Solo hay dolor. La cabeza, el pecho… Un dolor que quema. El costado, el brazo. Dolor. Dolor y palabras
susurradas en la penumbra. ¿Dónde estoy? Aunque lo intento, no puedo abrir los ojos. Las palabras en
susurros se van volviendo más claras, un faro en medio de la oscuridad.
—Tiene una contusión en las costillas, señor Grey, y una fractura en el cráneo, justo bajo el nacimiento del
pelo, pero sus constantes vitales son estables y fuertes.
—¿Por qué sigue inconsciente?
—La señora Grey ha sufrido un fuerte golpe en la cabeza. Pero su actividad cerebral es normal y no hay
inflamación. Se despertará cuando esté preparada para ello. Solo dele un poco de tiempo.
—¿Y el bebé? —Sus palabras suenan angustiadas, ahogadas.
—El bebé está bien, señor Grey.
—Oh, gracias a Dios. —Su respuesta es como una letanía… una oración—. Oh, gracias a Dios.
Oh, Dios mío. Está preocupado por el bebé… ¿El bebé?… Pequeño Bip. Claro. Mi pequeño Bip. Intento
en vano mover la mano hasta mi vientre, pero nada se mueve, nada me responde.
«¿Y el bebé?… Oh, gracias a Dios.»
Pequeño Bip está a salvo.
«¿Y el bebé?… Oh, gracias a Dios.»
Se preocupa por el bebé.
«¿Y el bebé?… Oh, gracias a Dios.»
Quiere al bebé. Oh, gracias a Dios. Me relajo y vuelve la inconsciencia alejándome del dolor.
Todo pesa y me duele: las extremidades, la cabeza, los párpados… nada se mueve. Mis ojos y mi boca están
totalmente cerrados y no quieren abrirse, lo que me deja ciega, muda y dolorida. Según voy cruzando la
niebla hasta la superficie, la consciencia se va acercando pero queda justo fuera de mi alcance, como una
seductora sirena.
—No la voy a dejar sola.
¡Christian! Está aquí… Intento con todas mis fuerzas despertarme. Su voz no es más que un susurro
cansado y agónico.
—Christian, tienes que dormir.
—No, papá, quiero estar aquí cuando despierte.
—Yo me quedaré con ella. Es lo menos que puedo hacer después de que haya salvado a mi hija.
¡Mia!
—¿Cómo está Mia?
—Grogui, asustada y enfadada. Van a pasar unas cuantas horas antes de que se le pase completamente el
efecto del Rohypnol.
—Dios…
—Lo sé. Me siento un imbécil por haber cedido en lo de su seguridad. Me avisaste, pero Mia es muy
obstinada. Si no fuera por Ana…
—Todos creíamos que Hyde estaba fuera de circulación. Y la loca de mi mujer… ¿Por qué no me lo dijo?
—La voz de Christian está llena de angustia.
—Christian, cálmate. Ana es una joven extraordinaria. Ha sido increíblemente valiente.
—Valiente, terca, obstinada y estúpida. —Se le quiebra la voz.
—Vamos —murmura Carrick—, no seas tan duro con ella. Ni contigo, hijo… Será mejor que vuelva con
tu madre. Son más de las tres de la madrugada, Christian. Deberías intentar dormir un poco.
La niebla vuelve a cerrarse.
La niebla se levanta de nuevo, pero no tengo ni la más mínima noción del tiempo.
—Si tú no le das unos azotes, se los daré yo. Pero ¿en qué demonios estaba pensando?
—Tal vez se los dé yo, Ray.
¡Papá! Está aquí. Lucho contra la niebla… lucho… Pero vuelvo a caer en la inconsciencia. No…
—Detective, como puede ver, mi mujer no está en condiciones de responder preguntas.
Christian está enfadado.
—Es una mujer muy terca, señor Grey.
—Ojalá hubiera matado a ese cabrón.
—Eso habría significado mucho papeleo para mí, señor Grey… La señorita Morgan está cantando como
un verdadero canario. Hyde es un hijo de puta realmente retorcido. Tiene una verdadera animadversión
contra su padre y contra usted…
La niebla vuelve a rodearme y me arrastra hacia las profundidades, cada vez más hondo… ¡No!
—¿Qué quieres decir con que no os hablabais? —Es Grace. Suena enfadada. Intento mover la cabeza,
pero mi cuerpo me responde con un silencio clamoroso y apático—. ¿Qué le has hecho?
—Mamá…
—¡Christian! ¿Qué le has hecho?
—Estaba muy enfadado. —Casi es un sollozo… No.
—Vamos…
El mundo se emborrona y se desvanece y yo me hundo.
Oigo voces bajas y confusas.
—Me dijiste que habías cortado todos los lazos con ella. —Es Grace la que habla. Su voz es baja y
reprobatoria.
—Lo sé. —Christian suena resignado—. Pero verla consiguió que volviera a ponerlo todo en contexto y
recuperara la perspectiva. Acerca de lo del bebé, ya sabes. Por primera vez sentí que… lo que hicimos…
estuvo mal.
—Lo que ella hizo, cariño… Los hijos tienen ese efecto: hacen que veas el mundo con una luz diferente.
—Ella por fin captó el mensaje… Y yo también… Le había hecho daño a Ana —susurra.
—Siempre le hacemos daño a la gente que queremos, cariño. Tendrás que decirle que lo sientes. Decirlo de
verdad y darle tiempo.
—Me dijo que me iba a dejar.
No. No. ¡No!
—¿Y la creíste?
—Al principio, sí.
—Cariño, siempre te crees lo peor de todo el mundo, especialmente de ti mismo. Siempre lo has hecho.
Ana te quiere mucho, y es obvio que tú la quieres a ella.
—Estaba furiosa conmigo.
—Seguro. Yo también estoy furiosa contigo ahora mismo. Creo que solo se puede estar realmente furioso
con alguien cuando le quieres mucho.
—Estuve dándole vueltas, y me di cuenta de que ella me ha demostrado una y otra vez cuánto me quiere…
hasta el punto de poner su propia vida en peligro.
—Sí, así es, cariño.
—Oh, mamá, ¿por qué no se despierta? —Se le quiebra la voz—. He estado a punto de perderla.
¡Christian! Oigo sollozos ahogados. No…
Oh… La oscuridad vuelve a cerrarse sobre mí. No…
—Han hecho falta veinticuatro años para que me dejes abrazarte así…
—Lo sé, mamá. Me alegro de que hayamos hablado.
—Yo también, cariño. Siempre estaré aquí. No me puedo creer que vaya a ser abuela.
¡Abuela!
La dulce inconsciencia me llama…
Mmm. Su principio de barba me araña suavemente el dorso de la mano y noto que me aprieta los dedos.
—Oh, nena, por favor, vuelve conmigo. Lo siento. Lo siento todo. Despierta. Te echo de menos. Te
quiero…
Lo intento. Lo intento. Quiero verle, pero mi cuerpo no me obedece y vuelvo a dormirme.
Siento la urgente necesidad de hacer pis. Abro los ojos. Estoy en el ambiente limpio y estéril de la habitación
de un hospital. Está oscuro excepto por una luz de emergencia. Todo está en silencio. Me duelen la cabeza y
el pecho, pero sobre todo noto la vejiga a punto de estallar. Necesito hacer pis. Pruebo a mover las
extremidades. Me escuece el brazo derecho y veo que tengo una vía puesta en la parte interior del codo.
Cierro los ojos. Giro la cabeza, contenta de que responda a mis órdenes, y vuelvo a abrir los ojos de nuevo.
Christian está dormido sentado a mi lado y reclinado sobre la cama, con la cabeza apoyada en los brazos
cruzados. Estiro el brazo, agradecida una vez más de que el cuerpo me responda, y le acaricio el pelo suave
con los dedos.
Se despierta sobresaltado y levanta la cabeza tan repentinamente que mi mano cae débilmente de nuevo
sobre la cama.
—Hola —digo en un graznido.
—Oh, Ana… —Su voz suena ahogada pero aliviada. Me coge la mano, me la aprieta con fuerza y se la
acerca a la mejilla cubierta de barba.
—Necesito ir al baño —susurro.
Me mira con la boca abierta y frunce el ceño un momento.
—Vale.
Intento sentarme.
—Ana, no te muevas. Voy a llamar a una enfermera. —Se pone de pie apresuradamente, alarmado, y se
acerca a un botón de llamada que hay junto a la cama.
—Por favor —susurro. ¿Por qué me duele todo?—. Necesito levantarme. —Vaya, qué débil estoy.
—¿Por qué no haces lo que te digo por una vez? —exclama irritado.
—Necesito hacer pis urgentemente —le digo. Tengo la boca y la garganta muy secas.
Una enfermera entra corriendo en la habitación. Debe de tener unos cincuenta años, a pesar de que su pelo
es negro como la tinta. Lleva unos pendientes de perlas demasiado grandes.
—Bienvenida de vuelta, señora Grey. Le diré a la doctora Bartley que está despierta. —Se acerca a la
cama—. Me llamo Nora. ¿Sabe dónde está?
—Sí. En el hospital. Necesito hacer pis.
—Tiene puesto un catéter.
¿Qué? Oh, qué vergüenza. Miro nerviosamente a Christian y después a la enfermera.
—Por favor, quiero levantarme.
—Señora Grey…
—Por favor.
—Ana… —me dice Christian. Intento sentarme otra vez.
—Déjeme quitarle el catéter. Señor Grey, estoy segura de que la señora Grey agradecería un poco de
privacidad. —Mira directamente a Christian, esperando que se vaya.
—No voy a ir a ninguna parte. —Él le devuelve la mirada.
—Christian, por favor —le susurro estirando el brazo y cogiéndole la mano. Él me la aprieta brevemente y
me mira, exasperado—. Por favor —le suplico.
—¡Vale! —exclama y se pasa la mano por el pelo—. Tiene dos minutos —le dice entre dientes a la
enfermera, y se inclina para darme un beso en la frente antes de volverse y salir de la habitación.
Christian vuelve a entrar como una tromba en la habitación dos minutos después, cuando la enfermera Nora
me está ayudando a levantarme de la cama. Llevo puesta una fina bata de hospital. No recuerdo cuándo me
desnudaron.
—Deje que la lleve yo —dice y se acerca a nosotras.
—Señor Grey, yo puedo —le regaña la enfermera Nora.
Él le dedica una mirada hostil.
—Maldita sea, es mi mujer. Yo la llevaré —dice con los dientes apretados mientras aparta el soporte del
gotero de su camino.
—¡Señor Grey! —protesta la enfermera.
Pero él la ignora, se agacha para cogerme en brazos y me levanta de la cama con suavidad. Yo le rodeo el
cuello con los brazos y mi cuerpo se queja. Vaya, me duele todo. Me lleva hasta el baño y la enfermera Nora
nos sigue empujando el soporte del gotero.
—Señora Grey, pesa usted muy poco —murmura con desaprobación mientras me baja y me deposita sobre
mis pies. Me tambaleo. Tengo las piernas como gelatina. Christian enciende la luz y quedo cegada
momentáneamente por una lámpara fluorescente que zumba y parpadea para cobrar vida.
—Siéntate, no vaya a ser que te caigas —me dice todavía agarrándome.
Con cuidado, me siento en el váter.
—Vete. —Hago un gesto con la mano para que se vaya.
—No. Haz pis, Ana.
¿Podría ser más vergonzoso esto?
—No puedo, no contigo ahí.
—Podrías caerte.
—¡Señor Grey!
Los dos ignoramos a la enfermera.
—Por favor —le suplico.
Levanta las manos en un gesto de derrota.
—Estaré esperando ahí mismo. Con la puerta abierta.
Se aparta un par de pasos hasta que queda justo al otro lado de la puerta, junto a la enfadada enfermera.
—Vuélvete, por favor —le pido. ¿Por qué me siento ridículamente tímida con este hombre? Pone los ojos
en blanco pero obedece. En cuanto me da la espalda, por fin me relajo y saboreo el alivio.
Hago un recuento de los daños. Me duele la cabeza, también el pecho donde Jack me dio la patada y el
costado sobre el que caí al suelo. Además tengo sed y hambre. Madre mía, estoy realmente hambrienta.
Termino y agradezco que el lavabo esté tan cerca que no necesito levantarme para lavarme las manos. No
tengo fuerza para ponerme en pie.
—Ya he acabado —digo, secándome las manos con la toalla.
Christian se gira, vuelve a entrar y antes de darme cuenta estoy otra vez en sus brazos. He echado de
menos sus brazos. Se detiene un momento y entierra la nariz en mi pelo.
—Oh, cuánto la he echado de menos, señora Grey —susurra. Me tumba de nuevo en la cama y me suelta,
creo que a regañadientes, siempre con la enfermera Nora, que no para quieta, detrás de él.
—Si ya ha acabado, señor Grey, me gustaría ver cómo está la señora Grey.
La enfermera Nora está enfadada.
Él se aparta.
—Toda suya —dice en un tono más moderado.
Ella le mira enfurruñada y después se centra en mí. Es irritante, ¿a que sí?
—¿Cómo se siente? —me pregunta con una voz llena de compasión y un punto de irritación, que supongo
que será por Christian.
—Dolorida y con sed. Tengo mucha sed —susurro.
—Le traeré un poco de agua cuando haya comprobado sus constantes y la haya examinado la doctora
Bartley.
Coge un aparato para medir la tensión y me lo pone en el brazo. Miro ansiosa a Christian. Está horrible,
cadavérico casi, como si llevara días sin dormir. Tiene el pelo alborotado, lleva varios días sin afeitarse y su
camisa está llena de arrugas. Frunzo el ceño.
—¿Qué tal estás?
Ignorando a la enfermera, se sienta en la cama lejos de mi alcance.
—Confundida. Dolorida. Y tengo hambre.
—¿Hambre? —pregunta y parpadea sorprendido.
Asiento.
—¿Qué quieres comer?
—Cualquier cosa. Sopa.
—Señor Grey, necesita la aprobación de la doctora antes de darle nada de comer a la señora Grey.
Christian la mira inescrutable durante un momento, después saca la BlackBerry del bolsillo de sus
pantalones y marca un número.
—Ana quiere sopa de pollo… Bien… Gracias. —Y cuelga.
Miro a Nora, que observa a Christian con los ojos entornados.
—¿Taylor? —le pregunto.
Christian asiente.
—Su tensión arterial es normal, señora Grey. Voy a buscar a su médico. —Me quita el aparato y sin decir
nada más sale de la habitación, emanando desaprobación por todos los poros.
—Creo que has hecho enfadar a la enfermera Nora.
—Tengo ese efecto en las mujeres. —Sonríe burlón.
Río, pero me interrumpo de repente porque siento que el dolor se expande por el pecho.
—Sí, es verdad.
—Oh, Ana, me encanta oírte reír.
Nora vuelve con una jarra de agua. Ambos nos quedamos en silencio mirándonos mientras sirve un vaso
de agua y me lo da.
—Beba a pequeños sorbos —me dice.
—Sí, señora —murmuro y le doy un sorbo al agua fresca. Oh, Dios mío. Qué rica. Le doy otro sorbo
mientras Christian me mira fijamente.
—¿Mia? —le pregunto.
—Está a salvo. Gracias a ti.
—¿La tenían entonces?
—Sí.
Bueno, toda esta locura ha servido para algo. El alivio me llena el cuerpo. Gracias a Dios, gracias a Dios,
gracias a Dios que está bien. Frunzo el ceño.
—¿Cómo llegaron hasta ella?
—Elizabeth Morgan —dice simplemente.
—¡No!
Asiente.
—La raptó en el gimnasio de Mia.
Frunzo el ceño y sigo sin entender.
—Ana, ya te contaré todos los detalles más tarde. Mia está bien, teniendo en cuenta todo lo que ha pasado.
La drogaron. Ahora está grogui y un poco impresionada, pero gracias a algún milagro, no le hicieron daño.
—Christian aprieta la mandíbula—. Lo que hiciste —empieza y se pasa la mano por el pelo— ha sido algo
increíblemente valiente e increíblemente estúpido. Podían haberte matado. —Le brillan los ojos un momento
con un gris gélido y sé que está conteniendo su enfado.
—No sabía qué otra cosa hacer —susurro.
—¡Podías habérmelo dicho! —dice vehemente cerrando la mano que tiene en el regazo hasta convertirla en
un puño.
—Me amenazó con que la mataría si se lo decía a alguien. No podía correr el riesgo.
Christian cierra los ojos y veo el terror en su cara.
—He pasado un infierno desde el jueves.
¿Jueves?
—¿Qué día es hoy?
—Es casi sábado —me dice mirando el reloj—. Llevas más de veinticuatro horas inconsciente.
Oh.
—¿Y Jack y Elizabeth?
—Bajo custodia policial. Aunque Hyde está aquí bajo vigilancia. Le han tenido que sacar la bala que le
disparaste —dice con amargura—. Por suerte, no sé en qué sección de este hospital está, porque si no voy y
le mato. —Su rostro se oscurece.
Oh, mierda. ¿Jack está aquí?
«¡Esto es por lo de Seattle Independent Publishing, zorra!» Palidezco, se me revuelve el estómago vacío, se
me llenan los ojos de lágrimas y un fuerte estremecimiento me recorre el cuerpo.
—Vamos… —Christian se acerca con la voz llena de preocupación. Me coge el vaso de la mano y me
abraza tiernamente—. Ahora estás a salvo —murmura contra mi pelo con la voz ronca.
—Christian, lo siento mucho. —Empiezan a caer las lágrimas.
—Chis. —Me acaricia el pelo y yo sollozo en su cuello.
—Por lo que dije. No tenía intención de dejarte.
—Chis, nena, lo sé.
—¿Lo sabes? —Lo que acaba de decir hace que interrumpa mi llanto.
—Lo entendí. Al fin. De verdad que no sé en qué estabas pensando, Ana. —Suena cansado.
—Me cogiste por sorpresa —murmuro contra el cuello de su camisa—. Cuando hablamos en el banco.
Pensaste que iba a dejarte. Creí que me conocías mejor. Te he dicho una y otra vez que nunca te abandonaré.
—Pero después de cómo me comporté… —Su voz es apenas audible y estrecha su abrazo—. Creí durante
un periodo corto de tiempo que te había perdido.
—No, Christian. Nunca. No quería que interfirieras y pusieras la vida de Mia en peligro.
Suspira y no sé si es de enfado, de irritación o de dolor.
—¿Cómo lo supiste? —le pregunto rápidamente para apartarle de su línea de pensamiento.
Me coloca el pelo detrás de la oreja.
—Acababa de tocar tierra en Seattle cuando me llamaron del banco. La última noticia que tenía era que
estabas enferma y que te ibas a casa.
—¿Estabas en Portland cuando Sawyer te llamó desde el coche?
—Estábamos a punto de despegar. Estaba preocupado por ti —dice en voz baja.
—¿Ah, sí?
Frunce el ceño.
—Claro. —Me roza el labio inferior con el pulgar—. Me paso la vida preocupándome por ti. Ya lo sabes.
¡Oh, Christian!
—Jack me llamó cuando estaba en la oficina —murmuro—. Me dio dos horas para conseguir el dinero. —
Me encojo de hombros—. Tenía que irme y esa era la mejor excusa.
La boca de Christian se convierte en una dura línea.
—Y luego despistaste a Sawyer. Él también está furioso contigo.
—¿También?
—También. Igual que yo.
Le toco la cara con cuidado y paso los dedos por su barba. Cierra los ojos y apoya el rostro en mis dedos.
—No te enfades conmigo, por favor —le susurro.
—Estoy muy enfadado contigo. Lo que hiciste fue algo monumentalmente estúpido. Casi una locura.
—Te lo he dicho, no sabía qué otra cosa hacer.
—Parece que no te importa nada tu seguridad personal. Y ahora ya no se trata solo de ti —añade enfadado.
Me tiembla el labio. Está pensando en nuestro pequeño Bip.
Las puertas se abren, lo que nos sobresalta a los dos, y entra una mujer afroamericana que lleva una bata
blanca sobre un uniforme gris.
—Buenas noches, señora Grey. Soy la doctora Bartley.
Empieza a examinarme a conciencia poniéndome una luz en los ojos, haciendo que le presione los dedos y
después me toque la nariz cerrando primero un ojo y después el otro. Seguidamente comprueba todos mis
reflejos. Su voz es suave y su contacto, amable; tiene una forma de tratarme muy cálida. La enfermera Nora
se une a ella y Christian se va a un rincón de la habitación para hacer unas llamadas mientras las dos se
ocupan de mí. Es difícil concentrarse en la doctora Bartley, en la enfermera Nora y en Christian al mismo
tiempo, pero le oigo llamar a su padre, a mi madre y a Kate para decirles que estoy despierta. Por último deja
un mensaje para Ray.
Ray. Oh, mierda… Vuelve a mi mente un vago recuerdo de su voz. Estuvo aquí… Sí, mientras todavía
estaba inconsciente.
La doctora Bartley comprueba el estado de mis costillas, presionando con los dedos de forma tentativa pero
con firmeza.
Hago un gesto de dolor.
—Solo es una contusión, no hay fisura ni rotura. Ha tenido mucha suerte, señora Grey.
Frunzo el ceño. ¿Suerte? No es precisamente la palabra que utilizaría yo. Christian también la mira
fijamente. Mueve los labios para decirme algo, creo que es «loca», pero no estoy segura.
—Le voy a recetar unos analgésicos. Los necesitará para las costillas y para el dolor de cabeza que seguro
que tiene. Pero todo parece estar bien, señora Grey. Le sugiero que duerma un poco. Veremos cómo se
encuentra por la mañana; si está bien puede que la dejemos irse a casa ya. Mi colega, la doctora Singh, será
quien le atienda por la mañana.
—Gracias.
Se oye un golpecito en la puerta y entra Taylor con una caja de cartón negra que pone «Fairmont
Olympic» en letras de color crema en un lateral.
Madre mía.
—¿Comida? —pregunta la doctora Bartley, sorprendida.
—La señora Grey tiene hambre —dice Christian—. Es sopa de pollo.
La doctora Bartley sonríe.
—La sopa está bien, pero solo caldo. Nada pesado. —Nos mira a los dos y después sale de la habitación
con la enfermera Nora.
Christian me acerca una bandeja con ruedas y Taylor deposita en ella la caja.
—Bienvenida de vuelta, señora Grey.
—Hola, Taylor. Gracias.
—De nada, señora. —Creo que quiere decir algo más, pero al final se contiene.
Christian ha abierto la caja y está sacando un termo, un cuenco de sopa, un platillo, una servilleta de tela,
una cuchara sopera, una cestita con panecillos, salero y pimentero… El Fairmont Olympic se ha esmerado.
—Es genial, Taylor. —Mi estómago ruge. Estoy muerta de hambre.
—¿Algo más, señor? —pregunta.
—No, gracias —dice Christian, despidiéndole con un gesto de la mano.
Taylor asiente.
—Taylor, gracias.
—¿Quiere alguna otra cosa, señora Grey?
Miro a Christian.
—Ropa limpia para Christian.
Taylor sonríe.
—Sí, señora.
Christian mira perplejo su camisa.
—¿Desde cuándo llevas esa camisa? —le pregunto.
—Desde el jueves por la mañana.
Me dedica una media sonrisa.
Taylor sale.
—Taylor también estaba muy cabreado contigo —añade Christian enfurruñado, desenroscando la tapa del
termo y echando una sopa de pollo cremosa en el cuenco.
¡Taylor también! Pero no puedo pensar mucho en ello porque la sopa de pollo me distrae. Huele
deliciosamente y desprende un vapor sugerente. La pruebo y es todo lo que prometía ser.
—¿Está buena? —me pregunta Christian, acomodándose en la cama otra vez.
Asiento enérgicamente y sin dejar de comer. Tengo un hambre feroz. Solo hago una pausa para limpiarme
la boca con la servilleta.
—Cuéntame lo que pasó… Después de que te dieras cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Christian se pasa una mano por el pelo y niega con la cabeza.
—Oh, Ana, qué alegría verte comer.
—Tengo hambre. Cuéntame.
Frunce el ceño.
—Bueno, después de la llamada del banco creí que mi mundo acababa de hacerse pedazos…
No puede ocultar el dolor en su voz.
Dejo de comer. Oh, mierda.
—No pares de comer o no sigo contándote —susurra con tono férreo mirándome fijamente. Sigo con la
sopa. Vale, vale… Maldita sea, está muy buena. La mirada de Christian se suaviza y tras un momento
continúa.
—Poco después de que tú y yo tuviéramos esa conversación, Taylor me informó de que a Hyde le habían
fijado una fianza. No sé cómo lo logró; creía que habíamos conseguido frustrar todos sus intentos. Pero eso
me hizo pensar en lo que habías dicho… y entonces supe que algo iba muy mal.
—Nunca fue por el dinero —exclamo de repente cuando una oleada de furia inesperada se enciende en mi
vientre. Levanto la voz—. ¿Cómo pudiste siquiera pensar eso? ¡Nunca ha sido por el puto dinero!
La cabeza empieza a latirme más fuerte y hago un gesto de dolor. Christian me mira con la boca abierta
durante un segundo, sorprendido por mi vehemencia. Después entorna los ojos.
—Ese lenguaje… —gruñe—. Cálmate y come.
Le miro rebelde.
—Ana… —dice amenazante.
—Eso me ha hecho más daño que cualquier otra cosa, Christian —le susurro—. Casi tanto como que
fueras a ver a esa mujer.
Inhala bruscamente, como si le hubiera dado una bofetada, y de repente parece agotado. Cierra los ojos un
momento y niega con la cabeza, resignado.
—Lo sé. —Suspira—. Y lo siento. Más de lo que crees. —Tiene los ojos llenos de arrepentimiento—.
Come, por favor. No dejes que se enfríe la sopa. —Su voz es suave y persuasiva y yo decido hacer lo que me
pide. Suspira aliviado.
—Sigue —susurro entre mordiscos al ilícito panecillo recién hecho.
—No sabíamos que Mia había desaparecido. Creí que te estaría chantajeando o algo por el estilo. Te llamé
otra vez, pero no respondiste. —Frunce el ceño—. Te dejé un mensaje y llamé a Sawyer. Taylor empezó a
rastrear tu móvil. Sabía que estabas en el banco, así que fuimos directamente allí.
—No sé cómo me encontró Sawyer. ¿También él rastreaba mi teléfono móvil?
—El Saab tiene un dispositivo de seguimiento. Todos nuestros coches lo tienen. Cuando llegamos al
banco, ya estabas en camino y te seguimos. ¿Por qué sonríes?
—No sé cómo, pero sabía que me seguiríais.
—¿Y eso es divertido porque…? —me pregunta.
—Jack me dijo que me deshiciera del móvil. Así que le pedí el teléfono a Whelan y ese es el que tiraron.
Yo metí el mío en las bolsas para que pudieras seguir tu dinero.
Christian suspira.
—Nuestro dinero, Ana —dice en voz baja—. Come.
Rebaño el cuenco con lo que queda del pan y me lo meto en la boca. Es la primera vez que me siento
satisfecha en mucho tiempo (a pesar del tema de conversación).
—Me lo he terminado todo.
—Buena chica.
Se oye un golpecito en la puerta y entra la enfermera Nora otra vez con una vasito de papel. Christian
aparta la bandeja y vuelve a meterlo todo en la caja.
—Un analgésico. —La enfermera Nora sonríe y me enseña una pastilla blanca que hay en el vasito de
papel.
—¿Puedo tomarlo? Ya sabe… por el bebé.
—Sí, señora Grey, es paracetamol. No afectará al bebé.
Asiento agradecida. Me late la cabeza. Me trago la pastilla con un sorbo de agua.
—Debería descansar, señora Grey. —La enfermera Nora mira significativamente a Christian.
Él asiente.
¡No!
—¿Te vas? —exclamo y siento pánico. No te vayas… ¡acabamos de empezar a hablar!
Christian ríe entre dientes.
—Si piensa que tengo intención de perderla de vista, señora Grey, está muy equivocada.
Nora resopla y se acerca para recolocarme las almohadas de modo que pueda tumbarme.
—Buenas noches, señora Grey —me dice, y con una última mirada de censura a Christian, se va.
Él levanta una ceja a la vez que ella cierra la puerta.
—Creo que no le caigo bien a la enfermera Nora.
Está de pie junto a la cama con aspecto cansado. A pesar de que quiero que se quede, sé que debería
convencerle para que se fuera a casa.
—Tú también necesitas descansar, Christian. Vete a casa. Pareces agotado.
—No te voy a dejar. Dormiré en el sillón.
Le miro con el ceño fruncido y después me giro para quedar de lado.
—Duerme conmigo.
Frunce el ceño.
—No, no puedo.
—¿Por qué no?
—No quiero hacerte daño.
—No me vas a hacer daño. Por favor, Christian.
—Tienes puesta una vía.
—Christian, por favor…
Me mira y veo que se siente tentado.
—Por favor… —Levanto las mantas y le invito a entrar en la cama.
—¡A la mierda!
Se quita los zapatos y los calcetines y sube con cuidado a la cama a mi lado. Me rodea con el brazo y yo
apoyo la cabeza sobre su pecho. Me da un beso en el pelo.
—No creo que a la enfermera Nora le vaya a gustar nada esto —me susurra con complicidad.
Suelto una risita pero tengo que parar por el dolor del pecho.
—No me hagas reír, que me duele.
—Oh, pero me encanta ese sonido —dice entristecido, en voz baja—. Lo siento, nena, lo siento mucho. —
Me da otro beso en el pelo e inhala profundamente. No sé por qué se está disculpando… ¿por hacerme reír?
¿O por el lío en el que estamos metidos? Apoyo la mano sobre su corazón y él pone su mano sobre la mía.
Los dos nos quedamos en silencio un momento.
—¿Por qué fuiste a ver a esa mujer?
—Oh, Ana —gruñe—. ¿Quieres discutir eso ahora? ¿No podemos dejarlo? Me arrepiento, ¿vale?
—Necesito saberlo.
—Te lo contaré mañana —murmura irritado—. Oh, y el detective Clark quiere hablar contigo. Algo de
rutina. Ahora, a dormir.
Me da otro beso en el pelo. Suspiro profundamente. Necesito saber por qué. Al menos dice que se
arrepiente. Eso es algo, al menos; mi subconsciente está de acuerdo conmigo. Parece que está de un humor
complaciente hoy. Oh, el detective Clark. Me estremezco solo de pensar en revivir lo que pasó el jueves.
—¿Sabemos por qué Jack ha hecho todo esto?
—Mmm… —murmura Christian. Me tranquiliza el suave subir y bajar de su pecho que acuna suavemente
mi cabeza, atrayéndome hacia las profundidades del sueño según se va ralentizando su respiración. Mientras
me dejo llevar intento encontrarle sentido a los fragmentos de conversación que he oído mientras estaba
inconsciente. Pero se escapan de mi mente, siempre escurridizos, provocándome desde los confines de mi
memoria. Oh, es frustrante y agotador… y…
La enfermera Nora tiene los labios fruncidos y los brazos cruzados en una postura hostil. Me llevo el dedo
índice a los labios.
—Déjele dormir, por favor —le susurro entornando los ojos por la luz de primera hora de la mañana.
—Esta es su cama, señora Grey, no la de él —dice entre dientes severamente.
—He dormido mejor gracias a él —insisto, saliendo en defensa de mi marido. Además, es cierto. Christian
se revuelve y la enfermera Nora y yo nos quedamos heladas.
—No me toques. No me toques más. Solo Ana —murmura en sueños.
Frunzo el ceño. No suelo oír a Christian hablar en sueños. Seguramente será porque él duerme menos que
yo. Solo he oído sus pesadillas. Me abraza con más fuerza, casi estrujándome, y yo hago un gesto de dolor.
—Señora Grey… —La enfermera Nora frunce el ceño.
—Por favor —le suplico.
Niega con la cabeza, gira y se va. Y yo vuelvo a acurrucarme con Christian.
Cuando me despierto, a Christian no se le ve por ninguna parte. La luz del sol entra por las ventanas y ahora
puedo ver bien la habitación. ¡Me han traído flores! No me fijé anoche. Hay varios ramos. Me pregunto de
quién serán.
Suena un suave golpe en la puerta que me distrae y se asoma Carrick. Me sonríe al ver que estoy despierta.
—¿Puedo pasar? —pregunta.
—Claro.
Entra y se acerca. Sus amables y cariñosos ojos azules me observan perspicaces. Lleva un traje oscuro;
debe de estar trabajando. Me sorprende al agacharse para darme un beso en la frente.
—¿Puedo sentarme?
Asiento y él se sienta en el borde de la cama y me coge la mano.
—No sé cómo darte las gracias por salvar a mi hija, querida chica valiente aunque un poco loca. Lo que
hiciste probablemente le salvó la vida. Siempre estaré en deuda contigo. —Su voz tiembla, llena de gratitud y
compasión.
Oh… No sé qué decir. Le aprieto la mano, pero no digo nada.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor. Dolorida —digo por ser sincera.
—¿Te han dado medicación para el dolor?
—Sí, parace…no sé qué.
—Bien. ¿Dónde está Christian?
—No lo sé. Cuando me he despertado ya no estaba.
—No andará lejos, seguro. No quería dejarte mientras estabas inconsciente.
—Lo sé.
—Está un poco enfadado contigo, como es lógico —dice Carrick con una media sonrisa. Ah, de ahí es de
donde la ha sacado Christian…
—Christian siempre está enfadado conmigo.
—¿Ah, sí? —Carrick sonríe encantado, como si eso fuera algo bueno… Su sonrisa es contagiosa.
—¿Cómo está Mia?
Los ojos se le ensombrecen un poco y su sonrisa desaparece.
—Está mejor. Furiosa. Pero creo que la ira es una reacción sana ante lo que le ha pasado.
—¿Está aquí?
—No, está en casa. No creo que Grace tenga intención de perderla de vista.
—Sé cómo es eso.
—Tú también necesitas que te vigilen —me riñe—. No quiero que vuelvas a exponer a riesgos
innecesarios tu vida o la vida de mi nieto.
Me sonrojo. ¡Lo sabe!
—Grace ha visto tu historial y me lo dijo. Felicidades.
—Mmm… Gracias.
Me mira y sus ojos se suavizan, aunque frunce el ceño al ver mi expresión.
—Christian se hará a la idea —me dice—. Esto será muy bueno para él. Solo… dale un poco de tiempo.
Asiento. Oh… veo que han hablado.
—Será mejor que me vaya. Tengo que ir al juzgado. —Sonríe y se levanta—. Vendré a verte más tarde.
Grace habla muy bien de la doctora Singh y de la doctora Bartley. Saben lo que hacen.
Se inclina y me da otro beso.
—Lo digo en serio, Ana. Nunca podremos pagarte lo que has hecho por nosotros. Gracias.
Le miro parpadeando para apartar las lágrimas, abrumada de repente. Él me acaricia la mejilla con cariño.
Después se gira y se va.
Oh, Dios mío. Me desconcierta su gratitud. Tal vez ahora ya puedo perdonarle lo del acuerdo
prematrimonial. Mi subconsciente asiente sabiamente porque está de acuerdo conmigo de nuevo. Niego con
la cabeza y salgo de la cama, algo insegura. Me alivia ver que ya me siento más firme que ayer sobre mis
pies. A pesar de que Christian estaba compartiendo mi cama, he dormido bien y me siento renovada. Todavía
me duele la cabeza, pero ahora es un dolor sordo y molesto, nada como el latido que notaba ayer. Estoy rígida
y dolorida, pero necesito lavarme. Me siento mugrienta. Entro en el baño.
—¡Ana! —grita Christian.
—Estoy en el baño —le respondo mientras acabo de lavarme los dientes. Ahora me siento mejor. Ignoro
mi imagen en el espejo. Maldita sea, estoy hecha un desastre. Cuando abro la puerta, veo a Christian junto a
la cama sosteniendo una bandeja de comida. Está transformado. Va vestido totalmente de negro, se ha
afeitado, se ha duchado y parece haber descansado bien.
—Buenos días, señora Grey —dice alegremente—. Le traigo su desayuno. —Se le ve juvenil y mucho
más feliz.
Uau. Esbozo una amplia sonrisa y vuelvo a la cama. Acerca la bandeja con ruedas y levanta la tapa para
enseñarme el desayuno: avena con fruta seca, tortitas con sirope de arce, beicon, zumo de naranja y té
Twinings English Breakfast. Se me hace la boca agua. Tengo muchísima hambre. Me tomo el zumo en unos
pocos tragos y me lanzo a por la avena. Christian se sienta en el borde de la cama y me observa. Sonríe.
—¿Qué? —digo con la boca llena.
—Me gusta verte comer —dice, pero yo no creo que esté sonriendo por eso—. ¿Qué tal estás?
—Mejor —murmuro entre bocado y bocado.
—Nunca te había visto comer así.
Le miro y se me cae el alma a los pies. Tenemos que hablar de ese pequeño elefante que hay dentro de la
habitación.
—Es porque estoy embarazada, Christian.
Ríe entre dientes y su boca forma una sonrisa irónica.
—De haber sabido que dejarte embarazada te iba a hacer comer, lo hubiera hecho antes.
—¡Christian Grey! —exclamo y dejo la avena.
—No dejes de comer —me dice.
—Christian, tenemos que hablar de esto.
Se queda helado.
—¿Qué hay que decir? Vamos a ser padres. —Se encoge de hombros, desesperado por parecer
despreocupado, pero yo lo único que veo es su miedo. Aparto la bandeja y me acerco a él para cogerle la
mano.
—Estás asustado —le susurro—. Lo entiendo.
Me mira impasible con los ojos muy abiertos. Su aire infantil ha desaparecido.
—Yo también. Es normal —continúo.
—¿Qué tipo de padre voy a ser? —Su voz es ronca, apenas audible.
—Oh, Christian —contengo un sollozo—. Uno que lo hace lo mejor que puede. Eso es todo lo que
podemos hacer, como todo el mundo
—Ana… No sé si voy a poder…
—Claro que vas a poder. Eres cariñoso, eres divertido, eres fuerte y sabes poner límites. A nuestro hijo no
le va a faltar de nada.
Me mira petrificado, con su delicado rostro lleno de dudas.
—Sí, lo ideal habría sido esperar. Tener más tiempo para estar nosotros dos solos. Pero ahora vamos a ser
tres e iremos creciendo todos juntos. Seremos una familia. Nuestra propia familia. Y nuestro hijo te querrá
incondicionalmente, como yo. —Se me llenan los ojos de lágrimas.
—Oh, Ana —susurra Christian con la voz llena de dolor y angustia—. Creí por un momento que te había
perdido. Y después volví a creerlo al verte tirada en el suelo, pálida, fría e inconsciente… Mis peores miedos
se hicieron realidad. Y ahora estás aquí, valiente y fuerte… dándome esperanza. Queriéndome a pesar de lo
que he hecho.
—Sí, te quiero, Christian, desesperadamente. Siempre te querré.
Él me coge la cabeza entre las manos con suavidad y me enjuga las lágrimas con los pulgares. Me mira a
los ojos, gris ante azul, y todo lo que veo en ellos es miedo, asombro y amor.
—Yo también te quiero —dice y me da un beso suave y tierno, como un hombre que adora a su mujer—.
Intentaré ser un buen padre —susurra contra mis labios.
—Lo intentarás y lo conseguirás. Y la verdad es que tampoco tienes elección, porque Bip y yo no nos
vamos a ninguna parte.
—¿Bip?
—Sí, Bip.
Arquea las cejas.
—Yo en mi mente le llamaba Junior.
—Pues Junior, entonces.
—Pero me gusta «Bip». —Esboza una tímida sonrisa y me da otro beso.