Tengo el corazón acelerado y la sangre me retumba en los oídos; el alcohol que fluye por mi cuerpo
amplifica el sonido.
—¿Está…? —Doy un respingo, incapaz de acabar la frase, y miro a Ryan con los ojos muy abiertos,
aterrorizada. Ni siquiera puedo mirar a la figura tirada en el suelo.
—No, señora. Solo inconsciente.
Siento un gran alivio. Oh, gracias a Dios.
—¿Y tú? ¿Estás bien? —le pregunto a Ryan. Me doy cuenta de que no sé su nombre de pila. Resopla
como si hubiera corrido un maratón. Se limpia la boca para quitarse un resto de sangre y veo que se le está
formando un cardenal en la mejilla.
—Ha sido duro de pelar, pero estoy bien, señora Grey. —Me sonríe para tranquilizarme. Si le conociera
mejor diría que incluso tiene cierto aire de suficiencia.
—¿Y Gail? Quiero decir, la señora Jones… —Oh, no… ¿Estará bien? ¿Le habrá hecho algún daño?
—Estoy aquí, Ana. —Miro detrás de mí y la veo en camisón y bata, con el pelo suelto, la cara cenicienta y
los ojos muy abiertos. Como los míos, supongo—. Ryan me despertó e insistió en que me metiera aquí —dice
señalando detrás de ella el despacho de Taylor—. Estoy bien. ¿Está usted bien?
Asiento enérgicamente y me doy cuenta de que ella probablemente acaba de salir de la habitación del
pánico que hay junto al despacho de Taylor. ¿Quién podía saber que la íbamos a necesitar tan pronto?
Christian insistió en instalarla poco después de nuestro compromiso. Y yo puse los ojos en blanco. Ahora, al
ver a Gail de pie en el umbral, me alegro de la previsión de Christian.
Un crujido procedente de la puerta del vestíbulo me distrae. Está colgando de sus goznes. Pero ¿qué le ha
pasado?
—¿Estaba solo? —le pregunto a Ryan.
—Sí, señora. No estaría usted ahí de pie de no ser así, se lo aseguro. —Ryan parece vagamente ofendido.
—¿Cómo entró? —sigo preguntando ignorando su tono.
—Por el ascensor de servicio. Los tiene bien puestos, señora.
Miro la figura tirada de Jack. Lleva algún tipo de uniforme… Un mono, creo.
—¿Cuándo?
—Hace unos diez minutos. Lo vi en el monitor de seguridad. Llevaba guantes… algo un poco extraño en
agosto. Le reconocí y decidí dejarle entrar. Así le tendríamos. Usted no se hallaba en casa y Gail estaba en
lugar seguro, así que me dije que era ahora o nunca. —Ryan parece de nuevo muy orgulloso de sí mismo y
Sawyer le mira con el ceño fruncido por la desaprobación.
¿Guantes? Eso me sorprende y vuelvo a mirar a Jack. Sí, lleva unos guantes de piel marrón. ¡Qué
espeluznante!
—¿Y ahora qué? —pregunto intentando olvidar los distintos pensamientos que están surgiendo en mi
mente.
—Tenemos que inmovilizarle —responde Ryan.
—¿Inmovilizarle?
—Por si se despierta. —Ryan mira a Sawyer.
—¿Qué necesitáis? —pregunta la señora Jones dando un paso adelante. Ya ha recobrado la compostura.
—Algo con que sujetarle… Un cordón o una cuerda —responde Ryan.
Bridas para cables. Me sonrojo cuando los recuerdos de la noche anterior invaden mi mente. Me froto las
muñecas en un acto reflejo y bajo la mirada para echarles un rápido vistazo. No, no tengo cardenales. Bien.
—Yo tengo algo: bridas para cables. ¿Eso servirá?
Todos los ojos se fijan en mí.
—Sí, señora. Eso es perfecto —dice Sawyer muy serio.
En ese momento quiero que me trague la tierra, pero me giro y voy hasta nuestro dormitorio. A veces hay
que enfrentarse a las cosas sin arredrarse. Tal vez sea la combinación del miedo y el alcohol lo que me
proporciona esta audacia.
Cuando vuelvo, la señora Jones está evaluando el desastre del vestíbulo y la señorita Prescott se ha unido al
equipo de seguridad. Le paso las bridas a Sawyer, que lentamente y con un cuidado innecesario le ata las
manos detrás de la espalda a Hyde. La señora Jones desaparece en la cocina y regresa con un botiquín de
primeros auxilios. Coge del brazo a Ryan, lo lleva al salón y se ocupa de curarle el corte de encima del ojo. Él
hace una mueca de dolor cuando ella le aplica un antiséptico. Entonces me fijo en la Glock con silenciador
que hay en el suelo. ¡Joder! ¿Estaba Jack armado? Siento la bilis en la garganta y hago todo lo que puedo por
evitar vomitar.
—No la toque, señora Grey —me advierte Prescott cuando me agacho para recogerla. Sawyer emerge del
despacho de Taylor con unos guantes de látex.
—Yo me ocupo de eso, señora Grey —me dice.
—¿La llevaba él? —le pregunto.
—Sí, señora —asegura Ryan haciendo otra mueca de dolor a consecuencia de los cuidados de la señora
Jones. Madre mía… Ryan se ha peleado con un hombre armado en mi casa. Me estremezco con solo
pensarlo. Sawyer se agacha y coge con cuidado la Glock.
—¿Es aconsejable que hagas eso? —le pregunto.
—El señor Grey querría que lo hiciera, señora. —Sawyer mete el arma en una bolsa de plástico. Después
se agacha y cachea a Jack. Se detiene y saca parcialmente un rollo de cinta americana de su bolsillo. Sawyer
se queda blanco y vuelve a guardar la cinta en el bolsillo de Hyde.
¿Cinta americana? Mi mente registra el detalle mientras yo observo lo que están haciendo con fascinación y
una extraña indiferencia. Entonces me doy cuenta de las implicaciones y la bilis vuelve a subirme hasta la
garganta. Aparto rápidamente el pensamiento de mi cabeza. No sigas por ese camino, Ana.
—¿No deberíamos llamar a la policía? —digo intentando ocultar el miedo que siento. Quiero que saquen a
Hyde de mi casa, cuanto antes, mejor.
Ryan y Sawyer se miran.
—Creo que deberíamos llamar a la policía —repito esta vez con más convicción, preguntándome qué se
traen entre manos Ryan y Sawyer.
—He intentado localizar a Taylor, pero no contesta al móvil. Seguramente estará durmiendo. —Sawyer
mira el reloj—. Son las dos menos cuarto de la madrugada en la costa Este.
Oh, no.
—¿Habéis llamado a Christian? —pregunto en un susurro.
—No, señora.
—¿Estabais llamando a Taylor para que os diera instrucciones?
Sawyer parece momentáneamente avergonzado.
—Sí, señora.
Una parte de mí echa chispas. Ese hombre (vuelvo a mirar al desmayado Hyde) ha allanado mi casa y la
policía debería llevárselo. Pero al mirarlos a los cuatro, todos con mirada ansiosa, veo que hay algo que no
estoy entendiendo, así que decido llamar a Christian. Se me eriza el vello. Sé que está furioso conmigo, muy
pero que muy furioso, y vacilo al pensar lo que va a decirme. Y ahora además se pondrá más nervioso porque
no está aquí y no puede volver hasta mañana por la noche. Sé que ya le he preocupado bastante esta noche.
Tal vez no debería llamarle… Pero de repente se me ocurre algo. Mierda. ¿Y si yo hubiera estado aquí?
Palidezco solo de pensarlo. Gracias a Dios que estaba fuera. Quizá al final el problema no vaya a ser tan
grave.
—¿Está bien? —pregunto señalando a Jack.
—Le dolerá la cabeza cuando despierte —aclara Ryan mirando a Jack con desprecio—. Pero necesitamos
un médico para estar seguros.
Busco en el bolso y saco la BlackBerry. Antes de que me dé tiempo a pensar mucho en el enfado de
Christian, marco su número. Me pasa directamente con el buzón de voz. Debe de haberlo apagado por lo
enfadado que está. No se me ocurre qué decir. Me giro y camino un poco por el pasillo para alejarme de los
demás.
—Hola, soy yo. Por favor no te enfades. Ha ocurrido un incidente en el ático, pero todo está bajo control,
así que no te preocupes. Nadie está herido. Llámame. —Y cuelgo.
»Llamad a la policía —le ordeno a Sawyer. Él asiente, saca su móvil y marca.
El agente Skinner está sentado a la mesa del comedor enfrascado en su conversación con Ryan. El agente
Walker está con Sawyer en el despacho de Taylor. No sé dónde está Prescott, tal vez también en el despacho
de Taylor. El detective Clark no hace más que ladrarme preguntas a mí; los dos estamos sentados en el sofá
del salón. El detective es alto, tiene el pelo oscuro y podría ser atractivo si no fuera por su ceño
permanentemente fruncido. Sospecho que le han despertado y sacado de su acogedora cama porque han
allanado la casa de uno de los ejecutivos más influyentes y más ricos de Seattle.
—¿Antes era su jefe? —me pregunta Clark lacónicamente.
—Sí.
Estoy cansada (mucho más que cansada) y solo quiero irme a la cama. Todavía no sé nada de Christian. La
parte buena es que los médicos de la ambulancia se han llevado a Hyde. La señora Jones nos trae a Clark y a
mí una taza de té.
—Gracias. —Clark se vuelve de nuevo hacia mí—. ¿Y dónde está el señor Grey?
—En Nueva York. Un viaje de negocios. Volverá mañana por la noche… quiero decir, esta noche. —Ya
es pasada la medianoche.
—Ya conocíamos a Hyde —murmura el detective Clark—. Necesito que venga a la comisaría a hacer una
declaración. Pero eso puede esperar. Es tarde y hay un par de reporteros haciendo guardia en la acera. ¿Le
importa que eche un vistazo?
—No, claro que no —le respondo y me siento aliviada de que haya terminado con el interrogatorio. Me
estremezco al pensar que hay fotógrafos fuera. Bueno, no van a ser un problema hasta mañana. Hago una
nota mental de llamar a mamá y a Ray mañana para que no se preocupen si oyen algo en la televisión.
—Señora Grey, ¿por qué no se va a la cama? —me dice la señora Jones con voz amable y llena de
preocupación.
La miro a los ojos tiernos y cálidos y de repente siento la necesidad imperiosa de llorar. Ella se acerca y me
frota la espalda.
—Ya estamos seguras —me dice—. Todo esto no será tan malo por la mañana, cuando haya dormido un
poco. Además, el señor Grey volverá mañana por la noche.
La miro nerviosa, conteniendo con dificultad las lágrimas. Christian se va a poner tan furioso…
—¿Quiere algo antes de acostarse? —me pregunta.
Entonces me doy cuenta del hambre que tengo.
—¿Tal vez algo de comer?
Ella muestra una gran sonrisa.
—¿Un sándwich y un poco de leche?
Asiento agradecida y ella se encamina a la cocina. Ryan sigue con el agente Skinner. En el vestíbulo, el
detective Clark está examinando el desastre que hay delante del ascensor. Parece pensativo a pesar de su
ceño. De repente siento nostalgia, nostalgia de Christian. Apoyo la cabeza en las manos y deseo con todas
mis fuerzas que pudiera estar aquí. Él sabría qué hacer. Menuda noche. Solo quiero acurrucarme en su
regazo, que me abrace y me diga que me quiere aunque yo no haga lo que me dice… Pero esta noche no va a
poder ser. Pongo los ojos en blanco en mi interior… ¿Por qué no me dijo que había aumentado la seguridad
de todos? ¿Qué había exactamente en el ordenador de Jack? Qué hombre más frustrante. Pero ahora mismo
eso no me importa. Quiero a mi marido. Le echo de menos.
—Aquí tienes, Ana. —La señora Jones interrumpe mi agitación interior. Cuando alzo la vista veo que me
está tendiendo un sándwich de mantequilla de cacahuete y gelatina con los ojos brillantes. Llevo años sin
comer algo así. Le sonrío tímidamente y me lanzo a por él.
Cuando por fin me meto en la cama, me acurruco en el lado de Christian con su camiseta puesta. Tanto su
camiseta como su almohada huelen a él y mientras me voy dejando llevar por el sueño deseo que tenga un
buen viaje a casa… y que vuelva de buen humor.
Me despierto sobresaltada. Hay luz y me laten las sienes. Oh, no. Espero no tener resaca. Abro los ojos con
cuidado y veo que la silla del dormitorio no está en su sitio habitual y que Christian está sentado en ella. Lleva
el esmoquin y el extremo de su pajarita le sobresale del bolsillo delantero. Me pregunto si estaré soñando.
Abraza el respaldo de la silla con el brazo izquierdo y en la mano tiene un vaso de cristal tallado con un
líquido ambarino. ¿Brandy? ¿Whisky? No tengo ni idea. Tiene una pierna cruzada, con el tobillo apoyado
sobre la rodilla opuesta. Lleva calcetines negros y zapatos de vestir. El codo derecho descansa sobre el brazo
de la silla, tiene la barbilla apoyada en la mano y se está pasando el dedo índice lenta y rítmicamente por el
labio inferior. En la luz de primera hora de la mañana sus ojos arden con una grave intensidad, pero su
expresión general es imposible de identificar.
Casi se me para el corazón. Está aquí. ¿Cómo ha podido llegar? Ha tenido que salir de Nueva York
anoche. ¿Cuánto tiempo lleva viéndome dormir?
—Hola —le susurro.
Su mirada es fría y el corazón está a punto de parárseme otra vez. Oh, no. Aparta los dedos de la boca, se
bebe de un trago lo que le queda de la bebida y pone el vaso en la mesilla. Espero que me dé un beso, pero
no. Vuelve a arrellanarse en la silla y sigue mirándome impasible.
—Hola —dice por fin en voz muy baja. E inmediatamente sé todavía está furioso. Muy furioso.
—Has vuelto.
—Eso parece.
Me levanto lentamente hasta quedar sentada sin apartar los ojos de él. Tengo la boca seca.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí mirándome dormir?
—El suficiente.
—Sigues furioso. —Casi no puedo ni pronunciar las palabras.
Él me mira fijamente, como si estuviera reflexionando sobre qué responderme.
—Furioso… —dice como probando la palabra y sopesando sus matices y su significado—. No, Ana.
Estoy mucho, mucho más que furioso.
Oh, madre mía. Intento tragar saliva, pero es muy difícil con la boca seca.
—Mucho más que furioso. Eso no suena bien.
Vuelve a mirarme fijamente, del todo impasible y no responde. Un silencio sepulcral se cierne sobre
nosotros. Extiendo la mano para coger mi vaso de agua y le doy un sorbo agradecida, a la vez que intento
recuperar el control sobre mi errático corazón.
—Ryan ha cogido a Jack. —Pongo el vaso de nuevo en la mesilla e intento una táctica diferente.
—Lo sé —responde en un tono gélido.
Claro que lo sabe…
—¿Vas a seguir respondiéndome con monosílabos durante mucho tiempo?
Mueve casi imperceptiblemente las cejas, lo que demuestra su sorpresa; no se esperaba esa pregunta.
—Sí —responde después.
Oh… vale. ¿Qué puedo hacer? Defensa; es la mejor forma de ataque.
—Siento haberme quedado por ahí.
—¿De verdad?
—No —confieso después de una pausa porque es la verdad.
—¿Y por qué lo dices, entonces?
—Porque no quiero que estés enfadado conmigo.
Suspira profundamente, como si llevara aguantando toda su tensión durante un millón de horas, y se pasa
la mano por el pelo. Está guapísimo. Furioso, pero guapísimo. Absorbo todos sus detalles. ¡Christian ha
vuelto! Furioso, pero entero.
—Creo que el detective Clark quiere hablar contigo.
—Seguro que sí.
—Christian, por favor…
—¿Por favor qué?
—No seas tan frío.
Vuelve a elevar las cejas por la sorpresa.
—Anastasia, frío no es lo que siento ahora mismo. Me estoy consumiendo. Consumiéndome de rabia. No
sé cómo gestionar estos…—agita la mano en el aire, buscando la palabra— sentimientos. —Su tono es
amargo.
Oh, mierda. Su sinceridad me desarma. Lo único que yo quiero hacer es acurrucarme en su regazo, es todo
lo que he querido hacer desde anoche. Qué diablos… Me acerco, cogiéndole por sorpresa y me acomodo
torpemente en su regazo. No me aparta, que es lo que temía. Después de un segundo me rodea con los brazos
y entierra la nariz en mi pelo. Huele a whisky. ¿Cuánto habrá bebido? También huele a jabón. Y a Christian.
Le rodeo el cuello con los brazos y le acaricio la garganta con la nariz y él vuelve a suspirar, esta vez más
profundamente.
—Oh, señora Grey, qué voy a hacer con usted… —Me besa en el pelo. Cierro los ojos y saboreo su
contacto.
—¿Cuánto has bebido?
Se pone tenso.
—¿Por qué?
—Porque normalmente no bebes licores fuertes.
—Es mi segunda copa. He tenido una noche dura, Anastasia. Dame un respiro, ¿vale?
Le sonrío.
—Si insiste, señor Grey. —Aspiro el aroma de su cuello—. Hueles divinamente. He dormido en tu lado de
la cama porque tu almohada huele a ti.
Me acaricia el pelo con la nariz.
—¿Por eso lo has hecho? Me estaba preguntando por qué estabas en mi lado. Sigo furioso contigo, por
cierto.
—Lo sé.
Me acaricia rítmicamente la espalda con la mano.
—Y yo también estoy furiosa contigo —le susurro.
Él se detiene.
—¿Y qué he podido hacer yo para merecer tu ira?
—Ya te lo diré luego, cuando deje de consumirte la rabia —le digo dándole un beso en la garganta. Cierra
los ojos y me deja besarle, pero no hace ningún movimiento para devolverme el beso. Me abraza más fuerte,
apretándome.
—Cuando pienso en lo que podría haber pasado… —Su voz no es más que un susurro. Quebrada y ronca.
—Estoy bien.
—Oh, Ana… —Sus palabras son casi un sollozo.
—Estoy bien. Estamos bien. Un poco impresionados, pero Gail también está bien. Ryan está bien. Y Jack
ya no está.
Niega con la cabeza.
—Pero no gracias a ti —murmura.
¿Qué? Me aparto un poco y le miro.
—¿Qué quieres decir?
—No quiero discutir eso ahora mismo, Ana.
Parpadeo. Bueno, tal vez yo sí… Pero decido que no es el momento. Al menos ya me habla. Vuelvo a
apoyarme contra él. Ahora enreda los dedos en mi pelo y empieza a juguetear con él.
—Quiero castigarte —me susurra—. Castigarte de verdad. Azotarte hasta que no lo puedas soportar más.
El corazón se me queda atravesado en la garganta. ¡Joder!
—Lo sé —le digo a la vez que se me eriza el vello.
—Y tal vez lo haga.
—Espero que no.
Vuelve a apretarme en su abrazo.
—Ana, Ana, Ana… Pones a prueba la paciencia de cualquiera, hasta la de un santo.
—Se pueden decir muchas cosas de usted, señor Grey, pero que sea un santo no es una de ellas.
Finalmente me concede una risa reticente.
—Muy cierto, como siempre, señora Grey. —Me da un beso en la frente y se mueve—. Vuelve a la cama.
Tú tampoco has dormido mucho. —Se levanta, me coge en brazos y me deposita en la cama.
—¿Te tumbas conmigo?
—No. Tengo cosas que hacer. —Se agacha y recoge el vaso—. Vuelve a dormir. Te despertaré dentro de
un par de horas.
—¿Todavía estás furioso conmigo?
—Sí.
—Entonces me voy a dormir otra vez.
—Bien. —Tira del edredón para taparme y me da un beso en la frente—. Duérmete.
Y como estoy tan grogui por lo de anoche, tan aliviada de que Christian haya vuelto, y tan fatigada
emocionalmente por este encuentro a primera hora de la mañana, no lo dudo ni un momento y hago lo que
me dice. Mientras me voy quedando dormida me pregunto por qué no habrá utilizado su mecanismo habitual
para gestionar las cosas: lanzarse sobre mí para follarme sin piedad. Aunque, dado el mal sabor que siento en
la boca, agradezco que no lo haya hecho.
—Te traigo zumo de naranja —dice Christian y yo abro los ojos otra vez.
Acabo de pasar las dos horas de sueño más profundo y relajante de mi vida y me levanto fresca. Además,
ya no me late la cabeza. El zumo de naranja es una visión que agradezco, igual que la de mi marido. Se ha
puesto el chándal. Por un momento mi mente vuelve al Heathman Hotel, la primera vez que me desperté a su
lado. La sudadera gris está húmeda por el sudor. O ha estado entrenando en el gimnasio del sótano o ha
salido a correr. No debería estar tan guapo después de hacer ejercicio.
—Me voy a dar una ducha —murmura y desaparece en el baño.
Frunzo el ceño. Sigue estando distante. O está distraído pensando en todo lo que ha pasado o sigue furioso
o… ¿qué? Me siento, cojo el zumo de naranja y me lo bebo demasiado rápido. Está delicioso, frío y mejora
mucho la sensación de mi boca. Salgo de la cama, ansiosa por reducir la distancia, real y metafórica, entre mi
marido y yo. Echo un vistazo al despertador. Son las ocho. Me quito la camiseta de Christian y le sigo al
baño. Está en la ducha, lavándose el pelo, y yo no lo dudo un segundo y me meto con él. Se pone tenso un
momento cuando le abrazo desde detrás, pegándome contra su espalda musculosa y mojada. Ignoro su
reacción y le aprieto con fuerza apoyando la mejilla contra su piel a la vez que cierro los ojos. Después de un
instante se mueve un poco para que los dos quedemos bajo la cascada de agua caliente y sigue lavándose el
pelo. Dejo que caiga el agua sobre mí mientras abrazo al hombre que quiero. Pienso en todas las veces que
me ha follado y las veces en que me ha hecho el amor aquí. Frunzo el ceño. Nunca ha estado tan callado.
Giro la cabeza y empiezo a darle besos en la espalda. Noto que su cuerpo se tensa otra vez.
—Ana… —dice y suena a advertencia.
—Mmm…
Mis manos bajan lentamente por su estómago plano en dirección a su vientre. Él me coge las dos manos
con las suyas y me obliga a detenerme mientras niega con la cabeza.
—No —dice.
Le suelto inmediatamente. ¿Me está diciendo que no? Mi mente se desploma en caída libre. ¿Había
ocurrido esto alguna vez antes? Mi subconsciente niega con la cabeza, frunce los labios y me mira por encima
de las gafas de media luna con una mirada que dice: Ahora sí que lo has jodido del todo. Siento como si me
hubiera dado una bofetada fuerte. Me ha rechazado. Y toda una vida de inseguridades desembocan en una
idea horrible: ya no me desea. Doy un respingo cuando siento la punzada de dolor. Christian se gira y me
alivia ver que no es totalmente indiferente a mis encantos. Me coge la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y
me encuentro mirando sus ojos grises y cautelosos.
—Todavía estoy muy furioso contigo —me dice con la voz baja y seria. ¡Mierda! Se inclina, apoya su
frente contra la mía y cierra los ojos. Yo levanto las manos y le acaricio la cara.
—No te pongas así, por favor. Creo que estás exagerando —le susurro.
Se yergue y palidece. Mi mano cae junto a mi costado.
—¿Que estoy exagerando? —exclama—. ¡Un puto lunático ha entrado en mi piso para secuestrar a mi
mujer y tú me dices que estoy exagerando! —La amenaza parcial de su voz es aterradora y sus ojos me
abrasan al mirarme como si yo fuera el puto lunático del que hablaba.
—No… Eh… No era eso lo que quería decir. Creía que estabas enfadado porque me quedé a tomar las
copas en el bar.
Cierra los ojos una vez más como si no pudiera soportar el dolor y niega con la cabeza.
—Christian, yo no estaba aquí —le digo intentando apaciguarle y tranquilizarle.
—Lo sé —susurra y abre los ojos—. Y todo porque no eres capaz de hacer caso a una simple petición,
joder. —Su tono es amargo y ahora ha llegado mi turno de ponerme pálida—. No quiero discutir esto ahora,
en la ducha. Todavía estoy muy furioso contigo, Anastasia. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio. —Se
gira y sale de la ducha, cogiendo una toalla al pasar y saliendo después del baño, dejándome allí sola y helada
bajo el agua caliente.
Mierda. Mierda. Mierda.
Entonces el significado de todo lo que ha dicho empieza a abrirse camino en mi mente. ¿Secuestro? Joder.
¿Jack quería secuestrarme? Recuerdo la cinta americana de su bolsillo y que no quise darle vueltas a por qué
la llevaba. ¿Christian tiene más información? Me enjabono rápidamente el cuerpo y después me lavo el pelo.
Quiero saberlo. Necesito saberlo. No le voy a dejar que siga ocultándome cosas.
Christian no está en el dormitorio cuando salgo. Oh, sí que se ha vestido rápido… Hago lo mismo: me
pongo mi vestido favorito color ciruela y las sandalias negras. Soy vagamente consciente de que me he puesto
esta ropa porque a Christian le gusta. Me seco el pelo con energía con la toalla, me lo trenzo y lo recojo en un
moño. Me pongo unos pendientes con un diamante pequeño en las orejas y voy corriendo al baño para darme
un poco de rimel y mirarme en el espejo. Estoy pálida. Siempre estoy pálida. Inspiro hondo para
tranquilizarme. Necesito enfrentar las consecuencias de mi decisión precipitada de querer seguir pasándomelo
bien con una amiga. Suspiro y sé que Christian no lo va a ver así.
Tampoco hay ni rastro de Christian en el salón. La señora Jones está ocupada en la cocina.
—Buenos días, Ana —me dice dulcemente.
—Buenos días —respondo con una amplia sonrisa. ¡Por fin vuelvo a ser Ana!
—¿Té?
—Por favor.
—¿Algo de comer?
—Sí. Esta mañana me apetece una tortilla, por favor.
—¿Con champiñones y espinacas?
—Y queso.
—Ahora mismo.
—¿Dónde está Christian?
—El señor Grey está en su estudio.
—¿Ha desayunado? —Miro los dos platos que hay sobre la barra del desayuno.
—No, señora.
—Gracias.
Christian está al teléfono vestido con una camisa blanca sin corbata y vuelve a parecer el confiado
presidente de la empresa. Cómo pueden engañar las apariencias. Me mira cuando me asomo al umbral pero
niega con la cabeza para dejarme claro que no soy bienvenida. Mierda… Me giro y vuelvo desanimada a
sentarme en la barra del desayuno. Entra Taylor vestido con un traje oscuro y con el aspecto de haber
dormido ocho horas sin interrupciones.
—Buenos días, Taylor —le saludo intentando averiguar de qué humor está. A ver si me da alguna pista
visual de lo que está ocurriendo.
—Buenos días, señora Grey —me responde y oigo cierta compasión en esas cuatro palabras. Le sonrió
amablemente sabiendo que ha tenido que soportar a un Christian enfadado y frustrado en su regreso a Seattle
antes de lo previsto.
—¿Qué tal el vuelo? —me atrevo a preguntar.
—Largo, señora Grey. —Su brevedad dice mucho—. ¿Puedo preguntarle cómo está? —añade en un tono
más suave.
—Estoy bien.
Asiente.
—Discúlpeme —dice, y se encamina al estudio de Christian. Mmm… A Taylor le deja entrar y a mí no.
—Aquí tiene. —La señora Jones me coloca delante el desayuno. Acabo de quedarme sin apetito, pero me
lo como para no ofenderla.
Para cuando termino lo que he podido comer de mi desayuno, Christian todavía no ha salido del estudio.
¿Me está evitando?
—Gracias, señora Jones —le digo bajándome del taburete y dirigiéndome al baño para lavarme los dientes.
Me los cepillo y recuerdo la discusión con Christian por los votos matrimoniales. También entonces se
refugió en su estudio. ¿Es eso lo que le pasa? ¿Está enfurruñado? Me estremezco al recordar la pesadilla que
tuvo después. ¿Va a volver a ocurrir eso? Tenemos que hablar. Quiero saber lo que sea que pasa con Jack y
por qué ha aumentado la seguridad de todos los Grey; todos los detalles que me ha estado ocultando a mí,
pero que Kate sí sabía. Obviamente Elliot sí le cuenta las cosas.
Miro el reloj. Las nueve menos diez… Voy a llegar tarde al trabajo. Acabo de cepillarme los dientes, me
doy brillo en los labios, cojo la chaqueta negra fina y me encamino al salón. Me alivia ver que Christian está
allí desayunando.
—¿Vas a ir? —me dice al verme.
—¿A trabajar? Claro. —Camino valientemente hacia él y apoyo las manos en la barra del desayuno. Me
mira sin expresión—. Christian, no hace ni una semana que hemos vuelto. Tengo que ir a trabajar.
—Pero… —Deja la frase sin terminar y se pasa la mano por el pelo. La señora Jones sale en silencio de la
habitación. Muy discreta, Gail.
—Sé que tenemos mucho de que hablar. Si te calmas un poco, tal vez podamos hacerlo esta noche.
Se queda con la boca abierta por la consternación.
—¿Que me calme? —pregunta en voz extrañamente baja.
Me sonrojo.
—Ya sabes lo que quiero decir.
—No, Anastasia, no lo sé.
—No quiero pelear. Venía a preguntarte si puedo coger mi coche.
—No, no puedes —me responde.
—Está bien —acepto.
Él parpadea. Obviamente estaba esperando que empezara a discutir.
—Prescott te acompañará. —Su tono es ahora menos beligerante.
Oh, por favor, Prescott no… Quiero hacer un mohín y protestar, pero al final no lo hago. Ahora que Jack
ya no está, podríamos volver a reducir la seguridad…
Recuerdo las sabias palabras de mi madre el día de mi boda: «Ana, cariño, tienes que elegir bien las
batallas que vas a librar. Te pasará lo mismo con tus hijos cuando los tengas». Bueno, al menos me deja ir al
trabajo.
—Está bien —murmuro. Como no quiero dejarle así, con tantas cosas sin resolver y tanta tensión entre
nosotros, doy un paso vacilante para acercarme a él. Él se tensa y abre mucho los ojos y durante un segundo
parece tan vulnerable que me conmueve desde el fondo del corazón. Oh, Christian, lo siento. Le doy un beso
casto en la comisura de la boca. Él cierra los ojos como si saboreara mi contacto.
—No me odies —le digo en un susurro.
Me coge la mano.
—No te odio.
—No me has devuelto el beso…
Sus ojos me miran suspicaces.
—Lo sé —murmura.
Estoy a punto de preguntarle por qué, pero no estoy segura de querer saber la respuesta. De repente se
pone de pie y me coge la cara con las manos. Un momento después sus labios aprietan con fuerza los míos.
Abro la boca por la sorpresa y eso le da acceso a su lengua. Él aprovecha la oportunidad e invade mi boca,
poseyéndome. Justo cuando empiezo a responderle, él me suelta con la respiración acelerada.
—Taylor y Prescott te llevarán a la editorial —dice con los ojos ardientes por la necesidad—. ¡Taylor! —le
llama a gritos. Me sonrojo e intento recuperar un poco la compostura.
—¿Señor? —Taylor está de pie en el umbral.
—Dile a Prescott que la señora Grey va a ir a trabajar. ¿Podéis llevarla, por favor?
—Claro, señor. —Taylor desaparece.
—Por favor, intenta mantenerte al margen de cualquier problema hoy. Te lo agradecería mucho —me pide
Christian.
—Haré lo que pueda —le respondo sonriendo dulcemente. Una media sonrisa aparece reticente en los
labios de Christian, pero la frena en cuanto se da cuenta.
—Hasta luego —me dice un poco frío.
—Hasta luego —le respondo en un susurro.
Prescott y yo cogemos el ascensor de servicio hasta el garaje del sótano para evitar a los medios de
comunicación que hay fuera. El arresto de Jack y el hecho de que lo atraparon en nuestro piso ya es algo del
dominio público. Cuando me siento en el Audi me pregunto si habrá paparazzi esperando en la puerta de
Seattle Independent Publishing como el día que anunciamos el compromiso.
Vamos en el coche en silencio hasta que recuerdo que tengo que llamar a Ray y después a mamá para que
sepan que Christian y yo estamos bien y se queden tranquilos. Por suerte las dos llamadas son cortas y acabo
justo antes de que aparquemos delante de la editorial. Como me temía, hay una pequeña multitud de
reporteros y fotógrafos esperando. Todos se giran a la vez y miran el Audi expectantes.
—¿Está segura de que quiere hacer esto, señora Grey? —me pregunta Taylor. Una parte de mí quiere
volver a casa, pero eso significa pasar el día con el señor Hecho una Furia. Espero que el tiempo le dé un
poco de perspectiva. Jack está bajo custodia policial, así que mi Cincuenta debería estar contento, pero no lo
está. Un parte de mí le comprende: demasiadas cosas han quedado fuera de su control, yo una de ellas, pero
no tengo tiempo de pensar en eso ahora.
—Llevadme por el otro lado, por la entrada lateral, Taylor.
—Sí, señora.
Ya es la una de la tarde y he conseguido concentrarme en el trabajo toda la mañana. Oigo que llaman a la
puerta y Elizabeth asoma la cabeza.
—¿Tienes un momento? —me pregunta con una sonrisa.
—Claro —murmuro sorprendida por su visita inesperada.
Entra y se sienta, colocándose el largo pelo negro detrás del hombro.
—Quería saber si estabas bien. Roach me ha pedido que viniera a verte —aclara apresuradamente mientras
se sonroja—. Lo digo por todo lo que pasó anoche…
El arresto de Jack Hyde está en todos los periódicos, pero nadie parece haber hecho todavía la conexión
con el incendio en las oficinas de Grey Enterprises Holdings, Inc.
—Estoy bien —le respondo intentando no pensar mucho en cómo me siento. Jack quería hacerme daño.
Bueno, eso no es nada nuevo. Ya lo intentó antes. Es Christian el que me preocupa.
Le echo un vistazo al ordenador por si tengo correo. Nada de Christian todavía. No sé si escribirle yo o si
eso intensificará su furia.
—Bien —responde Elizabeth y esta vez, para variar, la sonrisa le alcanza los ojos—. Si hay algo que
pueda hacer por ti, cualquier cosa, solo dímelo.
—Lo haré.
Elizabeth se pone de pie.
—Sé que estás muy ocupada, Ana, así que te dejo volver al trabajo.
—Eh… gracias.
Esta ha sido la reunión más breve y absurda que ha habido hoy en todo el hemisferio occidental de la tierra.
¿Por qué le ha pedido Roach que venga? Tal vez esté preocupado; después de todo soy la mujer de su jefe.
Aparto todos esos pensamientos sombríos y cojo la BlackBerry con la esperanza de que allí tenga un correo
de Christian. Nada más hacerlo, suena un aviso en mi correo del trabajo.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:04
Para: Anastasia Grey
Asunto: Declaración
Anastasia:
El detective Clark irá a tu oficina hoy a las 3 de la tarde para tomarte declaración.
He insistido en que vaya a verte porque no quiero que tú vayas a la comisaría.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
Me quedo mirando ese correo durante cinco minutos completos, intentando pensar en una respuesta ligera
y graciosa para mejorarle el humor. Como no se me ocurre nada, opto por la brevedad.
De: Anastasia Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:12
Para: Christian Grey
Asunto: Declaración
OK.
x
A
Anastasia Grey
Editora de SIP
Me quedo contemplando la pantalla, ansiosa por recibir su respuesta, pero no llega nada. Christian no está
de humor para jugar hoy.
Me acomodo en el asiento. No puedo culparle. Mi pobre Cincuenta ha debido de pasar las primeras horas
de esta mañana frenético. Pero entonces se me ocurre algo. Llevaba el esmoquin cuando le he visto al
despertarme esta mañana… ¿A qué hora decidió volver de Nueva York? Normalmente deja cualquier evento
entre las diez y las once. Anoche a esa hora yo todavía estaba con Kate.
¿Decidió Christian volver a casa porque yo estaba en un bar o por el incidente con Jack? Si volvió porque
estaba fuera pasándomelo bien, no habrá sabido ni lo de Jack, ni lo de la policía, ni nada… hasta que ha
aterrizado en Seattle. De repente me parece muy importante saberlo. Si Christian decidió volver solo porque
yo estaba en un bar, entonces su reacción fue exagerada. Mi subconsciente enseña un poco los dientes y pone
cara de arpía. Vale, me alegro de que haya vuelto, así que puede que sea irrelevante. Pero Christian debió de
quedarse de piedra cuando aterrizó. Es normal que esté tan confuso hoy. Recuerdo sus palabras de antes:
«Todavía estoy muy furioso contigo, Anastasia. Me estás haciendo cuestionarme mi juicio».
Tengo que saberlo: ¿volvió por mi salida a tomar cócteles o por el puto lunático?
De: Anastasia Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:24
Para: Christian Grey
Asunto: Tu vuelo
¿A qué hora decidiste volver a Seattle ayer?
Anastasia Grey
Editora de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:26
Para: Anastasia Grey
Asunto: Tu vuelo
¿Por qué?
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:29
Para: Christian Grey
Asunto: Tu vuelo
Digamos que por curiosidad.
Anastasia Grey
Editora de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:32
Para: Anastasia Grey
Asunto: Tu vuelo
La curiosidad mató al gato.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:35
Para: Christian Grey
Asunto: ¿Eh?
¿A qué viene eso? ¿Es otra amenaza?
Ya sabes adónde quiero llegar con esto, ¿verdad?
¿Decidiste volver porque me fui a un bar con una amiga a tomar una copa aunque tú me hubieras pedido que no lo hiciera
o volviste porque había un loco en nuestro piso?
Anastasia Grey
Editora de SIP
Me quedo mirando la pantalla. No hay respuesta. Miro el reloj del ordenador. La una cuarenta y cinco y
sigue sin haber respuesta.
De: Anastasia Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:56
Para: Christian Grey
Asunto: He dado en el clavo…
Tomaré tu silencio como una admisión de que decidiste volver a Seattle porque CAMBIÉ DE OPINIÓN. Soy una mujer
adulta y salí a tomar unas copas con una amiga. No entiendo las ramificaciones en cuanto a la seguridad de CAMBIAR DE
IDEA porque NUNCA ME CUENTAS NADA. Tuve que enterarme por Kate de que has aumentado la seguridad de todos
los Grey, no solo la nuestra. Creo que siempre reaccionas exageradamente en lo que respecta a mi seguridad y entiendo
por qué, pero cada vez te pareces más al niño que siempre decía «que viene el lobo».
Nunca sé si hay algo por lo que preocuparse de verdad o si todo se trata de tu percepción del peligro. Tenía a dos
miembros del equipo de seguridad conmigo. Creí que tanto Kate como yo estábamos seguras. Lo cierto es que estábamos
más seguras en ese bar que en el piso. Si yo hubiera tenido TODA LA INFORMACIÓN sobre la situación, tal vez habría
hecho las cosas de forma diferente.
Creo que tus preocupaciones tienen algo que ver con el material que había en el ordenador de Jack (mejor dicho, eso es
lo que cree Kate). ¿Sabes lo frustrante que es que mi mejor amiga sepa más que yo de lo que está pasando? Soy tu
MUJER. ¿Me lo vas a contar o vas a seguir tratándome como a una niña, lo que te garantizará que yo siga
comportándome como tal?
Que sepas que tú no eres el único que está furioso.
Ana
Anastasia Grey
Editora de SIP
Y pulso «Enviar». Hala… Chúpate esa, Grey. Inspiro hondo. Estoy furiosa. Me estaba sintiendo culpable
por lo que había hecho, pero ya no.
De: Christian Grey
Fecha: 26 de agosto de 2011 13:59
Para: Anastasia Grey
Asunto: He dado en el clavo…
Como siempre, señora Grey, se muestra directa y desafiante por correo.
Tal vez deberíamos discutir esto cuando vuelvas a NUESTRO piso.
Y deberías cuidar ese lenguaje. Yo sigo estando furioso también.
Christian Grey
Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
¡Que cuide mi lenguaje! Miro el ordenador con el ceño fruncido y me doy cuenta de que esto no me lleva a
ninguna parte. No le respondo, sino que cojo un manuscrito que hemos recibido hace poco de un autor nuevo
muy prometedor y empiezo a leer.
Mi reunión con el detective Clark transcurre sin incidentes. Está menos gruñón que anoche, creo que porque
habrá podido dormir un poco. O tal vez es que prefiere trabajar en el turno de día.
—Gracias por su declaración, señora Grey.
—De nada, detective. ¿Está Hyde bajo custodia policial ya?
—Sí, señora. Le dieron el alta en el hospital esta mañana. Con los cargos que tenemos contra él, creo que
pasará con nosotros una temporada. —Sonríe y eso hace que se arruguen las comisuras de sus ojos oscuros.
—Bien. Nos ha hecho pasar una temporada muy difícil a mi marido y a mí.
—He hablado largo y tendido con el señor Grey esta mañana. Está muy aliviado. Un hombre interesante su
marido.
No se hace una idea…
—Sí, creo que así es. —Le sonrío educadamente y él entiende que con eso ha acabado aquí.
—Si se le ocurre algo más, llámeme. Tome mi tarjeta. —Saca con dificultad una tarjeta de la cartera y me
la pasa.
—Gracias, detective. Lo haré.
—Que tenga un buen día, señora Grey.
—Igualmente.
Cuando se va me pregunto de qué irán a acusar a Hyde. Seguro que Christian no me lo dice. Frunzo los
labios.
Volvemos en coche en silencio al Escala. Sawyer es el que conduce esta vez y Prescott va a su lado. El
corazón se me va cayendo poco a poco a los pies conforme nos acercamos. Sé que Christian y yo vamos a
tener una gran pelea y no sé si tengo fuerzas.
Cuando subo en el ascensor desde el garaje con Prescott a mi lado, intento poner en orden mis
pensamientos. ¿Qué es lo que quiero decir? Creo que ya se lo he dicho todo en el correo. Tal vez ahora él me
dé algunas respuestas. Eso espero. No puedo controlar mis nervios. El corazón me late con fuerza, tengo la
boca seca y me sudan las manos. No quiero pelear. Pero a veces él se pone difícil y yo necesito mantenerme
firme.
Las puertas del ascensor se abren y aparece el vestíbulo, otra vez en perfecto orden. La mesa está de pie y
tiene un jarrón nuevo encima con un precioso ramo de peonías rosa pálido y blanco. Echo un vistazo rápido a
los cuadros según vamos pasando: las madonas parecen todas intactas. Ya han arreglado la puerta del
vestíbulo que estaba rota y vuelve a cumplir su función; Prescott me la abre amablemente para que pase. Ha
estado muy callada todo el día. Creo que me gusta más así.
Dejo el maletín en el pasillo y me encamino al salón, pero me paro en seco al entrar. Oh, vaya…
—Buenas noches, señora Grey —dice Christian con voz suave. Está de pie junto al piano vestido con una
camiseta negra ajustada y unos vaqueros… «Esos» vaqueros, los que normalmente lleva en el cuarto de
juegos. Madre mía. Son unos vaqueros claros muy lavados, ceñidos y con un roto en la rodilla, que le quedan
de muerte. Se acerca a mí descalzo, con el botón superior de los vaqueros desabrochado y los ojos ardientes
que me miran fijamente.
—Que bien que ya estés en casa. Te estaba esperando.