le suelto la mano para coger la silla
blanca de madera que hay en un rincón. La coloco delante del lavabo. Cuando miro a Christian veo que él me
está contemplando con una diversión que no puede ocultar, los pulgares metidos en las trabillas del cinturón
de sus pantalones y los ojos ardientes.
—Siéntate —le digo señalando la silla vacía e intentando mantener mi ventaja momentánea.
—¿Me vas a lavar el pelo?
Asiento. Arquea una ceja por la sorpresa y durante un momento creo que se va a echar atrás.
—Vale. —Se desabrocha lentamente los botones de la camisa blanca, empezando por el que tiene bajo la
garganta. Sus dedos diestros se ocupan de un botón cada vez hasta que se abre toda la camisa.
Oh, Dios mío… La diosa que llevo dentro se detiene en mitad de su vuelta de honor al estadio.
Christian me tiende uno de sus puños en un gesto que indica «suéltamelo tú» y su boca esboza esa media
sonrisa tan sexy y desafiante que a él se le da tan bien.
Oh, los gemelos. Le cojo la muñeca y le quito el primero, un disco de platino con sus iniciales grabadas en
una sencilla letra bastardilla. Después le quito el otro. Cuando lo hago le miro y su expresión divertida ha
desaparecido para dejar paso a algo más excitante… mucho más excitante. Estiro los brazos y le bajo la
camisa por los hombros, dejando que caiga al suelo.
—¿Listo? —le susurro.
—Para lo que tú quieras, Ana.
Mis ojos abandonan los suyos y bajan hasta sus labios separados para poder inspirar más profundamente.
Esculpidos, cincelados o lo que sea… Tiene una boca increíble y sabe más que de sobra qué hacer con ella.
Me doy cuenta de que me estoy acercando para besarle.
—No —me dice y coloca las dos manos sobre mis hombros—. Si sigues por ahí, no llegarás a cortarme el
pelo.
¡Oh!
—Quiero que lo hagas —continúa, y su mirada es directa y sincera por alguna razón que no me explico.
Eso me desarma.
—¿Por qué? —pregunto en un susurro.
Me mira durante un segundo y sus ojos se abren un poco más.
—Porque me hace sentir querido.
Prácticamente se me para el corazón. Oh, Christian, mi Cincuenta… Y antes de darme cuenta le estoy
abrazando y besándole el pecho antes de apoyar la mejilla sobre el vello de su pecho, que me hace cosquillas.
—Ana. Mi Ana —murmura. Me envuelve con sus brazos y los dos nos quedamos de pie inmóviles,
abrazándonos en nuestro baño. Oh, cómo me gusta estar entre sus brazos. Aunque sea un imbécil dominante
y megalómano, es mi imbécil dominante y megalómano que necesita una dosis de cariño que dure toda la
vida. Me aparto un poco, pero no le suelto.
—¿De verdad quieres que lo haga?
Asiente y sonríe con timidez. Yo le devuelvo la sonrisa y rompo el abrazo.
—Entonces siéntate —le pido otra vez.
Él obedece sentándose de espaldas al lavabo. Me quito los zapatos y los alejo con el pie hasta donde está
su camisa tirada en el suelo del baño. Cojo de la ducha su champú de Chanel que compramos en Francia.
—¿Le gusta este champú al señor? —le digo mostrándoselo con ambas manos como si estuviera
vendiendo algo en la teletienda—. Traído personalmente desde el sur de Francia. Me gusta como huele…
huele a ti —añado en un susurro abandonando el estilo de presentadora de televisión.
—Sigue, por favor —dice sonriendo.
Cojo una toalla pequeña del toallero eléctrico. La señora Jones sí que sabe hacer que las toallas estén de lo
más suaves.
—Échate hacia delante —le ordeno y Christian obedece.
Le cubro los hombros con la toalla y abro los grifos para llenar el lavabo de agua tibia.
—Ahora échate para atrás. —Me gusta estar al mando. Christian me obedece, pero es demasiado alto. Se
sienta más al borde e inclina la silla hasta que la parte alta del respaldo se apoye contra el lavabo. Una
distancia perfecta. Deja caer la cabeza. Sus ojos me miran fijamente y yo sonrío. Cojo uno de los vasos que
tenemos sobre el lavabo, lo sumerjo en el agua para llenarlo y después la vierto sobre la cabeza de Christian
para mojarle el pelo. Repito el proceso inclinándome sobre él.
—Huele muy bien, señora Grey —murmura y cierra los ojos.
Mientras le voy mojando el pelo metódicamente, aprovecho para mirarle con total libertad. Dios… ¿Me
voy a cansar alguna vez de mirarle? Sus largas pestañas oscuras están desplegadas sobre sus mejillas, tiene los
labios un poco separados formando un pequeño rombo oscuro y respira tranquilo. Mmm, qué ganas tengo de
meter por ahí la lengua…
Le echo agua en los ojos accidentalmente. ¡Mierda!
—Perdón.
Coge una esquina de la toalla y se ríe al quitarse el agua de los ojos.
—Oye, ya sé que soy un petulante, pero no intentes ahogarme.
Me inclino, le beso la frente y suelto una risita.
—No me tientes.
Me coge la nuca y se acerca para juntar sus labios con los míos. Me da un beso breve a la vez que emite un
sonido satisfecho desde el fondo de la garganta. Ese sonido entra en conexión con los músculos de lo más
profundo de mi vientre. Es un sonido muy seductor. Me suelta y vuelve a colocarse obedientemente,
mirándome con expectación. Durante un momento parece vulnerable, como un niño. Se me ablanda el
corazón.
Me echo un poco de champú en la palma y le masajeo la cabeza, empezando por las sienes y subiendo
hasta la coronilla para después bajar por los lados haciendo círculos con los dedos rítmicamente. Él cierra los
ojos y vuelve a hacer ese sonido grave y ronroneante.
—Qué gusto… —dice un momento después y se relaja bajo el firme contacto de mis dedos.
—¿A que sí? —Vuelvo a besarle la frente.
—Me gusta que me rasques con las uñas. —Sigue con los ojos cerrados, pero tiene una feliz expresión de
satisfacción; ya no queda ni rastro de su vulnerabilidad. Oh, cuánto ha cambiado su humor… Me alegra saber
que he sido yo quien ha logrado ese cambio.
—Levanta la cabeza —le ordeno y él obedece. Mmm… Cualquier mujer se podría acostumbrar a esto. Le
froto con la espuma la parte de atrás de la cabeza, rascándole con las uñas—. Atrás otra vez.
Vuelve a colocarse y le aclaro el champú con ayuda del vaso. Esta vez consigo no salpicarle la cara.
—¿Otra vez? —le pregunto.
—Por favor. —Abre los ojos y su mirada serena se encuentra con la mía. Le sonrío.
—Ahora mismo, señor Grey.
Me voy al lavabo que normalmente usa Christian y lo lleno de agua templada.
—Para aclararte —le digo cuando me mira intrigado.
Repito el proceso con el champú mientras escucho su respiración regular y profunda. Cuando tiene la
cabeza cubierta de espuma, me tomo otro momento para contemplar el delicado rostro de mi marido. No me
puedo resistir. Le acaricio la mejilla tiernamente y él abre los ojos para observarme, casi adormilado, a través
de sus largas pestañas. Me inclino y le doy un beso suave y casto en los labios. Él sonríe, cierra los ojos y
deja escapar un suspiro de total satisfacción.
¿Quién iba a creer que después de nuestra discusión de esta tarde podría estar ahora tan relajado? Y sin
sexo… Me inclino más sobre él.
—Mmm… —murmura encantado cuando le rozo la cara con los pechos. Conteniendo las ganas de
sacudirme, quito el tapón para que se vaya el agua llena de espuma. Él me pone las manos en la cadera y
después las desliza hasta mi culo.
—No se manosea al servicio —le digo fingiendo desaprobación.
—No te olvides de que estoy sordo —dice con los ojos todavía cerrados mientras me baja las manos por el
culo y empieza a subirme la falda. Le doy un manotazo en el brazo. Me lo estoy pasando bien jugando a la
peluquería. Sonríe con una gran sonrisa infantil, como si le hubiera pillado haciendo algo de lo que en el
fondo se sintiera orgulloso.
Cojo el vaso otra vez, pero ahora utilizo el agua del otro lavabo para aclararle el champú del pelo. Sigo
inclinada sobre él, que no me aparta las manos del culo y mueve los dedos de un lado a otro, de arriba abajo,
otra vez de un lado a otro… Mmmm… Me contoneo un poco. Él gruñe desde el fondo de la garganta.
—Ya está. Todo aclarado.
—Bien —dice. Sus dedos me aprietan el culo y se incorpora en el asiento con el pelo mojado goteándole
por todo el cuerpo. Tira de mí para sentarme en su regazo y sus manos suben desde mi culo hasta la nuca.
Después pasan a mi barbilla para mantenerme quieta. De repente doy un respingo al notar sus labios sobre los
míos y su lengua caliente y dura dentro de mi boca. Entierro los dedos entre su pelo mojado y empieza a
resbalar agua por mis brazos. Su pelo me cubre la cara. Su mano baja de mi barbilla al primer botón de mi
blusa—. Ya vale de tanto acicalamiento. Quiero follarte mil veces peor que el domingo y podemos hacerlo
aquí o en el dormitorio. Tú decides.
Los ojos de Christian lanzan llamaradas, calientes y llenos de promesas, y su pelo nos está mojando a los
dos. Se me seca la boca.
—¿Dónde va a ser, Anastasia? —me pregunta todavía sujetándome en su regazo.
—Estás mojado —le respondo.
Agacha la cabeza y me pasa el pelo mojado por la parte delantera de la blusa. Me retuerzo e intento
zafarme, pero él me agarra más fuerte.
—Oh, no, no te escaparás, nena. —Cuando levanta la cabeza sonriéndome travieso me he convertido en
Miss Camiseta Mojada 2011. Tengo la blusa empapada y se me transparenta todo. Estoy mojada… por todas
partes—. Me encanta esta vista —susurra y se agacha para rodearme una y otra vez un pezón con la nariz.
Me retuerzo—. Respóndeme, Ana. ¿Aquí o en el dormitorio?
—Aquí —le susurro ansiosa. A la mierda el corte de pelo… Ya se lo haré luego.
Sonríe lentamente; sus labios se curvan en una sonrisa sensual llena de una promesa lasciva.
—Buena elección, señora Grey —dice junto a mis labios. Me suelta la barbilla y baja la mano hasta mi
rodilla. Después la desliza sin dificultad por mi pierna, subiéndome la falda y acariciándome la piel, lo que me
provoca un cosquilleo. Me va recorriendo la línea de la mandíbula desde la base de la oreja sin dejar de
besarme.
—Vamos a ver, ¿qué te voy a hacer? —me susurra. Detiene los dedos en el principio de mis medias—. Me
gusta esto —me dice y mete un dedo bajo la media y la va rodeando hasta llegar a la parte interior del muslo.
Doy un respingo y vuelvo a retorcerme en su regazo.
Él gruñe desde el fondo de su garganta.
—Te voy a follar mil veces peor que el domingo. Pero tienes que quedarte quieta.
—Oblígame —le desafío con la voz grave y jadeante.
Christian inhala con fuerza. Entorna los ojos y me mira con una expresión excitada y los párpados
entrecerrados.
—Oh, señora Grey, solo tiene que pedirlo. —Su mano pasa de la parte de arriba de las medias a mis bragas
—. Vamos a quitarte esto. —Tira un poco y yo me muevo para ayudarle. Deja escapar el aire entre los
dientes apretados cuando lo hago—. Quieta —me ordena.
—Te estoy ayudando… —me defiendo con un mohín y él me muerde el labio inferior.
—Quieta —repite con voz ronca.
Me baja las bragas por las piernas y me las quita. Me sube la falda hasta que queda toda arrugada en mis
caderas. Después me coge de la cintura con las dos manos y me levanta. Todavía tiene mis bragas en la
mano.
—Siéntate. A horcajadas —me ordena mirándome intensamente a los ojos.
Hago lo que me pide; me quedo a horcajadas sobre él y le miro provocativa. ¡Vamos a por ello, Cincuenta!
—Señora Grey —me dice en un tono de advertencia—, ¿pretende incitarme? —Me mira divertido pero a
la vez excitado. Es una combinación muy seductora.
—Sí, ¿qué vas a hacer al respecto?
Sus ojos se encienden con un placer lujurioso ante mi desafío y yo empiezo a notar su erección debajo de
mí.
—Junta las manos detrás de la espalda.
¡Oh! Obedezco y él me ata las manos con mis bragas con una habilidad asombrosa.
—¡Son mis bragas! Señor Grey, no tiene vergüenza —le regaño.
—No en lo que respecta a usted, señora Grey, pero seguro que ya lo sabía… —Su mirada es intensa y
excitante. Me rodea la cintura con las manos y me desplaza para que quede sentada un poco más atrás en su
regazo. Le cae agua por el cuello y por el pecho. Quiero agacharme y lamerle las gotas que resbalan, pero
atada como estoy resulta difícil.
Christian me acaricia los dos muslos y baja las manos hasta mis rodillas. Suavemente me las separa un
poco más y abre un espacio entre las suyas para que quede encajada en esa posición. Sus dedos empiezan a
ocuparse de mi blusa.
—No creo que vayamos a necesitar esto —dice y empieza a desabrochar mecánicamente los botones de la
blusa húmeda que tengo pegada al cuerpo.
No aparta su mirada de la mía. Se toma su tiempo en la tarea y sus ojos se oscurecen cada vez más según
se acerca al final. El pulso se me acelera y mi respiración se vuelve superficial. No me lo puedo creer. Casi no
me ha tocado y ya estoy así: excitada, necesitada… preparada. Quiero retorcerme. Me deja la blusa húmeda
abierta. Me acaricia la cara con las dos manos y su pulgar me roza el labio inferior. De repente me mete el
pulgar en la boca.
—Chupa —me ordena poniendo énfasis en la CH. Cierro la boca alrededor del dedo y hago exactamente
lo que me ha pedido. Oh, me gusta este juego. Sabe bien. ¿Qué otra cosa podría chuparle? Los músculos de
mi vientre se tensan solo de pensarlo. Él abre los labios cuando le rozo con los dientes y después le muerdo la
yema del pulgar.
Gime, saca lentamente el pulgar húmedo de mi boca y lo baja por la barbilla, la garganta y el esternón.
Engancha con él una de las copas de mi sujetador y tira de ella hacia abajo, liberando mi pecho.
Su mirada nunca se separa de la mía. Está observando todas las reacciones que su contacto provoca en mí
y yo le observo a él. Es muy excitante. Devorador. Posesivo. Me encanta. Empieza a hacer lo mismo con la
otra mano, de forma que en un segundo tengo ambos pechos libres. Me cubre los dos con las manos y me
pasa los pulgares sobre los pezones rodeándolos muy lentamente, provocándolos y excitándolos hasta que los
dos se endurecen y se dilatan por su hábil contacto. Intento con todas mis fuerzas no moverme, pero parece
que mis pezones están conectados con mi entrepierna y no puedo evitar gemir y echar atrás la cabeza hasta
que finalmente cierro los ojos y me rindo a esa tortura tan dulce.
—Chis… —El sonido que emite Christian está en total contradicción con sus caricias y el ritmo constante y
sostenido de sus diestros dedos—. Quieta, nena, quieta…
Deja un pecho y me coloca la mano extendida sobre la nuca. Se inclina hacia delante, se mete en la boca el
pezón que acaba de descuidar su mano y lo chupa con fuerza. Su pelo mojado me hace cosquillas. Al mismo
tiempo deja de acariciar el otro pezón y en su lugar lo coge entre el pulgar y el índice y lo gira suavemente y
después tira.
—¡Ah! ¡Christian! —gimo y siento que mi cadera da una sacudida. Pero él no se detiene. Sigue con su
provocación lenta, pausada y desesperante. Mi cuerpo empieza a arder cuando el placer me invade.
—Christian, por favor —gimo.
—Mmm… —ronronea—. Quiero que te corras así. —Mi pezón logra un respiro mientras sus palabras me
acarician la piel. Es como si estuviera dirigiéndose a una parte profunda y oscura de mi mente que solo él
conoce. Cuando retoma lo que estaba haciendo, con los dientes esta vez, el placer es casi intolerable. Gimo
muy alto, me revuelvo en su regazo e intento lograr algo de fricción contra sus pantalones. Tiro de las bragas
que me atan sin conseguir nada. Quiero tocarle, pero me pierdo… me pierdo en esta traicionera sensación.
—Por favor… —le susurro de nuevo suplicante y el placer me llena el cuerpo desde el cuello hasta las
piernas y los dedos de los pies, tensándolo todo a su paso.
—Tienes unos pechos preciosos, Ana —gime—. Algún día te los tengo que follar.
¿Qué demonios significa eso? Abro los ojos y le miro con la boca abierta mientras sigue chupando. Mi piel
responde a su contacto. Ya no siento la blusa húmeda ni su pelo mojado. No siento nada aparte del fuego.
Arde deliciosamente con un calor que nace de lo más profundo de mi interior. Todos los pensamientos
desaparecen cuando mi cuerpo se tensa y los músculos aprietan… listos, muy cerca… buscando la liberación.
Él no se detiene, no deja de chupar y de tirar, volviéndome loca. Quiero… quiero…
—Déjate ir —jadea Christian.
Y yo lo hago, bien alto, mi orgasmo haciéndome estremecer el cuerpo. Entonces él para esa tortura tan
dulce y me abraza apretándome contra él a la vez que mi cuerpo entra en la espiral del clímax. Cuando por fin
abro los ojos, tengo la cabeza apoyada en su pecho y él me está contemplando.
—Dios, cómo me gusta ver cómo te corres, Ana. —Suena maravillado.
—Eso ha sido… —Me faltan las palabras.
—Lo sé. —Se acerca a mí y me besa, todavía con la mano en mi nuca, sujetándome la cabeza ladeada para
poder darme un beso profundo, lleno de amor y de veneración.
Me vuelvo a perder en ese beso.
Se aparta para respirar y sus ojos tienen ahora el color de una tormenta tropical.
—Ahora te voy a follar con fuerza —murmura.
Madre mía. Me agarra por la cintura, me levanta de entre sus muslos y me sienta más cerca de sus rodillas.
Con la mano derecha se desabrocha el botón de los pantalones azul marino y con la izquierda me acaricia el
muslo arriba y abajo, parándose cada vez que llega al borde de las medias. Me está mirando fijamente.
Estamos cara a cara y yo estoy indefensa, atada y en sujetador y medias. Creo que este es uno de nuestros
momentos más íntimos; aquí, cerca, sentada en su regazo, mirando sus hermosos ojos grises. Me hace sentir
un poco descarada y a la vez muy conectada con él; no siento ni vergüenza ni timidez. Es Christian, mi
marido, mi amante, mi megalómano dominante, mi Cincuenta… el amor de mi vida. Se baja la cremallera y a
mí se me seca la boca al ver aparecer su erección, libre al fin.
Sonríe.
—¿Te gusta? —susurra.
—Ajá —le digo. Se envuelve el pene con la mano y empieza a moverla arriba y abajo. Oh, madre mía. Le
miro a través de mis pestañas. Joder, es tan sexy…
—Se está mordiendo el labio, señora Grey.
—Eso es porque tengo hambre.
—¿Hambre? —Abre la boca sorprendido y los ojos se le abren un poco más.
—Sí —le digo humedeciéndome los labios.
Me dedica una sonrisa enigmática y se muerde el labio inferior sin dejar de tocarse. ¿Por qué ver a mi
marido dándose placer me pone tanto?
—Ya veo. Deberías haber cenado. —Su tono es burlón y de censura a la vez—. Pero tal vez yo pueda
hacer algo… —Me pone la mano en la cintura—. Ponte de pie —me dice en voz baja y yo ya sé lo que va a
hacer.
Me pongo de pie; ya no me tiemblan las piernas.
—Y ahora de rodillas.
Hago lo que me pide y me arrodillo sobre el frío suelo de baldosas del baño. Se acerca al borde del asiento.
—Bésame —me pide sujetándose la erección con la mano. Le miro y advierto que se está pasando la
lengua por los dientes superiores. Es excitante, muy excitante ver su deseo, su deseo desnudo por mí y por mi
boca. Me acerco sin dejar de mirarle y le doy un beso en la punta del pene en erección. Veo como inhala con
fuerza y aprieta los dientes. Christian me coge la cabeza con la mano y yo le paso la lengua por la punta para
saborear una gotita de semen que hay en el extremo.
Mmm… sabe bien. Abre más la boca para poder respirar por ella cuando yo me lanzo sobre él,
metiéndomelo en la boca y chupando con fuerza.
—Ah…
Suelta el aire entre los dientes apretados y proyecta la cadera hacia delante, empujando dentro de mi boca.
Pero eso no me hace parar. Me cubro los dientes con los labios y bajo para después subir. Me coloca la otra
mano en la cabeza para agarrármela por ambos lados, enreda los dedos en mi pelo y lentamente va entrando y
saliendo de mi boca. Su respiración se acelera y se hace cada vez más trabajosa. Rodeo la punta con la lengua
y después me lo vuelvo a meter todo en la boca en perfecto contrapunto a su movimiento.
—Dios, Ana. —Suspira y aprieta los párpados. Se está perdiendo y verle así se me sube a la cabeza. Es por
mí. Muy lentamente aparto los labios y lo que le roza ahora son mis dientes—. ¡Ah! —Christian deja de
moverse. Se agacha y me coge para volver a subirme a su regazo—. ¡Para! —gruñe.
Busca detrás de mí y me libera las manos con un simple tirón a las bragas. Flexiono las muñecas y miro por
debajo de las pestañas a unos ojos abrasadores que me devuelven la mirada con amor, necesidad y lujuria. Y
de repente me doy cuenta de que soy yo la que quiere follarle mil veces peor que el domingo. Le deseo con
todas mis fuerzas. Quiero verle correrse debajo de mí. Le cojo el pene y me acerco rápidamente a él. Coloco
mi otra mano sobre su hombro y muy despacio y con mucho cuidado le introduzco dentro de mí. Él emite un
sonido gutural y salvaje desde el fondo de la garganta y levantando los brazos me arranca la blusa y la deja
caer en el suelo. Sus manos pasan a mis caderas.
—Quieta —dice con voz ronza y con las manos clavándose en mi carne—. Déjame saborear esto, por
favor. Saborearte…
Me quedo quieta. Oh, Dios… Me siento tan bien con él dentro de mí. Me acaricia la cara mirándome con
los ojos muy abiertos y salvajes y los labios separados. Se mueve debajo de mí y yo gimo y cierro los ojos.
—Este es mi lugar favorito —me susurra—. Dentro de ti. Dentro de mi mujer.
Oh, joder, Christian. No puedo aguantar más. Deslizo los dedos entre su pelo mojado, mis labios buscan
los suyos y empiezo a moverme. Arriba y abajo, poniéndome de puntillas… saboreándole, saboreándome. Él
gime fuerte y noto sus manos en mi pelo y en mi espalda y su lengua invadiendo mi boca ávidamente,
cogiéndolo todo y yo dándoselo encantada. Después de todas las discusiones del día, de mi frustración con él
y la suya conmigo, al menos todavía tenemos esto. Siempre tendremos esto. Le quiero tanto que es casi
demasiado. Baja las manos hasta colocarlas en mi culo para controlar mi movimiento, arriba y abajo, una y
otra vez, a su ritmo, su tempo caliente y resbaladizo.
—¡Ah! —gimo indefensa dentro de su boca y me dejo llevar.
—Sí, Ana, sí… —dice entre dientes y yo le cubro la cara de besos: en la barbilla, en la mandíbula, en el
cuello…—. Nena… —jadea y vuelve a atrapar mi boca.
—Oh, Christian, te quiero. Siempre te querré. —Estoy sin aliento, pero quiero que lo sepa, que esté seguro
de mí después de todas nuestras peleas de hoy.
Gime y me abraza con fuerza, abandonándose al clímax con un sollozo lastimero. Y eso es justo lo que
necesitaba para volver a llevarme al borde del abismo: le rodeo el cuello con los brazos y me dejo ir con él en
mi interior. Tengo los ojos llenos de lágrimas porque lo quiero muchísimo.
—Oye… —me susurra agarrándome la barbilla para echarme atrás la cabeza y mirándome preocupado—.
¿Por qué lloras? ¿Te he hecho daño?
—No —le digo para tranquilizarle.
Me aparta el pelo de la cara y me seca una lágrima con el pulgar a la vez que me besa tiernamente en los
labios. Sigue dentro de mí. Cambia de postura y yo hago una mueca cuando sale.
—¿Qué te pasa, Ana? Dímelo.
Sorbo por la nariz.
—Es que… Es solo que a veces me abruma darme cuenta de cuánto te quiero —le confieso. Él me sonríe
con esa sonrisa tímida tan especial que creo que tiene reservada solo para mí.
—Tú tienes el mismo efecto en mí —me susurra y me da otro beso. Yo sonrío y en mi interior la felicidad
se despereza y se estira encantada.
—¿Ah, sí?
Él sonríe.
—Sabes que sí.
—A veces sí lo sé. Pero no todo el tiempo.
—Ídem, señora Grey.
Le sonrío y le doy besitos en el pecho. Luego le acaricio el vello con la nariz. Christian me acaricia el pelo
y me pasa una mano por la espalda. Me suelta el sujetador y me baja un tirante. Me muevo para que me quite
el otro tirante y él deja caer al suelo el sujetador.
—Mmm… Piel contra piel —dice feliz y me abraza otra vez.
Me da un beso en el hombro y sube acariciándome con la nariz hasta mi oreja.
—Huele divinamente, señora Grey.
—Y usted, señor Grey. —Vuelvo a acariciarle con la nariz y aspiro el aroma de Christian, que ahora está
mezclado con el embriagador perfume del sexo. Podría quedarme así para siempre: en sus brazos, feliz y
satisfecha. Es justo lo que necesitaba después de este día de mucho trabajo, discusiones y de poner a una
zorra en su sitio. Aquí es donde quiero estar, y a pesar de su obsesión por el control y su megalomanía, este es
el sitio al que pertenezco. Christian entierra la nariz en mi pelo e inspira hondo. Yo suspiro satisfecha y noto
su sonrisa. Y así nos quedamos; sentados, abrazados y en silencio.
Pero un instante después la realidad se entromete en nuestro momento.
—Es tarde —dice Christian mientras me acaricia metódicamente la espalda con los dedos.
—Y tú sigues necesitando un corte de pelo.
Ríe.
—Cierto, señora Grey. ¿Tiene energía suficiente para acabar lo que ha empezado?
—Por usted, señor Grey, cualquier cosa. —Le doy otro beso en el pecho y me levanto a regañadientes.
—Un momento. —Me coge de las caderas y me gira. Me baja la falda y me la desabrocha para después
dejarla caer al suelo. Me tiende la mano, yo se la cojo y salgo de la falda. Ahora solo llevo puestas las medias
y el liguero—. Es usted una visión espectacular, señora Grey. —Se apoya en el respaldo de la silla y cruza los
brazos mientras me mira de arriba abajo.
Yo doy una vuelta para que él me vea.
—Dios, soy un hijo de puta con suerte —dice con admiración.
—Sí que lo eres.
Sonríe.
—Ponte mi camisa para cortarme el pelo. Así como estás ahora me distraes y no conseguiríamos llegar a la
cama hoy.
No puedo evitar sonreír. Como sé que está observando todos mis movimientos, voy pavoneándome hasta
donde dejamos mis zapatos y su camisa. Me agacho despacio, cojo la camisa, la huelo (mmm…) y después
me la pongo. Christian me mira con los ojos muy abiertos. Se ha vuelto a abrochar la bragueta y me está
contemplando atentamente.
—Menudo espectáculo, señora Grey.
—¿Tenemos tijeras? —le pregunto con aire inocente, agitando las pestañas.
—En mi estudio —me dice.
—Voy en su busca. —Le dejo allí, entro en el dormitorio y cojo el peine de mi tocador antes de
encaminarme a su estudio.
Cuando entro en el pasillo, advierto que la puerta del despacho de Taylor está abierta. La señora Jones está
de pie junto al umbral. Me quedo parada como si hubiera echado raíces. Taylor le está acariciando la cara con
los dedos y sonriéndole dulcemente. Entonces se inclina y le da un beso.
Vaya… ¿Taylor y la señora Jones? Me quedo con la boca abierta por el asombro. Bueno, yo creía… La
verdad es que sospechaba algo. ¡Pero ahora es obvio que están juntos! Me sonrojo porque me siento como
una voyeur y por fin consigo que mis pies vuelvan a echar a andar. Cruzo corriendo el salón y entro en el
estudio de Christian. Enciendo la luz y voy hasta su escritorio. Taylor y la señora Jones… ¡Vaya! Mi mente
va a mil por hora. Siempre he pensado que la señora Jones era mayor que Taylor. Oh, tampoco es tan difícil
de entender… Abro el cajón de arriba de la mesa y me distraigo inmediatamente: dentro hay un arma.
¡Christian tiene un arma!
Un revólver. Dios mío… No tenía ni idea de que Christian tuviera un arma. Lo saco, abro el tambor y lo
examino. Está cargado pero es ligero, muy ligero. Debe de ser de fibra de carbono. ¿Por qué puede querer
tener Christian un arma? Oh, espero que sepa usarla. Me vienen a la mente las advertencias constantes de Ray
sobre las armas de fuego (nunca olvidó su entrenamiento militar): «Esto te puede matar, Ana. Siempre que
cojas un arma de fuego debes saber cómo usarla». Devuelvo el arma al cajón y busco las tijeras. Las cojo y
salgo corriendo para volver con Christian, con la mente trabajando a mil por hora: Taylor y la señora Jones…
El revólver…
En la entrada del salón me topo con Taylor.
—Perdón, señora Grey. —Se sonroja al ver lo que llevo puesto.
—Oh, Taylor, hola… Le voy a cortar el pelo a Christian —le digo avergonzada.
Taylor está pasando tanta vergüenza como yo. Abre la boca para decir algo, pero vuelve a cerrarla y se
aparta.
—Después de usted, señora —dice formalmente.
Creo que estoy del color de mi antiguo Audi, el que Christian les compraba a todas sus sumisas. Esta
situación no podría ser más embarazosa…
—Gracias —murmuro y me apresuro por el pasillo. Mierda. ¿No me voy a acostumbrar nunca al hecho de
que no estamos solos? Corro al baño.
—¿Qué pasa? —Christian está de pie delante del espejo con mis zapatos en la mano. Toda la ropa que
estaba tirada en el suelo ahora está colocada ordenadamente al lado del lavabo.
—Me acabo de encontrar con Taylor.
—Oh. —Christian frunce el ceño—. ¿Así vestida?
Oh, mierda.
—No ha sido culpa de Taylor.
El ceño de Christian se hace más profundo.
—No, pero aun así…
—Estoy vestida.
—Muy poco vestida.
—No sé a quién le ha dado más vergüenza, si a él o a mí. —Intento la técnica de la distracción—. ¿Tú
sabías que él y Gail están… bueno… juntos?
Christian ríe.
—Sí, claro que lo sabía.
—¿Y por qué no me lo has dicho nunca?
—Pensé que tú también lo sabías.
—Pues no.
—Ana, son adultos. Viven bajo el mismo techo. Ninguno tiene compromiso y los dos son atractivos.
Me ruborizo y me siento tonta por no haberlo notado.
—Bueno, dicho así… Yo creía que Gail era mayor que Taylor.
—Lo es, pero no mucho. —Me mira perplejo—. A algunos hombres les gustan las mujeres mayores… —
Se calla de repente y se le abren mucho los ojos.
Le miro con el ceño fruncido.
—Ya… —le respondo molesta.
Christian parece arrepentido y me sonríe tiernamente. ¡Sí! ¡Mi técnica de distracción ha funcionado! Mi
subconsciente pone los ojos en blanco: Sí, pero ¿a qué precio? Ahora vuelve a cernirse sobre mí el fantasma
de la innombrable señora Robinson.
—Eso me recuerda algo —dice contento.
—¿Qué? —le pregunto. Cojo la silla y la giro para que quede mirando al espejo que hay sobre el lavabo—.
Siéntate —le ordeno. Christian me mira con indulgencia divertida, pero hace lo que le digo y se acomoda en
la silla. Empiezo a peinarle el pelo que ya solo tiene un poco húmedo.
—Estaba pensando que podríamos reformar las habitaciones que hay encima del garaje en la casa nueva
para que vivan ellos —me explica Christian—. Convertirlo en un hogar. Así tal vez la hija de Taylor podría
venir a quedarse con él más a menudo. —Me observa con cautela a través del espejo.
—¿Y por qué no se queda aquí?
—Taylor nunca me lo ha pedido.
—Tal vez deberías sugerírselo tú. Pero nosotros tendríamos que tener más cuidado.
Christian arruga la frente.
—No se me había ocurrido.
—Tal vez por eso Taylor no te lo ha pedido. ¿La conoces?
—Sí, es una niña muy dulce. Tímida. Muy guapa. Yo le pago el colegio.
¡Oh! Paro de peinarle y le miro desde el espejo.
—No tenía ni idea.
Él se encoge de hombros.
—Era lo menos que podía hacer. Además, así su padre no deja el trabajo.
—Estoy segura de que le gusta trabajar para ti.
Christian me mira sin expresión y después se encoje de hombros.
—No lo sé.
—Creo que te tiene mucho cariño, Christian. —Acabo de peinarle y le miro. Sus ojos no se apartan de los
míos.
—¿Tú crees?
—Sí.
Ríe burlón sin darle importancia, pero suena satisfecho, como si se alegrara en el fondo de caerle bien a su
personal.
—Entonces, ¿le dirás a Gia lo de las habitaciones sobre el garaje?
—Sí, claro. —Ya no siento la misma irritación que antes cuando menciona su nombre. Mi subconsciente
asiente satisfecha. Sí, hoy lo hemos hecho bien. La diosa que llevo dentro se regodea. Ahora dejará en paz a
mi marido y así no le hará sentir incómodo.
Ya estoy preparada para cortarle el pelo a Christian.
—¿Estás seguro? Es tu última oportunidad de echarte atrás.
—Hágalo lo peor que sepa, señora Grey. Yo no tengo que verme; usted sí.
Le sonrío.
—Christian yo podría pasarme el día mirándote.
Niega con la cabeza, exasperado.
—Solo es una cara bonita, nena.
—Y detrás de esa cara hay un hombre muy bonito también. —Le doy un beso en la sien—. Mi hombre.
Él sonríe tímido.
Cojo el primer mechón, lo peino hacia arriba y lo sostengo entre los dedos índice y corazón. Agarro el
peine con la boca, cojo las tijeras y doy el primer corte, con el que me llevo un centímetro y medio más o
menos. Christian cierra los ojos y se queda sentado como una estatua, suspirando satisfecho mientras yo sigo
cortando. De vez en cuanto abre los ojos y siempre le encuentro observándome. No me toca mientras trabajo,
lo que le agradezco. Su contacto… me distrae.
En quince minutos he acabado.
—Terminado. —Me gusta el resultado. Está tan guapo como siempre, con el pelo un poco caído y sexy,
solo que algo más corto.
Christian se mira en el espejo y parece agradablemente sorprendido. Sonríe.
—Un gran trabajo, señora Grey. —Gira la cabeza a un lado y luego al otro y me rodea con un brazo. Me
atrae hacia él, me da un beso y me acaricia el vientre con la nariz—. Gracias —me dice.
—Un placer. —Me agacho para darle un beso breve.
—Es tarde. A la cama. —Y me da un azote juguetón en el culo.
—¡Ah! Deberíamos limpiar un poco esto. —Hay pelos por todo el suelo.
Christian frunce el ceño como si eso no se le hubiera pasado por la cabeza.
—Vale, voy por la escoba —dice—. No quiero que andes por ahí avergonzando al personal con ese
atuendo tan inapropiado que llevas.
—Pero ¿sabes dónde está la escoba? —le pregunto inocentemente.
Christian se queda parado.
—Eh… no.
Río.
—Ya voy yo.
Cuando me meto en la cama y mientras espero que Christian venga también, pienso en el final tan diferente
que podía haber tenido este día. Estaba tan enfadada con él antes y él conmigo… ¿Cómo puedo tratar esa
tontería de que quiere que yo dirija una empresa? No deseo dirigir una empresa. Yo no soy él. Tengo que
pararlo ya. Tal vez deberíamos tener una palabra de seguridad para los momentos en que él sea demasiado
dominante y autoritario, para cuando sea petulante… Suelto una risita. Tal vez esa precisamente debería ser la
palabra de seguridad: petulante. Me gusta la idea.
—¿Qué? —me dice al entrar en la cama a mi lado, llevando solo los pantalones del pijama.
—Nada. Una idea.
—¿Qué idea? —Se estira en la cama a mi lado.
Ahí va…
—Christian, creo que no quiero dirigir una empresa.
Se apoya sobre uno de los codos y me mira.
—¿Por qué dices eso?
—Porque es algo que nunca me ha llamado la atención.
—Eres más que capaz de hacerlo, Anastasia.
—Me gusta leer, Christian. Dirigir una empresa me apartaría de eso.
—Podrías ser una directiva creativa.
Frunzo el ceño.
—Mira —continúa—, dirigir una empresa que funciona se basa en aprovechar el talento de los individuos
que tienes a tu disposición. Ahí es donde está tu talento y tus intereses; luego estructuras la empresa para
permitir que puedan hacer su trabajo. No lo rechaces sin pensarlo, Anastasia. Eres una mujer muy capaz.
Creo que podrías hacer lo que quisieras solo con proponértelo.
Vaya… ¿Cómo puede saber que eso se me daría bien?
—Me preocupa que me ocupe demasiado tiempo.
Christian frunce el ceño de nuevo.
—Tiempo que podría dedicarte a ti —digo sacando mi arma secreta.
Su mirada se oscurece.
—Sé lo que te propones —susurra divertido.
¡Mierda!
—¿Qué? —pregunto con fingida inocencia.
—Estás intentando distraerme del tema que tenemos entre manos. Siempre lo haces. No rechaces la idea
todavía, Ana. Piénsatelo. Solo te pido eso. —Se inclina y me da un beso casto y después me acaricia la
mejilla con el pulgar. Esta discusión va para largo. Le sonrío y de repente algo que ha dicho antes me viene a
la cabeza sin saber cómo.
—¿Puedo preguntarte algo? —digo con voz suave y tentadora.
—Claro.
—Antes has dicho que si estaba enfadada contigo, que te lo hiciera pagar en la cama. ¿Qué querías decir?
Se queda quieto.
—¿Tú qué crees que quería decir?
Dios, ahora tengo que decirlo…
—Que quieres que te ate.
Levanta ambas cejas por el asombro.
—Eh… no. No era eso lo que quería decir en absoluto.
—Oh. —Me sorprende la ligera decepción que siento.
—¿Quieres atarme? —me pregunta porque obviamente ha identificado mi expresión correctamente. Suena
alucinado. Me ruborizo.
—Bueno…
—Ana, yo… —No acaba la frase y algo oscuro cruza por su cara.
—Christian… —susurro alarmada. Me muevo para quedar tumbada de lado y apoyada en un codo como
él. Le acaricio la cara. Tiene los ojos muy abiertos y llenos de miedo. Sacude la cabeza con tristeza. ¡Mierda!
—. Christian, para. No importa. Solo creía que querías decir eso.
Me coge la mano y se la pone sobre el corazón, que le late con fuerza. ¡Joder! ¿Qué pasa?
—Ana, no sé cómo me sentiría si estuviera atado y tú me tocaras…
Se me eriza el vello. Es como si me estuviera confesando algo profundo y oscuro.
—Todo esto es demasiado nuevo todavía —dice en voz baja y ronca.
Joder. Solo era una idea. Soy consciente de que él está avanzando bastante, pero todavía le queda mucho.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… La ansiedad me atenaza el corazón. Me inclino y él se queda
petrificado, pero yo le doy un beso en la comisura de la boca.
—Christian, no te he entendido bien. No te preocupes por eso. No lo pienses, por favor. —Le doy un beso
más apasionado. Él cierra los ojos, gruñe y responde a mi beso. Después me empuja contra el colchón y me
agarra la barbilla con las manos. Y en unos momentos los dos estamos perdidos… Perdidos el uno en el otro una vez más.