Creía que habías nacido en Seattle —le digo. Mi mente no para. ¿Y qué tiene que ver eso con Jack?
Christian levanta el brazo con el que se estaba tapando la cara, lo estira detrás de él y coge una de las
almohadas. Se la pone bajo la cabeza, se acomoda y me mira con expresión cautelosa. Un segundo después
niega con la cabeza.
—No. A Elliot y a mí nos adoptaron en Detroit. Nos mudamos poco después de mi adopción. Grace quería
venir a la costa Oeste, lejos de la expansión urbana descontrolada, y consiguió un trabajo en el Northwest
Hospital. No tengo apenas recuerdos de entonces. A Mia la adoptaron aquí.
—¿Y Jack es de Detroit?
—Sí.
Oh…
—¿Cómo lo sabes?
—Le investigué cuando tú empezaste a trabajar para él.
Claro, cómo no…
—¿También tienes una carpeta de color marrón con información suya? —Sonrío.
Christian tuerce la boca pero consigue ocultar su diversión.
—Creo que es azul claro, de hecho. —Sigue peinándome el pelo con los dedos y eso me resulta muy
tranquilizador.
—¿Y qué pone en lo que hay dentro de su carpeta?
Christian parpadea. Después baja la mano para acariciarme la mejilla.
—¿Seguro que quieres saberlo?
—¿Es malo?
Se encoje de hombros.
—Me he enterado de cosas peores —dice.
¡No! ¿Es algo sobre él? Vuelve a mi mente la imagen del niño sucio, asustado y perdido que fue Christian.
Me acurruco un poco más contra él y le abrazo más fuerte, cubriéndole con la sábana y apoyando mi mejilla
contra su pecho.
—¿Qué pasa? —pregunta desconcertado por mi reacción.
—Nada —le respondo.
—No, no, esto tiene que funcionar en las dos direcciones, Ana. ¿Qué te pasa?
Levanto la cabeza y estudio su expresión aprensiva. Vuelvo a poner la mejilla sobre su pecho y decido que
tengo que decírselo.
—A veces te imagino como el niño que fuiste… antes de venir a vivir con los Grey.
Christian se tensa.
—No hablaba de mí. No quiero que sientas lástima por mí, Anastasia. Esa parte de mi vida ya no está. Se
acabó.
—No siento lástima —le aclaro consternada—. Es compasión y dolor. Dolor de que alguien haya podido
hacerle eso a un niño. —Inspiro hondo porque noto que me da un vuelco el estómago y que vuelven a
llenárseme los ojos de lágrimas—. Y esa parte de tu vida sí que está, Christian, ¿cómo puedes decir eso?
Vives con tu pasado todos los días. Tú mismo me lo has dicho, las cincuenta sombras más, ¿recuerdas? —le
digo con voz apenas audible.
Christian ríe burlón y se pasa la mano libre por el pelo, pero sigue en silencio y tenso debajo de mí.
—Sé que por eso necesitas controlarme. Mantenerme segura.
—Pero tú eliges desafiarme —dice frustrado y su mano para de acariciarme el pelo.
Frunzo el ceño. Demonios… ¿lo estará haciendo deliberadamente? Mi subconsciente se quita las gafas y
muerde una patilla. Después frunce los labios y asiente. La ignoro. Qué confuso es todo: soy su mujer, no su
sumisa. Tampoco soy como una empresa que ha comprado. No soy la puta adicta al crack que fue su
madre… Joder. Solo de pensarlo me pongo enferma. Recuerdo las palabras del doctor Flynn: «Limítate a
seguir haciendo lo que estás haciendo, Christian está perdidamente enamorado. Es una delicia verlo».
Y eso es lo que hago. Estoy haciendo lo que he hecho siempre. ¿No es eso lo que le gustó de mí en un
primer momento?
Oh, este hombre es tan confuso…
—El doctor Flynn me dijo que debía darte el beneficio de la duda. Y creo que lo he hecho, aunque no
estoy segura. Tal vez es mi manera de traerte al aquí y al ahora, de mantener las distancias con tu pasado —le
susurro—. No lo sé. Pero parece que no puedo calibrar si vas a reaccionar exageradamente y cuánto.
Se queda callado un momento.
—Joder con Flynn —dice para sí.
—Me dijo que debía seguir comportándome de la misma forma que siempre contigo.
—¿Eso te dijo? —pregunta Christian con sequedad.
Vale, ahí vamos.
—Christian, sé que querías a tu madre y no pudiste salvarla. Pero eso no era responsabilidad tuya. Y yo no
soy tu madre.
Él se pone tenso otra vez.
—No sigas por ahí —me advierte.
—No, escúchame, por favor. —Levanto la cabeza para mirarle a los ojos llenos de miedo. Está
conteniendo la respiración. Oh, Christian… Se me encoge el corazón—. Yo no soy ella. Soy más fuerte que
ella. Y te tengo a ti, que eres mucho más fuerte ahora, y sé que me quieres. Y yo también te quiero —le
susurro.
Arruga la frente porque no son las palabras que esperaba.
—¿Todavía me quieres? —me pregunta.
—Claro que te quiero. Christian, te querré siempre. No importa lo que me hagas. —¿Es esta seguridad lo
que quiere oír?
Deja escapar el aire y cierra los ojos, tapándose la cara con el brazo de nuevo y abrazándome más fuerte.
—No te escondas de mí. —Levanto la mano y le cojo la suya. Después tiro para que aparte el brazo de su
cara—. Llevas toda tu vida escondiéndote. No lo hagas ahora, no te escondas de mí.
Me mira con incredulidad y frunce el ceño.
—¿Me escondo?
—Sí.
Cambia de postura de repente, se pone de lado y me obliga a moverme para que quede tumbada a su lado
sobre la cama. Acerca la mano, me aparta el pelo de la cara y me lo coloca detrás de la oreja.
—Antes me has preguntado si te odiaba. No entendí entonces por qué, pero ahora…
Él se detiene y me mira como si yo fuera un enigma.
—¿Todavía crees que te odio? —pregunto con voz incrédula.
—No —dice negando a la vez con la cabeza—. Ahora no. —Parece aliviado—. Pero necesito saber
algo… ¿Por qué has dicho la palabra de seguridad, Ana?
Palidezco. ¿Qué puedo decirle? Que me ha asustado. Que no sabía si iba a parar. Que le supliqué y no
paró. Que no quería que las cosas fueran subiendo de intensidad como… como aquella vez en esta misma
habitación. Me estremezco al recordar cómo me azotó con el cinturón.
Trago saliva.
—Porque… Porque estabas tan enfadado y tan distante y tan… frío. No sabía lo lejos que podías llegar.
Su expresión no revela nada.
—¿Ibas a dejarme llegar al orgasmo? —pregunto con la voz apenas un susurro y siento que me sonrojo,
pero le sostengo la mirada.
—No —confiesa por fin.
Maldita sea.
—Eso es… cruel.
Me roza la mejilla suavemente con los nudillos.
—Pero efectivo —murmura. Me mira como si intentara ver mi alma y los ojos se le oscurecen. Después de
una eternidad dice—: Me alegro de que lo hicieras.
—¿Ah, sí?
Sus labios forman una sonrisa triste.
—Sí. No quiero hacerte daño. Me dejé llevar. —Se acerca y me da un beso—. Me perdí en el momento.
—Vuelve a besarme—. Me pasa mucho contigo.
¿Oh? Y por alguna extraña razón la idea me gusta… Sonrío. ¿Por qué me hace feliz eso? Él también
sonríe.
—No sé por qué sonríe, señora Grey.
—Yo tampoco.
Me envuelve con su cuerpo y apoya la cabeza en mi pecho. Ahora somos una maraña de extremidades
desnudas, con vaqueros y seda de la sábana. Le acaricio la espalda con una mano y el pelo con la otra.
Suspira y se relaja en mis brazos.
—Eso significa que puedo confiar en ti, en que me detendrás. Nunca he querido hacerte daño —murmura
—. Necesito… —dice, pero se detiene.
—¿Qué necesitas?
—Necesito control, Ana. Igual que te necesito a ti. Solo puedo funcionar así. No puedo dejarme llevar. No
puedo. Lo he intentado… Y bueno, contigo… —Sacude la cabeza por la exasperación.
Trago saliva. Ese es el núcleo de nuestro dilema: su necesidad de control y su necesidad de mí. Me niego a
creer que son mutuamente excluyentes.
—Yo también te necesito —le susurro, abrazándole más fuerte—. Lo intentaré, Christian. Intentaré tener
más consideración contigo.
—Quiero que me necesites —susurra.
¡Dios!
—¡Pero si te necesito! —digo con mucha pasión. Le necesito tanto… Le quiero tanto.
—Quiero cuidarte.
—Y lo haces. Siempre. Te he echado mucho de menos cuando estabas fuera…
—¿Ah, sí? —Suena sorprendido.
—Sí, claro. Odio que te vayas y me dejes sola.
Noto su sonrisa.
—Podrías haber venido conmigo.
—Christian, por favor. No resucitemos esa discusión. Quiero trabajar.
Suspira y yo le peino suavemente con los dedos.
—Te quiero, Ana.
—Yo también te quiero, Christian. Siempre te querré.
Y los dos nos quedamos tumbados, disfrutando de la calma tras la tormenta. Y escuchando el latido rítmico
de su corazón, me dejo llevar por el sueño, exhausta.
Me despierto sobresaltada y desorientada. ¿Dónde estoy? En el cuarto de juegos. Las luces todavía están
encendidas e iluminan tenuemente las paredes rojo sangre. Christian gime otra vez y me doy cuenta de que
eso es lo que me ha despertado.
—No —lloriquea. Está tumbado a mi lado, con la cabeza hacia atrás, los párpados apretados y la cara
crispada por la angustia.
Maldita sea, está teniendo una pesadilla.
—¡No! —grita.
—Christian, despierta. —Me incorporo con dificultad, apartando la sábana de una patada. Me pongo de
rodillas a su lado, le cojo por los hombros y le sacudo. Se me saltan las lágrimas—. Christian, por favor,
¡despierta!
Abre los ojos de golpe, grises y salvajes, las pupilas dilatadas por el miedo. Me mira con los ojos vacíos.
—Christian, era una pesadilla. Estás en casa. Estás seguro.
Parpadea, mira a su alrededor muy nervioso y frunce el ceño al ver dónde está. Sus ojos vuelven a
encontrarse con los míos.
—Ana —jadea y sin más preámbulos me coge la cara con las dos manos, me acerca a su pecho y me besa
con pasión. Su lengua me invade la boca y sabe a desesperación y a necesidad. Sin darme apenas un
momento para respirar, rueda sin separar sus labios de los míos hasta quedar encima de mí, apretándome
contra el duro colchón de la cama de cuatro postes. Con una de las manos me agarra la mandíbula mientras
con la otra me sujeta la cabeza para mantenerme quieta. Me separa las piernas con la rodilla y se recuesta,
todavía con los vaqueros puestos, entre mis muslos—. Ana —repite como si no pudiera creerse que estoy allí
con él. Me mira durante una fracción de segundo, lo que me da un momento para respirar, pero de nuevo sus
labios se fusionan con los míos, saqueándome la boca y quedándose con todo lo que tengo para dar. Gime
fuerte y flexiona la cadera para acercarla a la mía. Su erección cubierta por la tela de los vaqueros presiona mi
carne suave. Oh… Gimo y toda la tensión sexual reprimida durante los anteriores intentos fallidos resurge con
fuerza, llenando mi sistema de deseo y necesidad. Todavía controlado por sus demonios, Christian me besa
con pasión la cara, los ojos, las mejillas y la línea de la mandíbula.
—Estoy aquí —le susurro intentando calmarle mientras nuestros jadeos calientes se mezclan. Me agarro a
sus hombros y muevo la pelvis contra la suya para animarle.
—Oh, Ana —jadea con la voz baja y ronca—. Te necesito.
—Yo también te necesito —le susurro con urgencia, con el cuerpo desesperado por sentir su contacto. Le
deseo. Le deseo ahora. Quiero curarle. Quiero curarme a mí… lo necesito. Baja la mano y se ocupa de los
botones de la bragueta. Los desabrocha en un segundo y libera su erección.
Madre mía. Y eso que hace menos de un minuto estaba dormido…
Se levanta y me mira fijamente durante un segundo, suspendido en el aire sobre mí.
—Sí. Por favor —le pido con la voz ronca y llena de necesidad.
Y con un movimiento rápido entra hasta el fondo de mí.
—¡Ah! —grito, no de dolor, sino de sorpresa por su rapidez.
Gruñe y vuelve a pegar sus labios a los míos mientras me empuja una y otra vez, su lengua poseyéndome
con la misma intensidad. Sus movimientos son frenéticos por culpa del miedo, la lujuria, el deseo y… ¿el
amor? No lo sé, pero yo voy a su encuentro en todas las embestidas, una tras otra, recibiéndole agradecida.
—Ana —dice con dificultad y alcanza el orgasmo con mucha fuerza, derramándose en mi interior, con la
cara tensa y el cuerpo rígido antes de caer con todo su peso sobre mí jadeando… y me deja a mí muy cerca…
otra vez.
Maldita sea. Esta no es mi noche, definitivamente. Le abrazo y respiro todo lo hondo que puedo, casi
retorciéndome por la necesidad debajo de su cuerpo. Sale de mí y me abraza durante unos minutos…
demasiados. Finalmente sacude la cabeza y se apoya sobre los codos, quitándome de encima parte de su peso.
Me mira como si me estuviera viendo por primera vez.
—Oh, Ana. Por Dios… —Se acerca y me da un beso tierno.
—¿Estás bien? —le pregunto acariciándole su adorable rostro. Asiente, pero parece agitado y muy
asustado. Mi pobre niño perdido. Frunce el ceño y me mira intensamente a los ojos como si acabara de
registrar por fin dónde está.
—¿Y tú? —me pregunta con voz preocupada.
—Mmm… —Me retuerzo un poco debajo de él y un segundo después sonríe, una sonrisa lenta y carnal.
—Señora Grey, veo que tiene necesidades —murmura. Me da un beso rápido y se baja de la cama.
Se arrodilla en el suelo al borde de la cama y extiende las manos, me coge justo por encima de las rodillas y
tira de mí hacia él hasta que mi culo queda justo al borde de la cama.
—Siéntate. —Me esfuerzo para hacerlo y el pelo me rodea como un velo, cayéndome hasta los pechos.
Sus ojos grises no se apartan de los míos mientras me separa las piernas todo lo posible. Yo me apoyo en las
manos porque sé muy bien lo que va a hacer. Pero… él solo… mmm…
—Eres tan preciosa, Ana —me dice y veo como baja la cabeza cobriza y empieza a subir por mi muslo
derecho sin dejar de darme besos.
Todo mi cuerpo se tensa por la anticipación. Levanta la vista para mirarme y advierto que los ojos se le
oscurecen detrás de las largas pestañas.
—Mírame —dice y al segundo siguiente noto su boca sobre mi carne.
Oh, Dios mío. Grito y siento que todo el mundo se concentra en el punto donde se unen mis muslos. Joder,
y es tan erótico mirarle, ver su lengua acariciando lo que parece la parte más sensible de mi cuerpo. No tiene
clemencia a la hora de provocarme, excitarme y adorarme. Noto que mi cuerpo se tensa y los brazos
empiezan a temblarme por el esfuerzo de mantenerme erguida.
—No… ¡Ah! —Es lo único que puedo decir. Christian introduce lentamente el dedo corazón en mi interior
y ya no puedo aguantar más; me dejo caer sobre la cama y disfruto del contacto de su dedo y de su boca por
dentro y por fuera de mi cuerpo. Empieza a masajearme ese punto tan dulce de mi interior lenta, suavemente.
Y un segundo después, me atrapa el orgasmo. Exploto gritando su nombre en una rendición incoherente
cuando el intenso orgasmo me hace arquearme tanto que me separo de la cama. Creo que llego incluso a ver
las estrellas. Es una sensación tan primitiva, tan visceral… Soy vagamente consciente de que me está
acariciando el vientre con la nariz y dándome besos suaves. Extiendo la mano y le acaricio el pelo.
—No he acabado contigo todavía —me asegura. Y antes de que me dé tiempo a volver del todo a Seattle,
planeta tierra, me agarra por las caderas y tira de mí hasta sacarme de la cama, arrastrarme hasta donde él está
arrodillado, y colocarme en su regazo sobre su erección que me espera.
Doy un respingo cuando noto que me llena. Por Dios…
—Oh, nena… —jadea a la vez que me rodea con los brazos y se queda quieto. Me acaricia la cabeza y me
besa la cara. Mueve la cadera y noto relámpagos de placer calientes y poderosos que surgen de lo más
profundo de mí. Él me agarra del culo y me levanta. Después proyecta su sexo hacia arriba.
—Ah —gimo y siento sus labios sobre los míos otra vez mientras sube y baja muy despacio, oh, tan
despacio… arriba y abajo. Le abrazo el cuello y me rindo al ritmo cadencioso. Me dejo llevar a donde quiera
que él me lleve. Flexiono los muslos y cabalgo sobre él… Me hace sentir tan bien. Me echo hacia atrás y dejo
caer la cabeza. Abro la boca todo lo que puedo en una expresión silenciosa de mi placer y disfruto de esa
forma tan dulce que tiene de hacer el amor.
—Ana —dice en un jadeo y se acerca para besarme la garganta. Me agarra con fuerza y sigue entrando y
saliendo lentamente, acercándome… cada vez más y más… con ese ritmo tan exquisito; una fuerza carnal
fluida. Un placer delicioso irradia desde lo más profundo mientras él me abraza tan íntimamente—. Te quiero,
Ana —me susurra al oído con voz baja y ronca y vuelve a levantarme… Arriba y abajo, arriba y abajo. Le
rodeo la nuca con una mano y deslizo los dedos entre su pelo.
—Yo también te quiero, Christian. —Abro los ojos y lo encuentro mirándome y todo lo que veo es su
amor que brilla con fuerza en la tenue luz del cuarto de juegos. Parece que su pesadilla ha quedado olvidada.
Y cuando empiezo a sentir que mi cuerpo se está acercando a la liberación, me doy cuenta de que esto es lo
que quería: esta conexión, esta demostración de nuestro amor.
—Córrete para mí, nena —me pide en voz muy baja. Cierro los párpados con fuerza y mi cuerpo se tensa
al oír el sonido de su voz. Entonces me dejo llevar por el clímax y me corro en una espiral poderosa e intensa.
Él se queda quieto con la frente apoyada contra la mía y susurra mi nombre muy bajito, me abraza y también
se abandona al orgasmo.
Me levanta con cuidado y me tumba en la cama. Me quedo tumbada en sus brazos, agotada y al fin
satisfecha. Christian me acaricia el cuello con la nariz.
—¿Mejor ahora? —me pregunta en un susurro.
—Mmm.
—¿Nos vamos a la cama o quieres dormir aquí?
—Mmm.
—Señora Grey, hábleme —pide divertido.
—Mmm.
—¿Eso es todo lo que puedes articular?
—Mmm.
—Vamos, te voy a llevar a la cama. No me gusta dormir aquí.
Me muevo a regañadientes y me giro para mirarlo.
—Espera —le digo. Me mira y parpadea, los ojos muy abiertos e inocentes. Se le ve satisfecho—. ¿Estás
bien? —le pregunto.
Asiente sonriendo travieso como un adolescente.
—Ahora sí.
—Oh, Christian. —Frunzo el ceño y le acaricio su preciosa cara—. Te preguntaba por la pesadilla.
Su expresión se tensa un instante y después cierra los ojos y me abraza con más fuerza, escondiendo la cara
en mi cuello.
—No —dice en un susurro ronco.
Me da un vuelvo el corazón y yo también le abrazo fuerte y le acaricio la espalda y el pelo.
—Lo siento —digo alarmada por su reacción. Maldita sea, ¿cómo puedo saber cómo va a reaccionar con
estos cambios de humor? ¿De qué iba la pesadilla? No quiero causarle más dolor haciéndole revivir los
detalles—. No pasa nada —murmuro suavemente, deseando que vuelva a ser el niño juguetón de hace un
momento—. No pasa nada —repito tranquilizadora.
—Vamos a la cama —me dice en voz baja un momento después.
Se aparta de mí, dejándome vacía y necesitada de su contacto, y se levanta de la cama. Yo también me
levanto, envuelta en la sábana de seda, y me agacho para recoger mi ropa.
—Déjala —me dice, y antes de que me dé cuenta me coge en brazos—. No quiero que tropieces con esa
sábana y te rompas el cuello. —Le rodeo con los brazos, asombrada de que ya haya recobrado la compostura,
y le acaricio con la nariz mientras me lleva al dormitorio en el piso de abajo.
Abro los ojos de par en par. Algo no está bien. Christian no está en la cama, aunque aún es de noche. Miro el
despertador y veo que son las tres y veinte de la madrugada. ¿Dónde está Christian? Entonces oigo el piano.
Salgo rápidamente de la cama, cojo la bata y corro por el pasillo hasta el salón. La melodía que está
tocando es muy triste, un lamento acongojado que ya he le oído tocar antes. Me paro en el umbral y le
contemplo en medio del círculo de luz mientras la música dolorosamente lastimera llena la habitación.
Termina de tocar y vuelve a empezar la misma pieza. ¿Por qué una melodía tan triste? Me abrazo el cuerpo y
escucho lo que toca embelesada. Christian, ¿por qué algo tan triste? ¿Es por mí? ¿Yo te he provocado esto?
Cuando termina y va a empezarla una tercera vez, ya no puedo soportarlo más. No levanta la cabeza cuando
me acerco al piano, pero se aparta un poco para que pueda sentarme a su lado en la banqueta. Sigue tocando
y yo apoyo mi cabeza en su hombro. Me da un beso en el pelo, pero no deja de tocar hasta que termina la
pieza. Le miro y descubro que él también me está mirando cauteloso.
—¿Te he despertado? —me pregunta.
—Me ha despertado que no estuvieras. ¿Cómo se llama esa pieza?
—Es Chopin. Es uno de sus preludios en mi menor. —Christian se detiene un momento—. Se llama
Asfixia…
Estiro el brazo y le cojo la mano.
—Te ha alterado mucho todo esto, ¿eh?
Ríe burlonamente.
—Un gilipollas trastornado ha entrado en mi piso para secuestrar a mi mujer. Ella no hace nunca lo que le
dicen. Me vuelve loco. Utiliza la palabra de seguridad conmigo. —Cierra los ojos brevemente y cuando
vuelve a abrirlos su mirada es dura y salvaje—. Sí, todo esto me tiene un poco alterado.
Le aprieto la mano.
—Lo siento.
Él apoya su frente contra la mía.
—He soñado que estabas muerta —me susurra.
—¿Qué?
—Tirada en el suelo, muy fría, y no te despertabas.
Oh, Cincuenta…
—Oye… Solo ha sido un mal sueño. —Le rodeo la cabeza con las manos. Sus ojos arden cuando le miro y
la angustia que hay en ellos es terrible—. Estoy aquí y solo estoy fría cuando no estás conmigo en la cama.
Vamos a la cama, por favor. —Le cojo la mano y me pongo de pie. Espero un momento para ver si me sigue.
Por fin se pone de pie también. Lleva solo los pantalones del pijama, de esa forma holgada que hace que
tenga unas ganas tremendas de meterle los dedos por debajo de la cinturilla… Pero me resisto y le llevo de
nuevo al dormitorio.
Cuando me despierto, Christian está acurrucado junto a mí, durmiendo plácidamente. Me relajo y disfruto de
su calor que me envuelve, piel contra piel. Me quedo muy quieta porque no quiero perturbar su sueño.
Dios, qué noche. Siento como si me hubiera arrollado un tren; el tren de mercancías que es mi marido. Es
difícil de creer que el hombre que está tumbado a mi lado y que parece tan sereno y tan joven cuando duerme,
era anoche una persona profundamente torturada… y profundamente torturadora por mí. Miro al techo y se
me ocurre que siempre he pensado en Christian como alguien muy fuerte y muy dominante, cuando en
realidad es tan frágil, mi pobre niño perdido… Y lo más irónico es que él me ve a mí como alguien frágil (y
yo no creo que lo sea). Yo soy la fuerte en comparación con él.
Pero ¿tengo suficiente fuerza para los dos? ¿Suficiente para hacer lo que me dice y proporcionarle así un
poco de serenidad mental? Suspiro. No me está pidiendo tanto. Repaso nuestra conversación de anoche.
¿Hemos decidido algo aparte de que ambos vamos a intentarlo con más ahínco? Lo importante de todo es que
quiero a este hombre y necesito establecer un rumbo que nos sirva a ambos. Uno que me permita mantener mi
integridad y mi independencia y a la vez seguir siendo lo que soy para él. Soy su más y él es mío. Decido
hacer un esfuerzo especial este fin de semana para no darle ninguna causa de preocupación.
Christian se revuelve, levanta la cabeza de mi pecho y me mira adormilado.
—Buenos días, señor Grey —le digo sonriendo.
—Buenos días, señora Grey. ¿Ha dormido bien? —Se estira a mi lado.
—Una vez que mi marido dejó de aporrear el piano, sí.
Me dedica esa sonrisa tímida y yo me derrito.
—¿Aporrear? Tengo que escribirle un correo a la señorita Kathie para decirle eso que me has dicho.
—¿La señorita Kathie?
—Mi profesora de piano.
Suelto una risita.
—Me encanta ese sonido —me dice—. ¿Vamos a ver si hoy tenemos un día mejor?
—Vale —le digo—. ¿Qué quieres hacer?
—Después de hacerle el amor a mi mujer y que ella me prepare el desayuno, quiero llevarte a Aspen.
Le miro boquiabierta.
—¿Aspen?
—Sí.
—¿Aspen, Colorado?
—El mismo. A menos que lo hayan movido. Después de todo, pagaste veinticuatro mil dólares por la
experiencia de pasar un fin de semana allí.
Le sonrío.
—Los pagué, pero era tu dinero.
—Nuestro dinero.
—Era solo tu dinero cuando hice la puja. —Pongo los ojos en blanco.
—Oh, señora Grey… Usted y su manía de poner los ojos en blanco —me susurra mientras su mano
recorre mi muslo.
—¿No hacen falta muchas horas para llegar a Colorado? —pregunto para distraerle.
—En jet no —dice dulcemente cuando su mano llega a mi culo.
Claro, mi marido tiene un jet, ¿cómo puedo haberlo olvidado? Su mano sigue ascendiendo por mi cuerpo,
subiéndome el camisón en su camino, y pronto se me olvida todo.
Taylor nos lleva en coche hasta la pista de aterrizaje del aeropuerto de Seattle y después hasta el sitio justo
donde nos espera el jet de Grey Enterprises Holdings, Inc. Es un día gris en Seattle, pero me niego a dejar
que el tiempo me estropee el buen humor. Christian también está de mejor humor. Está entusiasmado por
algo: se le ve tan ansioso como en Navidad y a punto de explotar, como un niño con un gran secreto. Me
pregunto qué habrá preparado. Se le ve risueño con el pelo alborotado, la camiseta blanca y los vaqueros
negros. Hoy no parece en absoluto el presidente de la empresa que es. Me coge la mano cuando Taylor se
detiene al pie de la escalerilla del jet.
—Tengo una sorpresa para ti —me susurra y me da un beso en los nudillos.
Le sonrío.
—¿Una sorpresa buena?
—Eso espero. —Me sonríe tiernamente.
Mmm, ¿qué puede ser?
Sawyer salta del asiento delantero y me abre la puerta. Taylor abre la de Christian y después saca nuestras
maletas del maletero. Encontramos a Stephan al final de la escalerilla cuando entramos al avión. Miro al
puente de mando y veo a la primera oficial Beighley accionando interruptores en el impresionante panel de
mando.
Christian y Stephan se dan la mano.
—Buenos días, señor. —Stephan sonríe.
—Gracias por hacer esto avisándote con tan poca antelación. —Christian le responde también con una
sonrisa—. ¿Han llegado nuestros invitados?
—Sí, señor.
¿Invitados? Me vuelvo y me quedo con la boca abierta. Kate, Elliot, Mia y Ethan me sonríen desde los
asientos color crema. ¡Uau! Me vuelvo para mirar a Christian.
—¡Sorpresa! —exclama.
—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Quién? —murmuro incoherente, intentando contener el placer y el júbilo que
siento.
—Me has dicho que no ves a tus amigos todo lo que querrías. —Se encoge de hombros y me dedica una
media sonrisa de disculpa.
—Oh, Christian, gracias. —Le rodeo el cuello con los brazos y le doy un buen beso delante de todos. Él
me pone las manos en las caderas, engancha los pulgares en las trabillas para el cinturón de mis vaqueros y
hace el beso más profundo.
Oh, madre mía…
—Sigue así y acabaré arrastrándote al dormitorio —me avisa Christian.
—No te atreverás —le susurro junto a los labios.
—Oh, Anastasia… —Sonríe y niega con la cabeza. Me suelta sin previo aviso, se agacha, me agarra los
muslos y me levanta en el aire para colgarme después de uno de sus hombros.
—¡Christian, bájame! —le digo dándole un azote en el culo.
Veo la sonrisa de Stephan un instante antes de que se vuelva para entrar en el puente de mando. Taylor
está de pie en el umbral intentando ocultar su sonrisa. Ignorando mis súplicas y mis forcejeos, Christian cruza
la estrecha cabina pasando junto a Ethan y Mia, que están sentados uno frente a otro, y después junto a Kate
y Elliot, que está chillando como un mono enloquecido.
—Si me disculpáis —dice dirigiéndose a nuestros cuatro invitados—. Tengo que hablar de algo con mi
mujer en privado.
—¡Christian! —grito de nuevo—. ¡Bájame!
—Todo a su tiempo, nena.
Veo un segundo a Mia, Kate y Elliot riéndose. ¡Maldición! Esto no es divertido, es embarazoso. Ethan nos
mira fijamente con la boca abierta y totalmente asombrado mientras desaparecemos por la puerta del
dormitorio.
Christian cierra la puerta detrás de él, me suelta y me baja pegada a su cuerpo lentamente de forma que
puedo sentir todos sus músculos y tendones. Me sonríe con esa sonrisa de adolescente, muy orgulloso de sí
mismo.
—Menudo espectáculo, señor Grey. —Cruzo los brazos y le miro con fingida indignación.
—Ha sido divertido, señora Grey. —Su sonrisa se amplia. Oh, mi niño. Se le ve tan joven…
—¿Y piensas seguir con esto? —le pregunto arqueando una ceja, no muy segura de cómo me hace sentir
eso; los otros nos van a oír, por todos los santos… De repente me siento tímida. Miro nerviosa la cama y
siento que me ruborizo al recordar nuestra noche de bodas. Hablamos tanto ayer e hicimos tantas cosas…
Siento como si hubiera superado un obstáculo desconocido. Pero ese es precisamente el problema: que es
desconocido. Mis ojos encuentran la intensa pero divertida mirada de Christian y no soy capaz de mantener la
expresión seria. Su sonrisa es demasiado contagiosa.
—Creo que sería muy maleducado dejar a los invitados esperando —me dice dulcemente acercándose a
mí. ¿Cuándo ha empezado a importarle lo que piense la gente? Doy un paso atrás y me encuentro con la
pared del dormitorio. Me tiene aprisionada y el calor de su cuerpo me mantiene en el sitio. Se inclina y me
acaricia la nariz con la suya.
—¿Ha sido una sorpresa buena? —me pregunta con un punto de ansiedad en la voz.
—Oh, Christian, ha sido fantástica. —Le subo las manos por el pecho, las entrelazo en su nuca y le doy
otro beso.
—¿Cuándo has organizado esto? —le pregunto separándome de él y acariciándole el pelo.
—Anoche, cuando no podía dormir. Le escribí correos a Elliot y a Mia y aquí están.
—Ha sido muy considerado por tu parte. Gracias. Seguro que nos lo vamos a pasar bien.
—Eso espero. He pensado que sería más fácil evitar a la prensa en Aspen que en casa.
¡Los paparazzi! Claro, tiene razón. Si nos hubiéramos quedado en el Escala, tendríamos que estar
encerrados. Un estremecimiento me recorre la espalda al recordar los disparos de las cámaras y los fogonazos
de los flashes de los fotógrafos que Taylor ha conseguido esquivar esta mañana.
—Vamos. Será mejor que nos sentemos. Stephan va a despegar dentro de poco. —Me tiende la mano y los
dos volvemos a la cabina.
Elliot nos vitorea al entrar.
—Eso sí que es un servicio aéreo rápido —bromea.
Christian le ignora.
—Señoras y caballeros, por favor, ocupen sus asientos porque en breves momentos vamos a comenzar la
maniobra de despegue. —La voz de Stephan resuena, tranquila y autoritaria, a través de los altavoces de la
cabina.
La mujer de pelo castaño (mmm… ¿Natalie?) que nos atendió durante el vuelo en nuestra noche de bodas
aparece por el pasillo y recoge las tazas de café vacías. ¡Natalia! Se llama Natalia.
—Buenos días, señor y señora Grey —dice con voz melosa. ¿Por qué me hace sentir incómoda? Tal vez
sea porque tiene el pelo castaño. Como él mismo ha reconocido, Christian no suele emplear a chicas castañas
porque las encuentra atractivas. Christian le dedica a Natalia una sonrisa educada y se sienta frente a Elliot y
Mia. Yo le doy un abrazo breve a Kate y a Mia y saludo con la mano a Ethan y a Elliot antes de sentarme al
lado de Christian y abrocharme el cinturón. Él me pone la mano en la rodilla y me da un apretón cariñoso.
Parece relajado y feliz aunque estamos con gente. Sin darme cuenta me pregunto por qué no puede ser
siempre así, nada controlador.
—Espero que hayas metido en la maleta las botas de senderismo —me dice con voz cariñosa.
—¿No vamos a esquiar?
—Puede que eso resulte un poco difícil, dado que estamos en agosto —me explica divertido.
Oh, claro.
—¿Sabes esquiar, Ana? —nos interrumpe Elliot.
—No.
Christian me suelta la rodilla y me coge la mano.
—Seguro que mi hermano pequeño puede enseñarte. —Elliot me guiña un ojo—. Es bastante rápido en las
pendientes, también.
No puedo evitar sonrojarme. Miro a Christian, que está mirando a Elliot impasible, pero creo que es para
no demostrar que le hace gracia. El avión empieza a moverse y se dirige hacia la pista de despegue.
Natalia nos explica las instrucciones de seguridad del avión con voz clara y resonante. Lleva una bonita
camisa azul marino de manga corta, una falda lápiz a juego y el maquillaje impecable. Es muy guapa, sí. Mi
subconsciente levanta una ceja perfectamente depilada dirigida a mí.
—¿Estás bien? —me pregunta Kate—. Después de todo el asunto de Hyde, quiero decir.
Asiento. No quiero hablar de Hyde, ni siquiera pensar en él, pero Kate parece tener otros planes.
—¿Y por qué se volvió majareta? —pregunta yendo directamente al grano con su inimitable estilo. Se
aparta el pelo, preparándose para indagar más a fondo.
Mirándola con frialdad, Christian se encoge de hombros.
—Porque le despedí —dice directamente.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué? —Kate ladea la cabeza y veo que acaba de ponerse en modo señorita Marple.
—Porque me acosó sexualmente e intentó chantajearme —le digo con un hilo de voz. Intento darle una
patada a Kate por debajo de la mesa, pero fallo. ¡Mierda!
—¿Cuándo? —me pregunta Kate mirándome fijamente.
—Hace un tiempo.
—No me lo habías contado —me dice ofendida
Me encojo de hombros a modo de disculpa.
—No puede ser por eso… Su reacción ha sido demasiado extrema —prosigue Kate, pero ahora se dirige a
Christian—. ¿Es mentalmente inestable? ¿Y qué pasa con la información que tenía de los miembros de la
familia Grey? —Que esté interrogando a Christian de esta forma me está poniendo los pelos de punta, pero ya
sabe que yo no sé nada y por eso no puede preguntarme a mí. Qué irritante.
—Creemos que hay alguna conexión con Detroit —dice Christian en voz baja. Demasiado baja.
Oh, no, Kate, por favor, déjalo estar por ahora…
—¿Hyde también es de Detroit?
Christian asiente.
El avión acelera y yo le aprieto la mano a Christian. Él me mira tranquilizador. Sabe que odio los
despegues y los aterrizajes. Me aprieta la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar, algo que me calma.
—¿Qué sabes tú de él? —pregunta Elliot, ajeno al hecho de que estamos dentro de un pequeño jet,
acelerando en la pista y a punto de subir al cielo, e igualmente ajeno a la creciente exasperación que ya le ha
creado Kate a Christian. Kate se inclina hacia delante para escuchar con toda su atención.
—Os cuento esto extraoficialmente… —dice Christian dirigiéndose directamente a ella. La boca de Kate se
convierte en una fina línea muy sutil. Yo trago saliva. Oh, mierda—. Sabemos poco sobre él —continúa
Christian—. Su padre murió en una pelea en un bar. Su madre se ahogó en alcohol para olvidar. De pequeño
no hizo más que entrar y salir de casas de acogida… Y meterse en problemas. Sobre todo robos de coches.
Pasó un tiempo en un centro de menores. Su madre se rehabilitó con un programa de servicios sociales y
Hyde volvió al buen camino. Al final consiguió una beca para Princeton.
—¿Princeton? —Ha despertado la curiosidad de Kate.
—Sí, es un tío listo. —Christian se encoje de hombros.
—No será tan listo si le han pillado… —murmura Elliot.
—Pero seguro que no ha podido montar esto solo… —aventura Kate.
Noto que Christian se tensa a mi lado.
—Todavía no sabemos nada —responde en voz muy baja.
Maldita sea. ¿Puede que haya alguien más por ahí colaborando con él? Me giro y miro a Christian
horrorizada. Él me aprieta la mano otra vez, pero no me mira a los ojos. El avión sube con suavidad y
empieza a surcar el aire y yo noto esa horrible sensación en el estómago.
—¿Qué edad tiene? —le pregunto a Christian, acercándome a él para que no nos oiga nadie. Por muchas
ganas que tenga de saber lo que está pasando, no quiero animar a Kate a que siga haciendo preguntas porque
sé que eso está poniendo nervioso a Christian. Además sé que él no le tiene mucha simpatía desde la noche
que me arrastró al bar a tomar cócteles.
—Treinta y dos, ¿por qué?
—Curiosidad, nada más.
Veo tensión en la mandíbula de Christian.
—No quiero que tengas curiosidad por Hyde. Solo alégrate de que esté encerrado. —Es casi una
reprimenda, pero decido ignorar su tono.
—¿Crees que le estaba ayudando alguien? —La idea de que puede haber alguien más implicado me asusta.
Significaría que esto no ha terminado.
—No lo sé —responde Christian y vuelvo a ver esa tensión en su mandíbula.
—Tal vez sea alguien que tenga algo contra ti —le sugiero. Demonios, espero que no sea la bruja—.
Como Elena, por ejemplo —continúo en un susurro. Me doy cuenta de que he dicho su nombre un poco más
alto, pero solo lo ha podido oír él; tras mirar nerviosamente a Kate, compruebo que está enfrascada en una
conversación con Elliot, que parece enfadado con ella. Mmm…
—Estás deseando demonizarla, ¿eh? —Christian pone los ojos en blanco y niega con la cabeza disgustado
—. Es cierto que tiene algo contra mí, pero ella no haría algo así. —Me atraviesa con su mirada fija y gris—.
Y será mejor que no hablemos de ella. Sé que no es tu tema de conversación favorito.
—¿Te has visto cara a cara con ella? —vuelvo a susurrarle, pero no estoy segura de querer saberlo.
—Ana, no he hablado con ella desde mi cumpleaños. Por favor, déjalo ya. No quiero hablar de ella. —Me
coge la mano y me roza los nudillos con los labios. Sus ojos echan chispas, fijos en los míos, y veo que es
mal momento para seguir con este tipo de preguntas.
—Buscaos una habitación, chicos —bromea Elliot—. Oh, es verdad, si ya la tenéis. Pero Christian no la ha
necesitado hasta ahora.
Christian levanta la vista y fulmina a Elliot con una mirada gélida.
—Que te den, Elliot —le responde sin acritud.
—Tío, solo cuento las cosas como son. —Los ojos de Elliot brillan divertidos.
—Como si tú pudieras saberlo —murmura Christian irónicamente, arqueando una ceja.
Elliot sonríe, disfrutando del intercambio de bromas.
—Pero si te has casado con tu primera novia… —dice señalándome.
Oh, mierda. ¿Adónde quiere ir a parar con esto? Me sonrojo.
—¿Y te parece raro, viéndola? —continúa Christian dándome otro beso en la mano.
—No —ríe Elliot y niega con la cabeza.
Me ruborizo más aún y Kate le da a Elliot un manotazo en el muslo.
—Deja de ser tan gilipollas —le regaña.
—Escucha a tu chica —le dice Christian a Elliot sonriendo. Parece que su turbación de antes ha
desaparecido.
Se me destaponan los oídos cuando ganamos altitud y la tensión de la cabina se disipa cuando el avión se
nivela. Kate mira a Elliot con el ceño fruncido. Mmm… ¿Les pasa algo? No estoy segura.
Elliot tiene razón, de todas formas. Me río para mí por la ironía. Es verdad que soy (era) la primera novia
de Christian y que ahora soy su mujer. Las quince anteriores y la maldita señora Robinson… bueno, no
cuentan. Pero es obvio que Elliot no sabe nada de ellas y que Kate no se lo ha contado. Le sonrío y ella me
guiña el ojo cómplice. Mis secretos están a salvo con Kate.
—Bien, señoras y caballeros, vamos a volar a una altitud de unos diez mil metros aproximadamente y el
tiempo estimado de duración de nuestro vuelo es de una hora y cincuenta y seis minutos —anuncia Stephan
—. Ahora ya pueden moverse libremente por la cabina, si lo desean.
Natalia sale inmediatamente de la cocina.
—¿Alguien quiere un café? —pregunta.