Las lágrimas surcan mi rostro de nuevo. Ha vuelto. Mi padre ha vuelto.
—No llores, Annie. —Ray tiene la voz ronca—. ¿Qué ocurre?
Cojo su mano entre las mías y la acerco a mi cara.
—Has tenido un accidente. Estás en el hospital de Portland.
Ray frunce el ceño y no sé si es porque está incómodo con esta demostración de afecto poco propia de mí
o porque no se acuerda del accidente.
—¿Quieres un poco de agua? —le pregunto aunque no sé si puedo dársela. Asiente, desconcertado. El
corazón se me llena de alegría. Me levanto y me inclino para darle un beso en la frente—. Te quiero, papá.
Bienvenido de vuelta.
Agita un poco la mano, avergonzado.
—Yo también, Annie. Agua.
Salgo corriendo para cubrir la corta distancia que hay hasta el puesto de enfermeras.
—¡Mi padre! ¡Está despierto! —le sonrío a la enfermera Kellie, que me devuelve la sonrisa.
—Envíale un mensaje a la doctora Sluder —le dice a una compañera y sale apresuradamente de detrás del
mostrador.
—Quiere agua.
—Le llevaré un vaso.
Regreso junto a la cama de mi padre. Estoy muy contenta. Veo que tiene los ojos cerrados y me preocupa
que haya vuelto al coma.
—¿Papá?
—Estoy aquí —murmura, y abre los ojos justo cuando aparece la enfermera Kellie con una jarra con
trocitos de hielo y un vaso.
—Hola, señor Steele. Soy Kellie, su enfermera. Su hija me ha dicho que tiene sed.
En la sala de espera, Christian está mirando fijamente su portátil, muy concentrado. Alza la vista cuando me
oye cerrar la puerta.
—Se ha despertado —anuncio. Él sonríe y la tensión que tenía en los ojos desaparece. Oh… no me había
dado cuenta. ¿Ha estado tenso todo el tiempo? Deja a un lado su portátil, se levanta y me da un abrazo.
—¿Cómo está? —me pregunta cuando le rodeo con los brazos.
—Habla, tiene sed y está un poco desconcertado. No se acuerda del accidente.
—Es comprensible. Ahora que está despierto, quiero que lo trasladen a Seattle. Así podremos ir a casa y mi
madre podrá tenerle vigilado.
¿Ya?
—No sé si estará lo bastante bien como para trasladarle.
—Hablaré con la doctora Sluder para que me dé su opinión.
—¿Echas de menos nuestra casa?
—Sí.
—Está bien.
—No has dejado de sonreír —me dice Christian cuando aparco delante del Heathman.
—Estoy muy aliviada. Y feliz.
Christian sonríe.
—Bien.
La luz está desapareciendo y me estremezco cuando salgo a la fresca noche. Le doy mi llave al
aparcacoches, que está mirando mi coche con admiración. No le culpo… Christian me rodea con el brazo.
—¿Quieres que lo celebremos? —me pregunta cuando entramos en el vestíbulo.
—¿Celebrar qué?
—Lo de tu padre.
Suelto una risita.
—Oh, eso.
—Echaba de menos ese sonido. —Christian me da un beso en el pelo.
—¿No podemos mejor comer en la habitación? Ya sabes, una noche tranquila sin salir.
—Claro, vamos. —Me coge la mano y me lleva a los ascensores.
—Estaba deliciosa —digo satisfecha mientras aparto mi plato, llena por primera vez en mucho tiempo—.
Aquí hacen una tarta tatin buenísima.
Me acabo de bañar y solo llevo la camiseta de Christian y las bragas. De fondo suena la música del iPod de
Christian, que está puesto en modo aleatorio; Dido está cantando algo sobre banderas blancas.
Christian me mira con curiosidad. Tiene el pelo todavía húmedo por el baño y lleva una camiseta negra y
los vaqueros.
—Es la vez que más te he visto comer en todo el tiempo que llevamos aquí —me dice.
—Tenía hambre.
Se arrellana en la silla con una sonrisa de satisfacción y le da un sorbo al vino blanco.
—¿Qué quieres hacer ahora? —pregunta con voz suave.
—¿Qué quieres hacer tú?
Arquea una ceja, divertido.
—Lo que quiero hacer siempre.
—¿Y eso es…?
—Señora Grey, deje las evasivas.
Le cojo la mano por encima de la mesa, la giro y le acaricio la palma con el dedo índice.
—Quiero que me toques con este —digo subiendo el dedo por su índice.
Él se remueve en la silla.
—¿Solo con ese? —Su mirada se oscurece y se vuelve más ardiente a la vez.
—Quizá con este también —digo acariciándole el dedo corazón y volviendo a la palma—. Y con este. —
Recorro con la uña su dedo anular—. Y definitivamente con esto —digo deteniéndome en su alianza—. Esto
es muy sexy.
—¿Lo es?
—Claro. Porque dice: «Este hombre es mío». —Le rozo el pequeño callo que ya se le ha formado en la
palma junto al anillo. Él se inclina hacia mí y me coge la barbilla con la otra mano.
—Señora Grey, ¿está intentando seducirme?
—Eso espero.
—Anastasia, ya he caído —me dice en voz baja—. Ven aquí. —Tira de mi mano para atraerme a su
regazo—. Me gusta tener acceso ilimitado a ti. —Sube la mano por el muslo hasta mi culo. Me agarra la nuca
con la otra mano y me besa, agarrándome con fuerza.
Sabe a vino blanco, a tarta de manzana y a Christian. Le paso los dedos por el pelo, sujetándole contra mí,
mientras nuestras leguas exploran y se enroscan la una contra la otra. La sangre se me calienta en las venas.
Estoy sin aliento cuando Christian se aparta.
—Vamos a la cama —murmura contra mis labios.
—¿A la cama?
Se separa un poco y me tira del pelo para que levante la vista para mirarle.
—¿Dónde prefiere usted, señora Grey?
Me encojo de hombros, fingiendo indiferencia.
—Sorpréndeme.
—Te veo guerrera esta noche —dice acariciándome la nariz con la suya.
—Tal vez necesito que me aten.
—Tal vez sí. Te estás volviendo mandona con la edad. —Entorna los ojos pero no puede esconder el
humor latente en su voz.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —le desafío.
Le brillan los ojos.
—Sé lo que me gustaría hacer, pero depende de lo que tú puedas soportar.
—Oh, señor Grey, ha sido usted muy dulce conmigo estos dos últimos días. Y no estoy hecha de cristal,
¿lo sabía?
—¿No te gusta que sea dulce?
—Claro que sí. Pero ya sabes… la variedad es la sal de la vida —le digo aleteando las pestañas.
—¿Quieres algo menos dulce?
—Algo que me recuerde que estoy viva.
Arquea ambas cejas por la sorpresa.
—Que me recuerde que estoy viva… —repite, asombrado y con un tono de humor en su voz.
Asiento. Él me mira durante un momento.
—No te muerdas el labio —me susurra y de repente se pone de pie conmigo en sus brazos. Doy un respigo
y me agarro a sus bíceps porque temo caerme. Él camina hasta el más pequeño de los tres sofás y me deposita
ahí—. Espera aquí. Y no te muevas. —Me lanza una mirada breve, excitante e intensa y se vuelve para
dirigirse hacia el dormitorio. Oh… Christian descalzo… ¿Por qué sus pies son tan sexis? Aparece unos
minutos después detrás de mí, inclinándose y cogiéndome por sorpresa—. Creo que esto no nos va a hacer
falta. —Agarra mi camiseta y me la quita, dejándome completamente desnuda excepto por las bragas. Tira de
mi coleta hacia atrás y me da un beso—. Levántate —me ordena junto a mis labios, y después me suelta. Yo
obedezco inmediatamente. Él extiende una toalla sobre el sofá.
¿Una toalla?
—Quítate las bragas.
Trago saliva pero hago lo que me pide y dejo las bragas junto al sofá.
—Siéntate. —Vuelve a cogerme la coleta y a echarme atrás la cabeza—. Dime que pare si es demasiado,
¿vale?
Asiento.
—Responde —me ordena con voz dura.
—Sí —digo.
Él sonríe burlón.
—Bien. Así que, señora Grey… como me ha pedido, la voy a atar. —Su voz baja hasta convertirse en un
susurro jadeante. El deseo recorre mi cuerpo como un relámpago solo con oír esas palabras. Oh, mi dulce
Cincuenta… ¿en el sofá?—. Sube las rodillas —me pide— y reclínate en el respaldo.
Apoyo los pies en el borde del sofá y pongo las rodillas delante de mí. Él me coge la pierna izquierda y me
ata el cinturón de uno de los albornoces por encima de la rodilla.
—¿El cinturón del albornoz?
—Estoy improvisando. —Vuelve a sonreír, aprieta el nudo corredizo sobre mi rodilla y ata el otro extremo
del cinturón al remate decorativo que hay en una de las esquinas del sofá; una forma muy eficaz de
mantenerme las piernas abiertas—. No te muevas —me advierte, y repite el proceso con la pierna derecha,
atando el otro cinturón al otro remate.
Oh, Dios mío… Estoy despatarrada en el sofá.
—¿Bien? —me pregunta Christian con voz suave, mirándome desde detrás del sofá.
Asiento, esperando que me ate las manos también. Pero no lo hace. Se inclina y me da un beso.
—No tienes ni idea de cómo me pones ahora mismo —murmura y frota su nariz contra la mía—. Creo que
voy a cambiar la música. —Se levanta y se acerca despreocupadamente al iPod.
¿Cómo lo hace? Aquí estoy, abierta de piernas y muy excitada, y él tan fresco y tan tranquilo. Christian
está dentro de mi campo de visión y veo cómo se mueven los músculos de su espalda bajo la camiseta
mientras cambia la canción. Inmediatamente una voz dulce y casi infantil empieza a cantar algo sobre que la
observen.
Oh, me gusta esta canción.
Christian se gira y sus ojos se clavan en los míos mientras rodea el sofá y se pone de rodillas delante de mí.
De repente me siento muy expuesta.
—¿Expuesta? ¿Vulnerable? —me pregunta con su asombrosa capacidad para verbalizar las palabras que
no he llegado a decir. Tiene las manos apoyadas sobre sus rodillas. Asiento.
¿Por qué no me toca?
—Bien —susurra—. Levanta las manos. —No puedo apartar la vista de sus ojos hipnóticos. Hago lo que
me dice. Christian me echa un líquido aceitoso en cada palma de un pequeño botecito de color claro. El
líquido desprende un olor intenso, almizclado y sensual que no soy capaz de identificar—. Frótatelas. —Me
revuelvo por el efecto de su mirada penetrante y ardiente—. No te muevas —me ordena.
Oh, Dios mío…
—Ahora, Anastasia, quiero que te toques.
Madre mía.
—Empieza por la garganta y ve bajando.
Dudo.
—No seas tímida, Ana. Vamos. Hazlo. —Son evidentes el humor y el desafío de su expresión, además del
deseo.
La voz infantil canta que no hay nada dulce en ella. Pongo las manos sobre mi garganta y dejo que vayan
bajando hasta la parte superior de mis pechos. El aceite hace que se deslicen fácilmente por mi piel. Tengo las
manos calientes.
—Más abajo —susurra Christian a la vez que se oscurecen sus ojos. No me está tocando.
Me cubro los pechos con las manos.
—Tócate.
Oh, Dios mío. Tiro con suavidad de mis pezones.
—Más fuerte —me ordena Christian. Está sentado inmóvil entre mis muslos, solo mirándome—. Como lo
haría yo —añade, y sus ojos muestran un brillo oscuro.
Los músculos del fondo de mi vientre se tensan. Gimo en respuesta y tiro con más fuerza de mis pezones
sintiendo cómo se endurecen y se alargan bajo mis dedos.
—Sí. Así. Otra vez.
Cierro los ojos y tiro fuerte, los hago rodar y los pellizco con los dedos. Gimo de nuevo.
—Abre los ojos.
Parpadeo para mirarle.
—Otra vez. Quiero verte. Ver que disfrutas tocándote.
Oh, joder. Repito el proceso. Esto es tan… erótico.
—Las manos. Más abajo.
Me retuerzo.
—Quieta, Ana. Absorbe el placer. Más abajo. —Su voz es baja y ronca, tentadora y seductora.
—Hazlo tú —le susurro.
—Oh, lo haré… pronto. Pero ahora tú. Más abajo. —Christian se pasa la lengua por los dientes, un gesto
que irradia sensualidad. Madre mía… Me retuerzo y tiro de los cinturones que me atan.
Él niega con la cabeza lentamente.
—Quieta. —Apoya las manos en mis rodillas para que no me mueva—. Vamos, Ana… Más abajo.
Mis manos se deslizan por mi vientre.
—Más abajo —repite, y es la sensualidad personificada.
—Christian, por favor.
Sus manos descienden desde mis rodillas, acariciándome los muslos y acercándose a mi sexo.
—Vamos, Ana. Tócate.
Mi mano izquierda pasa por encima de mi sexo y hago un círculo lento mientras formo una O con los
labios y jadeo.
—Otra vez —susurra.
Gimo más alto y repito el movimiento, echando atrás la cabeza y jadeando.
—Otra vez.
Vuelvo a gemir con fuerza y Christian inhala bruscamente. Me coge las manos, se inclina y acaricia con la
nariz y después con la lengua todo el vértice entre mis muslos.
—¡Ah!
Quiero tocarle, pero cuando intento mover las manos, él aprieta los dedos alrededor de mis muñecas.
—Te voy a atar estas también. Quieta.
Gimo. Me suelta e introduce dos dedos en mi interior a la vez que apoya la mano contra mi clítoris.
—Voy a hacer que te corras rápido, Ana. ¿Lista?
—Sí —jadeo.
Empieza a mover los dedos y la mano arriba y abajo rápidamente, estimulando ese punto tan dulce en mi
interior y el clítoris al mismo tiempo. ¡Ah! La sensación es intensa, realmente intensa. El placer aumenta y
atraviesa la mitad inferior de mi cuerpo. Quiero estirar las piernas, pero no puedo. Agarro con fuerza la toalla
que hay debajo de mí.
—Ríndete —me susurra Christian.
Exploto alrededor de sus dedos, gritando algo incoherente. Aprieta la mano contra mi clítoris mientras los
estremecimientos me recorren el cuerpo, prolongando así esa deliciosa agonía. Me doy cuenta vagamente de
que me está desatando las piernas.
—Es mi turno —susurra, y me gira para que quede boca abajo sobre el sofá con las rodillas en el suelo. Me
abre las piernas y me da un azote fuerte en el culo.
—¡Ah! —chillo a la vez que noto que entra con fuerza en mi interior.
—Oh, Ana —dice con los dientes apretados cuando empieza a moverse.
Me agarra las caderas fuertemente con los dedos mientras se hunde en mí una y otra vez. El placer empieza
a aumentar de nuevo. No… Ah…
—¡Vamos, Ana! —grita Christian y yo vuelvo a romperme en mil pedazos otra vez, latiendo a su alrededor
y gritando cuando alcanzo el orgasmo de nuevo.
—¿Te sientes lo bastante viva? —me pregunta Christian dándome un beso en el pelo.
—Oh, sí —murmuro mirando al techo. Estoy tumbada sobre mi marido, con la espalda sobre su pecho,
ambos en el suelo junto al sofá. Él todavía está vestido.
—Creo que deberíamos repetirlo. Pero esta vez tú sin ropa.
—Por Dios, Ana. Dame un respiro.
Suelto una risita y él ríe entre dientes.
—Me alegro de que Ray haya recuperado la consciencia. Parece que todos tus apetitos han regresado
después de eso —dice y oigo la sonrisa en su voz.
Me giro y le miro con el ceño fruncido.
—¿Se te olvida lo de anoche y lo de esta mañana? —le pregunto con un mohín.
—No podría olvidarlo —dice sonriendo. Con esa sonrisa parece joven, despreocupado y feliz. Me coge el
culo con las manos—. Tiene un culo fantástico, señora Grey.
—Y tú también. Pero el tuyo sigue tapado —le digo arqueando una ceja.
—¿Y qué va a hacer al respecto, señora Grey?
—Bueno, creo que le voy a desnudar, señor Grey. Enterito.
Él sonríe.
—Y yo creo que hay muchas cosas dulces en ti —susurra refiriéndose a la canción que sigue sonando,
repetida una vez tras otra. Su sonrisa desaparece.
Oh, no.
—Tú sí que eres dulce —le susurro, me inclino hacia él y le beso la comisura de la boca. Cierra los ojos y
me abraza más fuerte—. Christian, lo eres. Has hecho que este fin de semana sea especial a pesar de lo que le
ha pasado a Ray. Gracias.
Él abre sus grandes y serios ojos grises y su expresión me conmueve.
—Porque te quiero —susurra.
—Lo sé. Y yo también te quiero. —Le acaricio la cara—. Y eres algo precioso para mí. Lo sabes,
¿verdad?
Se queda muy quieto y parece perdido.
Oh, Christian… Mi dulce Cincuenta.
—Créeme —le susurro.
—No es fácil —dice con voz casi inaudible.
—Inténtalo. Inténtalo con todas tus fuerzas, porque es cierto. —Le acaricio la cara una vez más y mis
dedos le rozan las patillas. Sus ojos son unos océanos grises llenos de pérdida, heridas y dolor. Quiero
subirme encima de él y abrazarle. Cualquier cosa que haga que desaparezca esa mirada. ¿Cuándo se va a dar
cuenta de que él es mi mundo? ¿De que es más que merecedor de mi amor, del amor de sus padres, de sus
hermanos? Se lo he dicho una y otra vez, pero aquí estamos de nuevo, con Christian mirándome con
expresión de pérdida y abandono. Tiempo. Solo es cuestión de tiempo.
—Te vas a enfriar. Vamos. —Se pone de pie con agilidad y tira de mí para levantarme. Le rodeo la cintura
con el brazo mientras cruzamos el dormitorio. No quiero presionarle, pero desde el accidente de Ray se ha
vuelto más importante para mí que sepa cuánto le quiero.
Cuando entramos en el dormitorio frunzo el ceño, desesperada por recuperar el humor alegre de hace unos
momentos.
—¿Vemos un poco la tele? —le pido.
Christian ríe entre dientes.
—Creía que querías un segundo asalto. —Ahí está de nuevo mi temperamental Cincuenta… Arqueo una
ceja y me paro junto a la cama.
—Bueno, en ese caso… Esta vez yo llevaré las riendas.
Él me mira con la boca abierta y yo le empujo sobre la cama, me pongo rápidamente a horcajadas sobre su
cuerpo y le agarro las manos a ambos lados de la cabeza.
Me sonríe.
—Bien, señora Grey, ahora que ya me tiene, ¿qué piensa hacer conmigo?
Me inclino y le susurro al oído:
—Te voy a follar con la boca.
Cierra los ojos e inhala bruscamente mientras yo le rozo la mandíbula con los dientes.
Christian está trabajando en el ordenador. La mañana es clara a esta hora tan temprana. Creo que está
escribiendo un correo electrónico.
—Buenos días —murmuro tímidamente desde el umbral. Se gira y me sonríe.
—Señora Grey, se ha levantado pronto —dice tendiéndome los brazos.
Yo cruzo la suite y me acurruco en su regazo.
—Igual que tú.
—Estaba trabajando. —Se mueve un poco y me da un beso en el pelo.
—¿Qué pasa? —le pregunto, porque noto que algo no va bien.
Suspira.
—He recibido un correo del detective Clark. Quiere hablar contigo del cabrón de Hyde.
—¿Ah, sí? —Me aparto un poco y miro a Christian.
—Sí. Le he explicado que estás en Portland por ahora y que tendría que esperar, pero ha dicho que vendrá
aquí a hablar contigo.
—¿Va a venir?
—Eso parece. —Christian se muestra perplejo.
Frunzo el ceño.
—¿Y qué es tan importante que no puede esperar?
—Eso digo yo…
—¿Cuándo va a venir?
—Hoy. Tengo que contestarle.
—No tengo nada que esconder, pero me pregunto qué querrá saber…
—Lo descubriremos cuando llegue. Yo también estoy intrigado. —Christian vuelve a moverse—. Subirán
el desayuno pronto. Vamos a comer algo y después a ver a tu padre.
Asiento.
—Puedes quedarte aquí si quieres. Veo que estás ocupado.
Él frunce el ceño.
—No, quiero ir contigo.
—Bien. —Le sonrío, le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso.
Ray está de mal humor. Y eso es una alegría. Le pica, no hace más que rascarse y está impaciente e
incómodo.
—Papá, has tenido un accidente de coche grave. Necesitas tiempo para curarte. Y Christian y yo queremos
que te lleven a Seattle.
—No sé por qué os estáis molestando tanto por mí. Yo estaré bien aquí solo.
—No digas tonterías —digo apretándole la mano cariñosamente. Él tiene el detalle de sonreírme—.
¿Necesitas algo?
—Mataría por un donut, Annie.
Le sonrío indulgentemente.
—Te traeré un donut o dos. Iremos a Voodoo.
—¡Genial!
—¿Quieres un café decente también?
—¡Demonios, sí!
—Vale, te traeré uno también.
Christian está otra vez en la sala de espera, hablando por teléfono. Debería establecer su oficina aquí.
Extrañamente está solo, a pesar de que las otras camas de la UCI están ocupadas. Me pregunto si Christian
habrá espantado a las demás visitas. Cuelga.
—Clark estará aquí a las cuatro de la tarde.
Frunzo el ceño. ¿Qué será tan urgente?
—Vale. Ray quiere café y donuts.
Christian ríe.
—Creo que yo también querría eso si hubiera tenido un accidente. Le diré a Taylor que vaya a buscarlo.
—No, iré yo.
—Llévate a Taylor contigo —me dice con voz dura.
—Vale. —Pongo los ojos en blanco y él me mira fijamente. Después sonríe y ladea la cabeza.
—No hay nadie aquí. —Su voz es deliciosamente baja y sé que me está amenazando con azotarme. Estoy
a punto de decirle que se atreva, pero una pareja joven entra en la sala. Ella llora quedamente.
Me encojo de hombros a modo de disculpa mirando a Christian y él asiente. Coge el portátil, me da la
mano y salimos de la sala.
—Ellos necesitan la privacidad más que nosotros —me dice Christian—. Nos divertiremos luego.
Fuera está Taylor, esperando pacientemente.
—Vamos todos a por café y donuts.
A las cuatro en punto llaman a la puerta de la suite. Taylor hace pasar al detective Clark, que parece de peor
humor de lo que suele estar; siempre parece de mal humor. Tal vez sea algo en la expresión de su cara.
—Señor Grey, señora Grey, gracias por acceder a verme.
—Detective Clark. —Christian le saluda, le estrecha la mano y le señala un asiento. Yo me siento en el
sofá en el que me lo pasé tan bien anoche. Solo de pensarlo me sonrojo.
—Es a la señora Grey a quien quería ver —apunta Clark aludiendo a Christian y a Taylor, que se ha
colocado junto a la puerta. Christian mira a Taylor y asiente casi imperceptiblemente y él se gira y se va,
cerrando la puerta al salir.
—Cualquier cosa que tenga que decirle a mi esposa, puede decírsela conmigo delante. —La voz de
Christian es fría y profesional.
El detective Clark se vuelve hacia mí.
—¿Está segura de que desea que su marido esté presente?
Frunzo el ceño.
—Claro. No tengo nada que ocultarle. ¿Solo quiere hablar conmigo?
—Sí, señora.
—Bien. Quiero que mi marido se quede.
Christian se sienta a mi lado. Irradia tensión.
—Muy bien —dice Clark, resignado. Carraspea—. Señora Grey, el señor Hyde mantiene que usted le
acosó sexualmente y le hizo ciertas insinuaciones inapropiadas.
¡Oh! Estoy a punto de soltar una carcajada, pero le pongo la mano a Christian en el muslo para frenarle
cuando veo que se inclina hacia delante en el asiento.
—¡Eso es ridículo! —exclama Christian.
Yo le aprieto el muslo para que se calle.
—Eso no es cierto —afirmo yo con calma—. De hecho, fue exactamente lo contrario. Él me hizo
proposiciones deshonestas de una forma muy agresiva y por eso le despidieron.
La boca del detective Clark forma brevemente una fina línea antes de continuar.
—Hyde alega que usted se inventó la historia del acoso sexual para que le despidieran. Dice que lo hizo
porque él rechazó sus proposiciones y porque quería su puesto.
Frunzo el ceño. Madre mía… Jack está peor de lo que yo creía.
—Eso no es cierto —digo negando con la cabeza.
—Detective, no me diga que ha conducido hasta aquí para acosar a mi mujer con esas acusaciones
ridículas.
El detective Clark vuelve su mirada azul acero hacia Christian.
—Necesito oír la respuesta de la señora Grey ante esas acusaciones, señor —dice conteniéndose. Yo
vuelvo a apretarle la pierna a Christian, suplicándole sin palabras que se mantenga tranquilo.
—No tienes por que oír esta mierda, Ana.
—Creo que es mejor que el detective Clark sepa lo que pasó.
Christian me mira inescrutable durante un momento y después agita la mano en un gesto de resignación.
—Lo que dice Hyde no es cierto. —Mi voz suena tranquila, aunque me siento cualquier cosa menos eso.
Estoy perpleja por esas acusaciones y nerviosa porque Christian puede explotar en cualquier momento. ¿A
qué está jugando Jack?—. El señor Hyde me abordó en la cocina de la oficina una noche. Me dijo que me
habían contratado gracias a él y que esperaba ciertos favores sexuales a cambio. Intentó chantajearme
utilizando unos correos que yo le había enviado a Christian, que entonces todavía no era mi marido. Yo no
sabía que Hyde había estado espiando mis correos. Es un paranoico: incluso me acusó de ser una espía
enviada por Christian, presumiblemente para ayudarle a hacerse con la empresa. Pero no sabía que Christian
ya había comprado Seattle Independent Publishing. —Niego con la cabeza cuando recuerdo mi tenso y
estresante encuentro con Hyde—. Al final yo… yo le derribé.
Clark arquea las cejas sorprendido.
—¿Le derribó?
—Mi padre fue soldado. Hyde… Mmm… me tocó y yo sé cómo defenderme.
Christian me dedica una fugaz mirada de orgullo.
—Entiendo. —Clark se acomoda en el sofá y suspira profundamente.
—¿Han hablado con alguna de las anteriores ayudantes de Hyde? —le pregunta Christian casi con
cordialidad.
—Sí, lo hemos hecho. Pero lo cierto es que ninguna de ellas nos dice nada. Todas afirman que era un jefe
ejemplar, aunque ninguna duró en el puesto más de tres meses.
—Nosotros también hemos tenido ese problema —murmura Christian.
¿Ah, sí? Miro a Christian con la boca abierta, igual que el detective Clark.
—Mi jefe de seguridad entrevistó a las cinco últimas ayudantes de Hyde.
—¿Y eso por qué?
Christian le dedica una mira gélida.
—Porque mi mujer trabajó con él y yo hago comprobaciones de seguridad sobre todas las personas que
trabajan con mi mujer.
El detective Clark se sonroja. Yo le miro encogiéndome de hombros a modo de disculpa y con una sonrisa
que dice: «Bienvenido a mi mundo».
—Ya veo —dice Clark—. Creo que hay algo más en ese asunto de lo que parece a simple vista, señor
Grey. Vamos a llevar a cabo un registro más a fondo del apartamento de Hyde mañana, tal vez encontremos
la clave entonces. Por lo visto, hace tiempo que no vive allí.
—¿Lo han registrado antes?
—Sí, pero vamos a hacerlo de nuevo. Esta vez será una búsqueda más exhaustiva.
—¿Todavía no le han acusado del intento de asesinato de Ros Bailey y mío? —pregunta Christian en voz
baja.
¿Qué?
—Esperamos encontrar más pruebas del sabotaje de su helicóptero, señor Grey. Necesitamos algo más que
una huella parcial. Mientras está en la cárcel podemos ir reforzando el caso.
—¿Y ha venido solo para eso?
Clark parece irritado.
—Sí, señor Grey, solo para eso, a no ser que se le haya ocurrido algo sobre la nota…
¿Nota? ¿Qué nota?
—No. Ya se lo dije. No significa nada para mí. —Christian no puede ocultar su irritación—. No entiendo
por qué no podíamos haber hecho esto por teléfono.
—Creo que ya le he dicho que prefiero hacer las cosas en persona. Y así aprovecho para visitar a mi tía
abuela, que vive en Portland. Dos pájaros de un tiro… —El rostro de Clark permanece impasible e
imperturbable ante el mal humor de mi marido.
—Bueno, si hemos terminado, tengo trabajo que hacer. —Christian se levanta y el detective Clark hace lo
mismo.
—Gracias por su tiempo, señora Grey —me dice educadamente. Yo asiento. —Señor Grey —se despide.
Christian abre la puerta y Clark se va.
Me dejo caer en el sofá.
—¿Te puedes creer lo que ha dicho ese gilipollas? —explota Christian.
—¿Clark?
—No, el idiota de Hyde.
—No, no puedo.
—¿A qué coño está jugando? —pregunta Christian con los dientes apretados.
—No lo sé. ¿Crees que Clark me ha creído?
—Claro. Sabe que Hyde es un cabrón pirado.
—Estás siendo muy «insultino».
—¿Insultino? —Christian sonríe burlón—. ¿Existe esa palabra?
—Ahora sí.
De repente sonríe, se sienta a mi lado y me atrae hacia sus brazos.
—No pienses en ese gilipollas. Vamos a ver a tu padre e intentar convencerle para trasladarle mañana.
—No ha querido ni oír hablar de ello. Quiere quedarse en Portland y no ser una molestia.
—Yo hablaré con él.
—Quiero viajar con él.
Christian se me queda mirando y durante un momento creo que va a decir que no.
—Está bien. Yo iré también. Sawyer y Taylor pueden llevar los coches. Dejaré que Sawyer se lleve tu R8
esta noche.
Al día siguiente, Ray examina su nuevo entorno: una habitación amplia y luminosa en el centro de
rehabilitación del Hospital Northwest de Seattle. Es mediodía y parece adormilado. El viaje, que ha hecho
nada menos que en helicóptero, le ha agotado.
—Dile a Christian que le agradezco todo esto —dice en voz baja.
—Se lo puedes decir tú mismo. Va a venir esta noche.
—¿No vas a trabajar?
—Seguramente vaya ahora. Pero quería asegurarme de que estás bien aquí.
—Vete. No hace falta que te preocupes por mí.
—Me gusta preocuparme por ti.
Mi BlackBerry vibra. Miro el número; no lo reconozco.
—¿No vas a contestar? —me pregunta Ray.
—No. No sé quién es. Que deje el mensaje en el contestador. Te he traído algo para leer —le digo
señalando una pila de revistas de deportes que hay en la mesilla.
—Gracias Annie.
—Estás cansado, ¿verdad?
Asiente.
—Me voy para que puedas dormir. —Le doy un beso en la frente—. Hasta luego, papi. —susurro.
—Hasta luego, cariño. Y gracias. —Ray me coge la mano y me aprieta con suavidad—. Me gusta que me
llames «papi». Me trae recuerdos…
Oh, papi… Yo también le aprieto la mano.
Cuando salgo por la puerta principal en dirección al todoterreno donde me espera Sawyer, oigo que alguien
me llama.
—¡Señora Grey! ¡Señora Grey!
Me vuelvo y veo a la doctora Greene que viene corriendo hacia mí con su habitual apariencia inmaculada,
aunque un poco agitada.
—Señora Grey, ¿cómo está? ¿Ha recibido mi mensaje? La he llamado antes.
—No. —Se me eriza el vello.
—Bueno, me preguntaba por qué ha cancelado ya cuatro citas.
¿Cuatro citas? Me quedo mirándola con la boca abierta. ¿Ya me he saltado cuatro citas? ¿Cómo?
—Tal vez sería mejor que habláramos de esto en mi despacho. Salía a comer… ¿Tiene tiempo ahora?
Asiento mansamente.
—Claro. Yo… —Me quedo sin palabras. ¿He perdido cuatro citas? Llego tarde para mi próxima
inyección. Mierda.
Un poco aturdida, la sigo por el hospital hasta su despacho. ¿Cómo he podido perder cuatro citas?
Recuerdo vagamente que hubo que cambiar una, Hannah me lo dijo, pero ¿cuatro? ¿Cómo he podido perder
cuatro?
El despacho de la doctora Greene es espacioso, minimalista y está muy bien decorado.
—Me alegro de que me haya encontrado antes de que me fuera —murmuro, todavía un poco impresionada
—. Mi padre ha tenido un accidente de coche y acabamos de traerle desde Portland.
—Oh, lo siento mucho. ¿Qué tal está?
—Está bien, gracias. Mejorando.
—Eso es bueno. Y explica por qué canceló la cita del viernes.
La doctora Greene desplaza el ratón sobre su escritorio y su ordenador vuelve a la vida.
—Sí… Ya han pasado más de trece semanas. Está muy cerca del límite. Será mejor que le haga una prueba
antes de darle la siguiente inyección.
—¿Una prueba? —susurro mientras toda la sangre abandona mi cabeza.
—Una prueba de embarazo.
Oh, no.
Rebusca en el cajón de su mesa.
—Creo que ya sabe qué hacer con esto. —Me da un recipiente pequeño—. El baño está justo al salir del
despacho.
Me levanto como en un trance. Todo mi cuerpo funciona como si llevara puesto el piloto automático
mientras salgo hacia el baño.
Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda. Cómo he podido dejar que pase esto… ¿otra vez? De repente
siento náuseas y suplico en silencio: no, por favor. No, por favor. Es demasiado pronto. Es demasiado pronto.
Cuando vuelvo a entrar en el despacho de la doctora Greene, ella me dedica una sonrisa tensa y me señala
un asiento al otro lado de la mesa. Me siento y le paso la muestra sin decir nada. Ella introduce un palito
blanco en la muestra y lo examina. Levanta las cejas cuando se pone azul.
—¿Qué significa el azul? —La tensión me está atenazando la garganta.
Me mira con ojos serios.
—Bueno, señora Grey, eso significa que está embarazada.
¿Qué? No. No. No. Joder.